jueves, 19 de diciembre de 2013

“POBRE DINERO”
Este libro comencé a escribirlo el 12 de noviembre de 2013 y lo terminé el día 18 de diciembre de 2013.
Dedico este libro a las mujeres más importantes de mi vida: Mi madre Pilar, mi esposa Sarito y a la memoria de mis difuntas abuelas Amparo y María Luisa.
1.- Rafa y su Torre de David.
Cuando se aproximó al tanque de agua fría para llenar la totumita con la cual pensaba bañarse, Rafa se sobresaltó al ver una repugnante rata nadando dentro del tanque sin tapa. Instintivamente casi azota la totumita contra el suelo, pero se contuvo de hacer ruido para no despertar a su mujer que seguía dormida en la cama muy cerca del tambor de agua.  La rata, típicamente gris, grande y gorda, debió, en la oscuridad de la noche, intentar beber del agua del tanque, con tan mala suerte que cayó en su interior. La rata dentro del tanque era, quizás, una de las menores calamidades de las que todos los días debía soportar resignado Rafa por la circunstancia de ser un habitante de la Torre de David.
La Torre de David, es el nombre con el cual se le conoce a un rascacielos colosal, a medio-terminar, ubicado en pleno centro de la ciudad de Caracas. La estructura fue súbitamente invadida en 2007 por más de dos mil familias sin-techo y desesperadas por tener un lugar dónde vivir.
La Torre de David fue popularizada con ese nombre debido a su promotor, el empresario David Brillembourg, fallecido en 1993; pero originalmente se concibió como lo que sería el “Centro Financiero Confinanzas”. Su construcción se inició en el año 1990, completándose apenas hasta un sesenta por ciento de la obra originalmente proyectada. Paralizada definitivamente en 1994 por causa del colapso financiero, la obra pasó a manos del Estado venezolano, el cual trató inútilmente de subastarla en el año 2001.
Esta Torre es una estructura de cuarenta y cinco pisos, parcialmente revestida con vidrio, con un prominente helipuerto en su azotea y ciento veintiún mil metros cuadrados de construcción. Con sus casi doscientos metros de altura, es el tercer edificio más alto de Caracas y se ve desde casi toda la ciudad. La Torre está conformada en realidad por dos torres adosadas que dan la impresión externa de ser un solo edificio. Por un límite que no se sabe quién lo fijó, el bloque “A” está habitado hasta el piso 28 y el “B” hasta el 19.  Los primeros pisos de estacionamientos constan de nueve niveles para carros y un décimo nivel para las motos.  Muchas de las motos son usadas también como moto-taxis, los cuales a cambio de una tarifa suben a las personas como parrilleras hasta el piso 10, con límites de carga y acarreando cada quien lo suyo. Las precarias e inseguras instalaciones eléctricas fueron improvisadas por los mismos invasores, tarea que les tomó más de un año.  El agua potable se la proveen con un deficiente e intermitente sistema de tres bombas para cada torre, con una inelegante tubería que sube hasta el piso 28 y una manguera en cada piso.
Actualmente es habitada por poco más de 800 familias, ya que los primeros invasores no soportaron dormir en carpas y colchonetas, la falta de baños, comida cruda o fría, basura, ratas, escombros, falta de luz y agua, drenajes tapados y maleantes. Después de los primeros años de total caos y anarquía, los habitantes de la Torre se vieron obligados, por razones de supervivencia, a organizarse y a establecer ciertas normas que les permitieran vivir con un mínimo de higiene, comodidad y seguridad. A varios años de la invasión, los principales dolores de cabeza que hoy padecen los habitantes de la Torre, además de los que cabrean a cualquier Caraqueño, son la falta de ascensores, los robos, los adolescentes ociosos, la tiradera de basura por las ventanas, el fanatismo político, la falta de pago de la cuota de gastos, y los frecuentes escándalos de fiestas y música a todo volumen. Los habitantes más ancianos o discapacitados, pasan meses sin bajar de sus pisos. Se comenta en los pasillos que inicialmente la Torre era un infierno y que terminó siendo un paraíso para algunos de sus conformistas habitantes. A pesar de todo lo anterior, hoy en día la mayoría de las personas que habitan la Torre, son gente buena, honesta y trabajadora.   Los mierda son realmente la excepción, pero ¡cómo se hacen sentir!
Dentro de la Torre, hay prácticamente de todo, menos ascensores.  Tienen vigilantes, mantenimiento y aseo, gestionado por una cooperativa llamada “Caciques de Venezuela” que hace las veces de gobierno vertical de todo el lugar y con injerencia en casi todo cuanto acontece dentro de la Torre. Existe en ese edificio una espontánea y compleja organización vecinal que designa un delegado por piso. Muchos de los habitantes de la Torre aceptan o reconocen como líder a un joven llamado Alexander "El Niño" Daza. En esa colmena rigen más las leyes no escritas que las que sí.
La Torre es en realidad una ciudad a pequeña escala; en sus pisos se consiguen peluquerías, talleres de costura, reparadores de cuanta cosa se rompa, librerías, iglesias, brujos, albañiles, bodegas, etc.  Existe hasta un mercado inmobiliario para los espacios en los cuales se pueden construir las piezas o “apartamentos” que usa la gente para vivir.   Quienes consiguen dejar la Torre, venden estos espacios a quienes logran accederla, por cantidades que oscilan entre los 1.000 y 5.000 dólares, dependiendo las facilidades y ubicación de cada espacio. Más alto el piso, menos caro el espacio: exactamente al revés del valor inmobiliario universal.
La población de esta Torre es un verdadero muestrario de gente, hay más niños que moscas, ancianos, enfermos, discapacitados, gente de muchas nacionalidades, razas, religiones, profesiones, aficiones y preferencias sexuales. Son tan variadas las personas, que lo único que pareciera unirles es la buena o mala suerte de habitar ese sitio. Día tras día se atrincheran las posiciones de los moradores de la Torre, entre los que afirman vivir felices y agradecidos en ella, contra quienes lo deploran y viven frustrados e inconformes, siendo estos últimos los menos populares.
Son muy comunes en el interior de la Torre, los afiches, murales y hasta altares con propaganda política a favor de “Hugo Chávez” y “Nicolás Maduro”, creador el primero y sucesor el segundo, del Socialismo del Siglo XXI, peculiar sistema político-económico instaurado en Venezuela desde 1998.  Tanta propaganda, para muchos resulta contradictoria, ya que en lugar de culpar al gobierno por la precariedad en la que viven, buena parte de los habitantes de la Torre están más bien agradecidos porque les han dejado permanecer allí, lo que, a juicio de éstos, otro gobierno no les habría permitido.  La invasión de la Torre es vista por muchos como un triunfo del proletariado contra el capitalismo (para el momento de la invasión la Torre, ésta ya era de propiedad estatal). En algunos casos, la gratitud hacia el difunto Chávez, es tan sincera y emotiva que llega al fanatismo idólatra y visceral, el cual no pocas veces sus fieles defienden hasta con la violencia. Aunque las autoridades se han ocupado muy poco de la Torre y sus necesidades, hay una creencia generalizada entre sus habitantes, de que quienes sean notoriamente chavistas, estarán de primeros en la fila para recibir cualquier favor o ayuda que venga del gobierno. Los seguidores del gobierno, como se sienten que están en el poder, se manifiestan sin inhibiciones; pero, por otro lado, los críticos del gobierno, que también los hay a montones, prefieren pasar de bajo perfil y no expresar públicamente su discrepancia política, por miedo a represalias, estigmatizaciones y quedarse por fuera cuando haya alguna repartición de cualquier cosa.
Subir cientos de escalones varias veces al día, puede ser visto como un castigo o como una gracia, dependiendo de la circunstancia y antecedentes de quien lo hace. En efecto, muchos de los habitantes de la Torre son gente que ha venido de poblaciones satélite de Caracas, acostumbrada a viajar costosas y largas distancias en lentas colas para llegar a sus trabajos, teniendo que levantarse en algunos casos hasta a las 3:30 am para poder despachar muchachos y llegar a tiempo a su destino; y otro tanto para regresar a casa. Para quien viene de sufrir ese régimen de transportación, el poder vivir en el centro de Caracas, a solo minutos de su trabajo, hace que las escaleras se vean como un gratuito y saludable paseo. Vamos, que prefieren lo alto que lo lejos.
Rafa y su familia fueron de los últimos en llegar a la Torre, por lo que les tocó instalarse en el piso 27. Llegaron allí por esos tirones del destino que nos ponen arriba o abajo con tanta rapidez que muchas veces pasamos años en asimilar las cosas que nos pasan.  Rafa y su familia no estaban solos en el mundo, pero sus familiares y amigos estaban aún peor ellos.   Por lo menos el grupo familiar, Rafa, su mujer Sofía (Sofi, para los más allegados) y sus dos morochitas Niza y Leica, gozaban de buena salud. Los nombres de estas niñas tenían un origen tan maracucho como maracucha era Sofi: “Niza” no porque alguna vez hubiesen visitado ese bello balneario de la Riviera Francesa, sino porque le gustó al verlo en la etiqueta de una blusa fina que tenía esa marca; y “Leica” porque lo vio escrito en el lente de una cámara fotográfica, fabricada por esa famosa marca alemana. Sofi era una mujer amiguera y de un arraigo familiar pegajoso hasta lo insano. No podía pasar un día sin ver o hablar por teléfono con cualquiera del gentío que tenía por familia.
Cuando Rafa y su familia llegaron a la Torre, en ésta ya se habían formado toda clase de estructuras sociales, ya habían líderes y azotes, tarifas para todo, ya todos se conocían entre sí, había rivalidades, intrigas y toda clase de malas mañas y miserias humanas; todo lo cual hizo aún más amarga su inserción en esa estructura.
El trabajo de Rafa era buscar trabajo. Pasaba más tiempo sin trabajo que con él. No era un tipo flojo ni bruto, pero todos los trabajos que conseguía, según él, le quedaban pequeños. Él estaba convencido de que era mucho para esos piches trabajitos que le ofrecían. Era el típico mal-pobre a quien le encantaba tener privilegios no ganados y que le respetaran como a cualquier hombre exitoso. Tampoco tenía Rafa ningún talento explotado, ni nada que lo hiciera diferente a cualquiera de los otros miles de moradores de la Torre. Su virtud no pasaba de ser un tipo medianamente  buena gente. Sin embargo, con el tiempo, Rafa terminaría descubriendo y desarrollando algunas virtudes y talentos, pero hasta entonces, era un Don Nadie.
Rafa habría sido, no obstante, bien educado por su abuela materna, una vieja aragonesa de mente simple, nacida en un recóndito pueblito de campesinos enclavado en las colinas de olivares cercanas a Teruel, España, llamado “La Codoñera”. Rafa tenía más o menos buena dicción, era de piel bastante blanca y ojos casi azules, lo cual le trajo más problemas que beneficios en la Torre.  En los códigos sociales de la Torre, el no parecerte físicamente al resto de los torreros, ya tiende sobre ti un estigma de “musiú” o “bulguesito”, como suele llamar la chusma caraqueña a todo aquél que tenga pinta de europeo o de pertenecer a la clase media o alta. Es un hecho lamentable que en la Venezuela de hoy, el racismo esté apenas más atenuado que en la época de la colonia, y que siga existiendo como un secreto a voces: hipócrita y discreto, pero allí está, tan vivo como siempre, crónico e inhumano. La discriminación y auto-discriminación que se ve hoy en las calles de Venezuela, es tan marcada que determina muchas de las conductas sociales e individuales del momento. Vergonzoso e inaceptable, pero en pleno siglo XXI, la policía en Venezuela está más propensa a detener en la calle a personas de unas razas más que a otras. Se sigue prejuzgando a la gente por la raza, tanto que hasta se tuvo que dictar una insólita, odiosa e inútil ley para prohibir la discriminación racial. Un país en el que todavía se tenga que escribir expresamente en la Constitución que se prohíbe la discriminación racial, engendrará muchas Torre de David. 
Para Rafa, tener que vivir en la Torre, lejos de ser una suerte, era una desesperante maldición, una consecuencia de su mala fortuna, pero no producto de su falta de metas ni de su falta de focalización ni de acción. Tener que vivir allí, según el equivocado Rafa, no era culpa de él. Por eso no cambiaba. Él y su mujer internamente maldecían varias veces al día, tener que soportar todas las calamidades que significaba vivir en ese lugar. Pero las maldiciones no las exteriorizaban, habían hecho entre ellos un pacto solemne de no quejarse. Quejarse no los sacaría de allí. Se propusieron que cada vez que les provocara quejarse, pensarían más bien en alguna forma de dejar aquél oprobioso refugio. Rafa pensaba que todos los torreros que decían que la Torre era un maravilloso lugar, era por las únicas dos razones posibles para él: uno, que eran unos conformistas sin aspiraciones que ya habían alcanzado su máximo ideal de bienestar, y dos, que eran unos hipócritas que querían vivir mejor pero como no encontraban la forma de lograrlo, justificaban su incapacidad diciendo que vivir en la Torre no era malo. Estos juzgamientos solo los comentaba Rafa con su mujer, ya que los mismos podrían ser muy impopulares entre los torreros.
Temeroso de que la rata pudiera morderlo y enfermarlo, Rafa la cubrió completamente con un trapo de toalla, cuidando que no se le escapara; la envolvió firmemente logrando inmovilizarla; puso el inquieto bulto en el suelo y le cayó a taconazos con la primera bota que alcanzó.   Así comenzó un domingo normal en la vida de Rafa en la Torre.
2.- Rafa y su susto.
Entre las tantas ocupaciones que desempeñaba Rafa, estaba la de “Ayudante de Detective Privado”, es decir, el pusilánime a quien los investigadores privados le pagan una miseria para que pase horas escondido montándole cacería al sospechoso.   Entiéndase por sospechoso al presunto sinvergüenza que presuntamente engaña a la presunta esposa quien contrata al investigador quien le paga al ayudante.  Lo cruel es que a la mayoría de los ayudantes de detective privado, sus esposas los engañan, porque se la pasan fuera de casa. No era el caso de Rafa. Ese domingo en la tarde, Rafa recibió una llamada en su celular; era su ocasional jefe, el detective, para contratarle una vigilia, para ese mismo día en la noche, que tendría lugar en el Sótano 2 del Centro Comercial Centro Plaza ubicado en la Av. Francisco de Miranda en el Este de Caracas.  Rafa debía esconderse cerca del vestíbulo de los ascensores a nivel del Sótano 2, y esperar allí tranquilito hasta que saliera cierto señor a cierta hora con cierta joven asistente, y hacerle una foto sorpresa.
Cerca de las 10:30 pm, vibró el móvil de Rafa. Era el detective informándole que suspendiera la vigilia y se marchara, porque el sospechoso había regresado temprano a su casa ese día.  En ese momento se estacionó cerca del vestíbulo, una lujosísima camioneta color negro, muy lustrosa, con vidrios polarizados de total negrura hasta el parabrisas, y varias antenas.  Del puesto del copiloto se bajó un gorila enorme, con un radio en la mano, finamente trajeado y mirando nervioso en todas direcciones. Abrió la puerta trasera y se concentró en la puerta del ascensor. Casi de inmediato se abrió el ascensor y de su interior salió un hombre gordo, de mediana estatura, todo vestido de blanco al estilo cartagenero, catire, de poca cabellera y bocón. El hombre venía hablando por su móvil y acompañado de otro escolta más grande que él.  Destacaba el brillo de los anillos, el reloj y el celular que usaba el gordo. Estos accesorios prácticamente iluminaban la oscuridad del sótano. Súbitamente y de la nada, como suele suceder en estos casos, aparecieron como quien enciende una luz, dos sujetos flacos, enchaquetados, a bordo de una moto de alta cilindrada, con sus rostros cubiertos por pasamontañas, portando el parrillero dos pistolas enormes. Rafa se dijo “aquí fue” cuando se percató de lo que estaba a punto de suceder allí. Sin mediar palabras, los motorizados abrieron fuego a discreción contra el chofer, los escoltas y el gordo, en ese orden. El inicio del asalto fue tan rápido que los escoltas no tuvieron tiempo de reaccionar. Solo el chofer, quién para el momento del comienzo del tiroteo estaba protegido dentro de la camioneta blindada, tuvo tiempo de sacar su arma, salir de la camioneta y liarse a tiros inútilmente con los dos atacantes. Preso del pánico, el hombre gordo corrió con pesadez en dirección hacia la columna detrás de la cual estaba escondido Rafa, pero no le dio tiempo de escapar; un certero balazo le impactó con tal fuerza por detrás de la nuca, que salió volando hacia adelante cayendo de cara en el suelo, causando un repugnante ruido mezcla de exhalación, grito de dolor y eructo. Cuando cayó al suelo, su brillante móvil de color dorado saltó de su mano relajada y cayó al suelo, deslizándose hasta detenerse muy cerca de los pies de Rafa. Petrificado del pavor, Rafa no se atrevía a moverse y ni siquiera a respirar. El gordo quedó tal como cayó, el balazo le había impactado en la nuca, sin boquete de salida, lo cual le causó una muerte fulminante. Tan rápido como todo había comenzado, la balacera terminó.  La humareda y el olor a pólvora quemada tardaban en disiparse. En el suelo yacían los dos malandros, la moto, el chofer, los dos escoltas y el gordo. Todos inanimados, salvo por algunos quejidos y espasmos de uno de los malandros que aún seguía con vida. Inmediatamente Rafa tuvo el impulso de huir del lugar, pero no sabía si podía haber más pistoleros acechando derredor que pudieran confundirlo con uno de los miembros del cortejo del gordo. Su intuición le decía que si se quedaba allí por más tiempo, se iba a meter en serios problemas e iba a tener muchas declaraciones y explicaciones que dar; por lo que decidió huir de allí. Era imposible no notar la presencia del llamativo celular que arrojó el gordo en su caída; por lo que, antes de escapar del lugar, instintivamente, Rafa recogió el móvil del suelo, se lo escondió en el bolsillo delantero de su pantalón y se escurrió rápidamente dentro del ascensor cuya puerta seguía abierta. De los nervios, marcó varios botones al azar y el aparato empezó a subir. En la primera apertura de la puerta del ascensor, Rafa sacó la cabeza y se asomó en el piso que parecía ser la planta baja y, al no ver a nadie, salió del ascensor. Cruzando una esquina de los pasillos de la planta baja, aparecieron dos vigilantes del centro comercial que venían trotando despacito, chorreados del miedo, queriendo y sin querer dirigirse hasta la planta sótano de donde provino el ruido del tiroteo. Recordando las películas, Rafa caminó lo más serenamente que pudo al cruzarse con los vigilantes, quienes lo pasaron inadvertidamente. Todavía temblando y aturdido por el horror de lo que acababa de presenciar, Rafa se alejó rápidamente del lugar, tocándose el bolsillo para asegurarse que el móvil del gordo seguía allí y no se le veía.   Ya en el Metro, Rafa recuperó el aliento y la serenidad. De no ser por la rapidez con la que todo sucedió, Rafa podría jurar que en la confusión uno de los mismos escoltas del gordo fue quién le disparó a éste por la espalda. Después de calmarse un poco más, lo próximo que quería hacer era sacar el móvil para inspeccionarlo con detalle a ver si tenía algún valor de reventa, pero se abstuvo de hacerlo por miedo a que cualquier depredador en el Metro pudiera estar cazándolo para asaltarlo y quitárselo.  Mientras todo esto sucedía, el condenado móvil empezó a repicar una y otra vez, tanto que los demás pasajeros le veían con cara de “¿por qué no contestas?”. Rafa prefirió tantear con los dedos dentro del bolsillo, hasta que consiguió un botón que lo hizo callar.
Resoplando como un toro, al llegar al piso 27 de la Torre, Rafa caminó hasta la improvisada puerta de su pieza, abrió con sigilo por si Sofi y las morochas estaban durmiendo, como en efecto así fue.  Directamente pasó detrás de la improvisada cortina del espacio destinado a “baño”, se sacó el móvil del bolsillo, encendió una lamparita de baterías y se sentó en el retrete a observar detenidamente el lujoso aparato. Lo curioso de este móvil era que tanto el aparato como su dañado estuche, eran inesperadamente pesados. Rafa jamás había visto nada igual.  Era color oro, tenía el logo de la manzanita con el mordisco, la palabra “iphone 5” y tenía incrustaciones de cristales muy brillantes.   Rafa no quería encenderlo para que el móvil no empezara a sonar y despertara a alguien que comenzara hacer muchas preguntas. De no haber sido por el extraordinario peso del aparato, Rafa habría pensado que se trataba de un buen móvil decorado en baño de oro y pedrería falsa.   Pero mientras más inspeccionaba los detalles del aparato, más le inquietaba a Rafa que ese móvil pudiera ser mucho más valioso que el ya valioso “iphone 5”.   Rafa decidió esconder el aparato en un viejo escaparate e irse a dormir.   Embuste, desde que se acostó al lado de Sofi, no pudo conciliar el sueño por el resto de la noche. Los pensamientos no paraban de brotar en torno a la masacre que acababa de presenciar, a la imagen del gordo cayendo muerto cerca de él, ¿quién sería ese gordo del móvil?, y a la idea de ¿cuál podría ser el valor de aquél teléfono?, si el teléfono en efecto era valioso, ¿cómo haría para venderlo al mejor precio?, ¿cómo haría para que no lo acusaran de ladrón o de homicida?, ¿si debía quedarse o no con el teléfono?, ¿tendría ese gordo, familia interesada en recuperar el teléfono?, ¿qué hace esa alarma sonando a las 4:30 am? Mierda, la alarma! dijo Rafa, al tiempo que se levantaba de la cama para recoger agua del chorrito que en la Torre solo a esa hora sale por el grifo, algunos días. Con la primera agua había que lavar y volver a llenar el tanque de la rata. De inmediato se levantó también Sofi, se aseó lo mejor que pudo y se puso a preparar todo para despachar a las morochitas a la escuela.  Rafa estaba tan excitado por los acontecimientos de esa noche y tan trasnochado, que hasta olvidó dar los buenos días a Sofi de la manera acostumbrada, lo cual percibieron de inmediato los sofisticados sensores emocionales de la temperamental mujer.
-      ¿Y a ti qué te pasa? Le preguntó áspera Sofi. Sin esperar la respuesta, la impaciente mujer le ametralló: ¿Por qué llegaste tan tarde? ¿Dónde andabas? ¿vos creéis que uno no se preocupa? Las niñas no dejaban de preguntar por ti. Es que acaso por ple canr tklr pluret*]}+ #”V, &A%$G!”#O$ %&/()?)D( /&E%$MI% #E”#R” ”D$ %A/&/ ())#?
-      Ya va mija, ¿me vas a dejar que te explique? Interrumpió Rafa, es una larga historia que te la tengo que contar con calma.  Bajemos a llevar a las niñas y en el camino te lo cuento todo.
-      No, yo no, mejor bajáis vos, dijo incrédula, que yo ando como una loca, declinó Sofi.
El proceso de bajar las niñas a la escuela era todo un desafío físico y emocional.  Bajar 27 pisos a pié, por una rústica, sin barandas y peligrosa escalera, era una de las cosas que más detestaba Rafa hacer. Aunque en cada piso está pintado su número tipo grafiti, no necesitaba ni contar los pisos, porque como todos eran diferentes ya sabía cuánto llevaba recorrido y cuánto le faltaba.  A medida que iba descendiendo, el tráfico de gente por la escalera a esa hora va aumentando, hasta el punto que se hace una lenta cola, atascada por el paso lento de gente con sobrecarga, niños, ancianos e impedidos. Casi nadie sube ni baja con las manos vacías; todos llevan bolsas de basura, comida, ropa, materiales de construcción, víveres, etc. Es tan trabajoso subir y bajar esas escaleras, que la gente que vive en los pisos más altos, baja en la alborada y  no regresa hasta el ocaso; una sola vez por día. Como al rascacielos le faltan los vidrios en buena parte de su fachada, los ruidos de la calle al amanecer llegan claritos hasta arriba; el humo y el hollín suben inclusive hasta los pisos más altos  y penetran por todas partes. Sería una locura dejar que las niñas bajaran solas a la escuela. Por defecto, mediante cierto pacto entre Rafa y Sofi, él las llevaba y élla las buscaba.
Lo único que Rafa consideraba un privilegio de ese lugar, era el paso de la brisa fresca de la madrugada y la hermosa vista de la ciudad que se observaba desde la azotea y a través de los múltiples agujeros de la fachada de la Torre.
Una vez que Rafa le entregó las niñas a la maestra, salió de la escuela sin pararse en ningún kiosco de periódicos a ver los titulares del suceso de la noche anterior, ya que la masacre se produjo después de la hora del cierre de las ediciones de la prensa. Rápidamente se dirigió al único cibercafé cercano que abría a esa hora.   Hasta que abrieron, esperó frente al pequeño y feo establecimiento al otro lado de la avenida, pidió un ordenador y se conectó.  Lo primero que buscó fue las páginas de noticias de sucesos para enterarse quiénes habían sido las víctimas de la balacera de la noche anterior. Para su sorpresa, lo único que encontró en la red, fue una nota con fotos, de una radio local, que decía: “Abatidos anoche dos motorizados en enfrentamiento en el Este de la ciudad.  El CICPC informó que dos sujetos identificados como Germán Gómez Serrano (alias El Cura) de 24 años y Jimmy Zavala Cuevas (alias El Almidonao) de 28 años, resultaron abatidos en un enfrentamiento entre bandas rivales.  El hecho tuvo lugar en el sótano del Centro Comercial bla, bla, bla, la policía investiga que bla, bla, bla, hasta sus últimas consecuencias bla, bla, bla, hasta dar con los responsables de este lamentable suceso. Las madres de los jóvenes abatidos exigieron justicia a las puertas de la morgue bla, bla, bla y aseguraron que sus hijos eran muchachos trabajadores que no se metían con nadie ni se le conocían enemigos”.  Para desconcierto de Rafa, no se mencionaba a los otros cuatro asesinados. Esto le pareció rarísimo. ¿Sería que los otros no murieron? Imposible, sus sesos habían volado por todo el lugar. Por lo menos deberían reseñar que habían sido heridos; pero nada, eso era todo cuando se decía. Al no poder encontrar más información sobre el asalto, Rafa se puso a buscar en la red acerca del extraño móvil del gordo. Necesitaba averiguar de qué se trataba aquél exótico aparato.  No tardó en encontrar imágenes idénticas al móvil que él tenía escondido en el viejo escaparate, las cuales indicaban que se trataba de una exclusiva mixtura entre joya y teléfono, conocida como Goldstriker iPhone 3GS Supreme”, valorado en 3,2 millones de dólares.  Los datos de los conocedores coincidían en que el insólito móvil estaba recubierto por 271 gramos de oro puro, una pantalla rodeada por 53 diamantes y un botón de inicio que es una piedra de 7.1 quilates. Resulta además que cuando nuevo, lo entregan en un cofre tallado en granito y oro de Cachemira, con forro interior de cuero de quién sabe qué pobre animal de piel suavecita.
Rafa no podía creer lo que estaba leyendo. Quedó por un rato con la mente en blanco sin saber por dónde empezar a procesar tan inquietante información. En su mente no podía caber la idea cómo un simple teléfono móvil podría costar tanto dinero. En realidad no sería un móvil adornado sino una joya con un móvil adentro. Ahora la gran duda de Rafa era si el teléfono podía ser genuino o no.  A juzgar por las otras joyas que ostentaba el gordo, por los escoltas, la camionetota, y la manera cómo los asaltaron, era creíble que el teléfono fuera de alguien importante y, por ende, genuino; aunque también es cierto que en las altas esferas sociales las falsificaciones son tan comunes como en el mercado de los buhoneros. Rafa pensaba que si el móvil era genuino, éste debía tener toda clase de seriales y chips rastreadores, que lo harían fácilmente rastreable e invendible, al menos por un precio decente en el mercado negro. Los mismos que tuvieron tanto poder para ocultar la noticia de la muerte del gordo, ya tendrían la información de la pérdida del teléfono, y todo aquél quien lo tuviera en su poder, sería rastreado, encontrado, arrestado y probablemente acusado por el robo y los homicidios. Tales reflexiones le hicieron desistir a Rafa de su idea original de devolver el teléfono a los familiares del gordo, ya que, si lo hacía, se metería en líos sin remedio. Mientras Rafa pensaba en todas esas cosas, ya al ordenador se le había acabado el poquito tiempo de conexión que había podido comprar y se había desconectado.  Su próximo contacto con la realidad fue cuando el dependiente del cibercafé le demandó toscamente que le cediera el puesto al siguiente cliente que esperaba su turno.
Cuando Rafa salió del cibercafé, se detuvo en la puerta, levantó la cara, se puso más erguido, miró hacia arriba y percibió una brisita fresca y limpia en el rostro que jamás había sentido, esto a pesar del humo de los autobuses, las motos y las fritangas a su alrededor. Se sintió hasta más liviano y saludable. De pronto el cielo era más azul, los árboles más verdes y todo parecía brillar. Los ruidos de la ciudad sonaban como música. La sola idea de que pudiera tener en su poder algo que podía costar semejante fortuna, ya lo hacía sentir diferente.  Se sentía poderoso, grande,  genial, acertado, dueño de la verdad y la razón. En ese momento hubiera podido darle lecciones de vida a cualquiera. A las mismas personas que minutos atrás había visto como sus parroquianos e iguales, de golpe empezaba a verlos como inferiores e insignificantes. Y todo por el simple hecho de que existiera la posibilidad de convertir aquel móvil en unos cuantos millones.  En ese momento, volviendo al plano terrenal, Rafa, de rigurosa formación católica, tuvo un revoltillo de sentimientos, desde el sentimiento de culpa por quedarse con el teléfono del difunto, pasando por el arrepentimiento de ver a los demás como inferiores, y terminando en el hastío de tener que vivir donde vivía.
Sin pérdida de tiempo, Rafa emprendió el regreso a casa. Nunca se le hizo tan corto el ascenso de los centenares de escalones.  Mientras subía las escaleras,  Rafa trataba de ir poniendo en orden las ideas que le iban llegando por riadas.  Era indiscutible que el hallazgo lo compartiría con Sofi, ya que esa mujer, pese a su permanente mal genio, se había ganado su respeto y solidaridad, por comerse con él las verdes y las más verdes. Estaba ansioso por llegar a casa y contárselo todo.  También intuyó que si ese teléfono era genuino, su dueño debía ser estratosféricamente rico; ¿quién en este país podría ser tan rico? ¿quién era ese gordo? ¿a qué se dedicaba? ¿qué hacía en ese centro comercial? Por nada se le ocurría a Rafa quedarse el teléfono para usarlo, ya que aunque no fuera genuino, siempre era un teléfono inteligente a cambio del cual le darían algunos miles de bolívares, con los cuales pagar algunas de las deudas registradas en su infinita lista de pasivos.   Por ahora lo que más le preocupaba era cómo iba a saber si el teléfono era genuino y, de ser así, cómo haría para venderlo bien y sin meterse en líos.
Cuando Rafa abrió la puerta de la pieza en el piso 27, estaba Sofi parada al lado del viejo escaparate, con el Goldstriker en la mano y una cara que ya Rafa conocía de sobra.
-      ¿De quién es este telefonito de puta? Preguntó la mujer iracunda al tiempo que lo lanzaba contra el suelo con todas sus fuerzas!
-      Pero ¿qué haces? No seas loca, vale! Gritó Rafa mientras veía el teléfono estrellarse contra el suelo y desarmarse en pedazos.
Por un lado Rafa trataba de recoger todas las partes y juntarlas, y por el otro la mujer llorando desconsolada le acusaba de infiel.  El primer llanto se empataría con el siguiente, cuando Rafa logró explicarle todo, y ésta se dio cuenta de la tontería que acababa de cometer.
Después de los llantos, mocos, arrepentimientos y perdones, Rafa solo trataba de recuperar las piedritas perdidas y unir las piezas del teléfono para hacerlo funcionar. Dentro del mismo móvil podrían haber estado las respuestas a tantas preguntas.
El móvil que minutos atrás podría haber sacado de la pobreza a Rafa y su familia, de pronto se había convertido en chatarra.   Todas las sensaciones agradables que minutos antes había sentido Rafa al salir del cibercafé, de golpe se desvanecieron y volvía a sentir el aire pesado, la espalda doblada y una frustración desatada.  De pobre a rico y de rico a pobre, en solo minutos.   Sin embargo, Rafa aún tenía la fundada sospecha de que el móvil estaba hecho de oro sólido y que los cristales podían ser verdaderos brillantes, por lo que al menos quedaba la posibilidad de venderlo aunque fuese por partes.
En el taller de celulares del piso 3 de la Torre, atendido por un colombiano autodidacta (técnico electrónico, mariachi a medio tiempo, barbero y profesor de computación), con la pantalla rota, todo descuadrado, sin algunas de las incrustaciones y descompleto, para sorpresa de Rafa y Sofi, el móvil encendió.  De inmediato entraron decenas de llamadas y mensajes. Lo sensato era no atenderlas.   ¿De dónde sacaron esta joya? Fue la pregunta que se abstuvo de hacer el colombiano, ya que era obvio que ningún habitante de la Torre se supone que pueda ser dueño lícito de una cosa semejante.
De regreso en la intimidad de su pieza, el resto de la mañana lo utilizaron Rafa y su mujer para hurgar el teléfono y tratar de descubrir quién podría ser su dueño. Contario a lo esperado por la pareja, el teléfono tenía muy poca información, no tenía fotos ni videos ni contactos ni números grabados. Pudieron fácilmente saber el número de teléfono asignado al aparato y trataron inútilmente con una amiga de Sofi que trabajaba en la telefónica, de averiguar quién era el gordo, aunque sí pudieron saber que se trataba de una línea corporativa VIP a nombre de PDVSA no asignada a ningún usuario en particular. Varios de los mensajes que entraron al teléfono iban dirigidos a un tal “Ozzie”, como el mote del pelotero Guillén, por lo que Rafa intuyó que el gordo podía haberse llamado “Oswaldo”.   Los mensajes que entraban al teléfono eran uno más raro que el otro, algunos en inglés, pero todos invariablemente eran de personas que necesitaban encontrar al gordo para rematar tal o cual negocio. Finalmente pudieron resumir por los mensajes recibidos, que el gordo, o quien fuera el dueño del teléfono, se llamaba Oswaldo Rojas, que estaba de alguna forma vinculado al negocio petrolero, que tenía una exesposa metiche, por lo menos una hija, varias novias y muchos enemigos. Antes de dar por concluida la búsqueda, Rafa abrió casi por accidente, la única foto de la memoria del teléfono, con el ingenuo nombre “satneuc” (“cuentas” al revés).  El archivo era una foto de un papel manuscrito que decía lo siguiente:
“UBS
Num cliente cuenta numerada: 099fbTnjE2iAzxnMbcOwsqSvenA33RjgvO
Clave tel.: 1112.
Clave internet: 111293
Case postale 2600
1211 Ginebra, Suiza
Código BIC: UBSWCHZH81A
Número de cuenta IBAN: 240-C0128347.0
CH58 0024 0240 C012 8347 0
Pregunta de seguridad: Nombre de tu primera pareja
Respuesta pregunta: Cristian
Ejecutivo Asignado: Sr. Adrian Huber. Telf. Directo 0041-848-848.06.99”.
El papel tenía escrito otro tanto de datos sobre el Credit Suisse y que el mismo tenía Oficina de Representación de Credit Suisse AG en Caracas Avda. Francisco de Miranda Edificio Cavendes, Los Palos Grandes. Office 1401, Piso 14 Caracas 1060.
Rafa no era un experto bancario, pero cuando vio las palabras “Suisse” y “clave” en el mismo texto de la única foto que había en un teléfono de 3,2 millones de dólares, no había que ser un genio para atar cabos y sospechar que podían ser datos de cuentas bancarias en Suiza. Intrigado y desconfiado, Rafa copió en una hoja de papel todo el texto contenido en aquélla foto. Lo hizo con tanto cuidado que Sofi tuvo que dictárselo dos veces para confirmar. Apenas le alcanzó el tiempo para borrar el archivo antes que se agotara la batería del móvil y se apagara.   El maltrecho artefacto quedó sobre la única mesita de la pieza.
Se hizo la hora de buscar a las morochas a la escuela y esta vez le tocó a Rafa porque la mujer, con el jaleo del teléfono, no había cocinado almuerzo.
Al pasar por el piso 3, Rafa saludó al colombiano del taller de celulares quien estaba sentado sin camisa en la puerta de su local.  Tan pronto como Rafa se alejaba hacia los pisos inferiores, el colombiano hizo una corta llamada desde su propio móvil.
Al regresar a la pieza con las niñas, Rafa se encontró a Sofi llorando y visiblemente aporreada.  Enseguida Rafa imaginó lo peor, y no se equivocó.  Pasó lo que tenía que pasar, que al salir Rafa de la pieza, dos malandritos de la misma Torre, de no más de 16 años de edad, se metieron en su pieza, amordazaron y golpearon a  Sofi, y se llevaron el Goldstriker más la poca comida que había en la alacena. El primer impulso de Rafa fue bajar a matar a golpes al colombiano, principal sospechoso de ser el autor intelectual de aquel robo.   Y fue lo que hizo, pero por fortuna, entre el piso 27 y el 3 hay bastantes escalones para pensar y reflexionar.   A mitad de camino Rafa se devolvió porque prefirió no meterse en más líos.  Era del conocimiento de todos en la Torre, que ese colombiano era un soplón,  protegido y suegro del principal azote del lugar llamado Hugo “El Papi” Vera, última persona en el mundo con quien Rafa querría tener más problemas.
Esa misma tarde, después de una breve siesta, Rafa tomó la hoja con los datos que había copiado del móvil, y bajó al mismo cibercafé en el cual había estado en la mañana, para investigar sobre esos datos. Le tomó pocos minutos confirmar en Internet que los datos copiados del Goldstriker efectivamente correspondían a dos cuentas bancarias en Suiza. Con los datos que tenía anotados en la hoja, no tuvo ningún inconveniente en entrar a las páginas de los bancos y abrir la información de las cuentas. Su gran sorpresa fue cuando pudo verificar que se trataba de una cuenta en el banco “UBS” con un saldo disponible de más de 4,7 mil millones de dólares, y otra en el “Credit Suisse” con más de 1,3 mil millones de euros. Rafa casi de desmaya por olvidarse de respirar. Después de reaccionar, investigó que por causas de la legislación suiza, no existen en ese país cuentas totalmente anónimas, sino las cuentas “numeradas”, o sea, las que se identifican solamente con un número, en vez del nombre del titular, para así lograr la máxima confidencialidad legalmente permitida en las operaciones o transferencias electrónicas. Solo los directores del banco y unas pocas personas autorizadas pueden conocer la verdadera identidad de los dueños de estas cuentas. Las cuentas del gordo eran de esta modalidad.
Habiendo investigado lo suficiente, Rafa cerró las páginas sin dejar rastro en ese ordenador, pidió a la encargada que le hiciera dos fotocopias de la hoja con los datos, pagó y se marchó.
Cerca del ocaso, en el empinado camino de regreso a casa, Rafa se enteró por los chismes de pasillos, que unos policías del SEBIN habían estado en las afueras de la Torre y se habían llevado detenidos al colombiano y a dos menores como sospechosos, para interrogarlos por los asesinatos de “El Cura” y “El Almidonao”.   La policía, acompañada de otros tipos extraños, y portando un monitor tipo tableta, siguieron al colombiano tan pronto salió de la Torre con rumbo a la casa de empeños.  Lo capturaron a él y a sus dos acompañantes y se los metieron a golpes en una patrulla. Enseguida Rafa entendió que habían rastreado el teléfono hasta dar con quienes lo tenían.   También entendió que con la más mínima presión, los detenidos confesarían de dónde habían sacado en teléfono, y era solo cuestión de minutos para que la policía viniera también por él. Sin pérdida de tiempo subió las escaleras los más a prisa que sus piernas y pulmones se lo permitieron, hasta llegar jadeando a su pieza.  Entró corriendo y le habló a Sofi y las niñas lo más rápido y claro que pudo:
-      Después les explico, pero tenemos que salir de aquí ahora mismo, apúrense, recojan lo mínimo necesario y vámonos corriendo. Pero rápido, rápido!
En menos de una hora, ya Rafa y su confundida familia estaban montados en un autobús, con sus enseres más indispensables en un talego y rumbo a un viejo edificio en Caricuao, cuya conserje era una mujer portuguesa llamada “Maritza”, amiga de infancia de los padres de Sofi, quien aceptó alojarlos por una noche, mientras conseguían otro lugar donde quedarse.
Después que todo estaba calmado, Rafa le explicó a Sofi con mucho detalle todo lo que había descubierto de las cuentas en los bancos suizos.
-      A mí todo esto me da mucho miedo, Rafa, fíjate como ya nos quedamos sin casa otra vez, vale. Esta misma noche se nos meten, seguro.  Arrancando de nuevo a llorar la susceptible mujer.
-      Tranquila, mujer, le habló cariñoso Rafa a Sofi, ya resolveremos, como siempre resolvemos!
-      Piensa en tus hijas, vale, juzgó la madre, ya estoy harta de andar del timbo al tambo.
Cada vez que tenían este tipo de conversación, Rafa sufría mucho y se sentía dolorosamente cuestionado por su propia mujer a quien tanto amaba.  Constantemente Rafa era presa de los complejos de inferioridad que le causaba la belleza de Sofi y las permanentes quejas de ésta. Más aún, atormentaba a Rafa el hecho de que Sofi era una encantadora atleta, con rasgos guajiros, muy bien formada de cuerpo, con una tersa piel canela clara, de cabellera larga y negra, ojos verdosos y unos labios carnositos que enamoraban a cualquiera. Con ese aspecto, pensaba Rafa, no tendría ninguna dificultad para ligarse a un verdadero buen partido que pudiera darle a ella y a las niñas una mejor vida.  Inexplicablemente Sofi seguía fiel a su amado perdedor. De hecho, la hermosura de Sofi le había traído a Rafa más problemas que satisfacciones. Sofi era, por mucho, la mujer más atractiva de toda la Torre y sus alrededores. Tan pronto llegaron a vivir en la Torre, el líder de los malos se antojó de ella. En la Torre hay una eterna y balanceada lucha entre el bien y el mal, de la cual han emergido líderes de uno y otro bando. Los primeros luchan incansablemente por mejorar la calidad de vida del colectivo, mientras que los otros, irreductibles, se dedican a controlar y beneficiarse de cuanta actividad criminal se haga dentro y fuera de la Torre. El más conocido líder del mal, habitante de la Torre, era realmente malo, muy malo y peligroso; al tal extremo que reunía en su personalidad casi la totalidad de las miserias humanas conocidas. Se hacía llamar “El Papi”. Es curioso como un cuerpo humano puede portar tanta maldad y crueldad sin enfermarse. La única virtud de este malviviente, era que cumplía lo que amenazaba y cuidaba su cuerpo. Dedicaba buena parte de su tiempo a levantar pesas y a practicar artes marciales al aire libre en una de las terrazas de la Torre. Era muy bueno con los puños, pero ni falta que le hacía porque siempre iba armado hasta los dientes. El maldito se enamoró de Sofi a primera vista y no hubo un solo día que él o sus pandilleros no la acosaran en las escaleras y pasadizos de aquél vecindario vertical. Sofi odiaba cuando la llamaba “mi canelita” y siempre lo rechazó a pesar de todas las ofertas de bienes y males que le hizo. Sofi y  Rafa vivían constantemente aterrorizados por la sola cercanía de este deleznable sujeto y sus amigotes. Cada vez que Rafa intentaba ponerlos en su sitio, terminaba sufriendo brutales golpizas de las que tardaba semanas en recuperarse. En el último enfrentamiento, hasta le habrían sodomizado varios de los esbirros de “El Papi”. Después de este nefasto episodio Sofi habría dejado de contarle a Rafa las ofensas que a diario recibía de “El Papi”. Sofi sabía que la próxima vez que Rafa los enfrentara, lo descuartizarían sin darle ninguna oportunidad.
Los tipos como “El Papi”, se creen muy listos y poderosos, porque tienen bajo su égida o su yugo a un montón de idiotas y pobres de espíritu que lo tienen como su adalid. En el submundo donde viven, creen ser felices y no aspiran a nada más. Pues la verdad es que estos engendros del demonio, en el fondo no son más que unos grandes perdedores, condenados a una vida antisocial que rara vez logran dejar. El solo hecho de vivir donde viven es un indicativo de su falta de verdadero poder. Por suerte, estadísticamente, terminan asesinados a temprana edad.
3.- Rafa y su plan.
Esa misma noche, contra todos los buenos principios aprendidos de su yaya, y presionado por su situación familiar, Rafa le confesó a Sofi un plan que había pensado para intentar hacerse del dinero del gordo.
-      No me respondas nada ahora, le dijo Rafa a su trémula mujer, pero te voy a explicar lo que quiero hacer.   Tal como ya te conté, continuó, pude meterme sin ningún problema en las cuentas millonarias de ese tipo, y quiero intentar ver si desde esas cuentas podemos hacer transferencias a otras cuentas para sacar parte de esa plata, me sigues?
-      Ya venís vos otra vez con tus inventos, Rafa, qué tal si más bien te buscais un buen trabajo y lo conserváis, chico.
-      De verdad creo que lo que te propongo es posible, Sofi, no perdemos nada con intentarlo.   Hacemos todo en plan anónimo por Internet, desde diferentes cibercafés, y, si algo sale mal, no podrán pillarnos, porque no sabrán quién fue.
Gradualmente, la mujer se fue abriendo y aceptó escuchar el plan de su marido.  A los pocos minutos ya estaban los dos del mismo lado, estudiando los pros y los contras del plan.
La pareja decidió que probarían tomar dinero de las cuentas en pequeñas cantidades para evitar sospechas.
-      No conozco a nadie, coño, que tenga cuenta de banco afuera, para hacerle una transferencia y que, de paso, no nos joda, se dijo así mismo Rafa.
Después de un largo silencio, Sofi dijo: tengo una cliente (la Sofi era peluquera, pegaba uñas postizas a domicilio, y cuando había torneos de fin de semana, hacía de “female caddy” para damas en el Club de Golf El Junko) quien una vez me comentó, que estaba saliendo con un tipo que vendía dólares y que hacía transferencias mediante una cuenta en el banco Citi de Nueva York.   Voy a llamarla a ver qué me dice.  Seguro que me va a querer cobrar algo, la conozco.
-      No importa, dijo Rafa generoso, si hay que pagar algo, se paga, para eso hay bastante plata en esas cuentas.
A esa misma hora, 10:15 pm, llamaron a la clienta de Sofi para preguntarle si todavía salía con el tipo de los dólares.   Estoy con él ahora mismo, respondió la mujer con voz de lambucia, ¿te lo paso?   Rafa habló con el hombre por unos instantes, y convinieron que el pago por el servicio sería de un 15% del monto de la transferencia, más gastos y comisiones.  El hombre, de nombre Nacho, le dio a Rafa los datos de la cuenta para la transferencia, y le advirtió que no podían transferirle más de diez mil dólares a la vez, porque de lo contrario el banco comenzaría a hacer preguntas que nadie quería responder.
Al día siguiente, después de dar de desayunar a las niñas, cortesía de Maritza; Rafa y Sofi se dividieron las tareas. Sofi se encargó de ir a la telefónica a intentar comprar un telefonito baratón y asociarle el número de la línea del gordo, por si los bancos suizos hacían alguna llamada para confirmar las transferencias.  Rafa tomó a las niñas y se fue temprano al cibercafé más cercano que encontró, a esperar que abrieran. Rafa pudo sin ningún problema hacer una primera transferencia por nueve mil seiscientos dólares desde el banco “UBS” del gordo al banco “Citi” de Nacho. Esa transferencia debía tardar tres días hábiles en hacerse efectiva en la cuenta de Nacho.  Sólo hasta ese momento, la clienta de Sofi le entregaría a ésta, en efectivo, los 8.160,00 dólares convenidos. Saltándose todos los protocolos y procedimientos de la telefónica, la amiga de Sofi logró que un técnico hiciera funcionar el telefonito baratón, con la línea del gordo, la cual aún seguía activa.   El plan era no usar el telefonito para hacer llamadas, sino solo para responder las que pudieran provenir de Suiza, cuyo código de país es 0041.
Los huéspedes lograron convencer a Maritza que les dejase estar en su conserjería por unos días más, bajo la promesa de que al final de la semana le darían una significativa gratificación.   Quizá porque le dio lástima con las lindas morochitas, la conserje accedió.
Durante los próximos días, la pareja se dedicó a revisar mil veces la prensa y las páginas de noticias en busca de información sobre la muerte del gordo y sus hombres, sobre el colombiano y los muchachos arrestados; a estos tres últimos, por cierto, los desaparecieron, más nunca se supo de ellos. También revisaban constantemente los mensajes en el telefonito con la línea del gordo y las cuentas suizas en Internet. A ambos les atormentaba el hecho de que ya se habían gastado casi todo el poco dinero que habían recogido cuando salieron huyendo de la pieza, que ya Maritza comenzaba a verlos con mala cara porque no trabajaban y porque las niñas estaban perdiendo clases en la escuela.
Con precisión suiza, el viernes en la mañana, ya la transferencia estaba disponible en la cuenta de Nacho.   En la tarde, la clienta de Sofi le estaba entregando a ésta 8 mil dólares en billetes de 20 nuevecitos. La familia entera no cabía de la emoción, los padres contagiaron de alegría a las niñas y a Maritza, quien enseguida cambió de actitud.
El mismo viernes en la tarde, Rafa pagó a Maritza quinientos dólares por el favor de hospedarlos y además le dio las gracias.  Luego se llevó a su familia a un hotel decente en el Este de Caracas, donde se registraron con nombres falsos. En la noche salieron en taxi a disfrutar de una copiosa cena en un buen restaurante.
Las morochitas no dejaban de preguntarle a sus padres una y otra vez, por qué se habían mudado dos veces, por qué no estaban yendo a la escuela, por qué no veían a sus amiguitos de la Torre, dónde estaban sus juguetes y por qué y por qué y por qué…  Sofi se encargaba de distraerlas e inventarles respuestas a todas sus preguntas.  A los padres les ocupaba la totalidad de sus pensamientos si podrían sacar más dinero de esas cuentas, cuánto más podrían sacar, si los descubrirían y perseguirían o no.   Era muchísimo dinero el que había en esas cuentas, y ya habían logrado tomar una minúscula fracción.  No sabían pues qué tan ricos eran, hasta no saber cuánto dinero podrían tomar de las cuentas.
Al día siguiente, sábado en la mañana, Rafa logró cambiar tres mil dólares en el mercado negro con el recepcionista del hotel, y se llevó a su familia a un conocido centro comercial de Caracas para comprarles ropa y otras cosas que necesitaban. Ocho mil dólares, en el bolsillo de un habitante de la Torre es simplemente una fortuna.
4.- Rafa y la fortuna de Ozzie.
Rafa tenía miedo de gastar rápidamente el dinero que había conseguido, porque no sabía cuánto más podría tomar de las cuentas del gordo. Para lo que sí no esperó fue para volver a llamar a Nacho y proponerle una segunda transferencia igual que la primera.  Nacho, gustoso, aceptó.
Comenzó así una rutina mediante la cual Rafa transfería cada tres días, cantidades entre 5 y 9 mil dólares, a la cuenta de Nacho, y éste le entregaba a Rafa en efectivo casi el 85% de lo transferido.   Ambos estaban felices.   Con cada entrega del efectivo a Rafa, éste iba mudando a su familia a hoteles cada vez más lujosos.
Ya había transcurrido un mes de hacer transferencias y Rafa había logrado juntar más de sesenta mil dólares en efectivo, los cuales iba atesorando en la caja fuerte de cada hotel. Mediante una cuidadosa selección, y viendo que las transferencias seguían funcionando, Rafa contactó a varias personas como Nacho, con cuentas afuera, en las cuales pudieran hacerse transferencias por montos mayores. A las pocas semanas, ya estaba haciendo decenas de transferencias diarias por montos cercanos a los veinte mil dólares cada una, a cuentas de las clientes golfistas de Sofi en España, Panamá y Estados Unidos.  Sofi era la encargada de recibir el efectivo, lo cual hacía en diferentes cafés del Este de la ciudad.
En la medida que aumentaban el monto y la frecuencia de las entregas de efectivo, la pareja de ex habitantes de la Torre, empezaron a gastar en lujos y extravagancias.  No se atrevían a suspender las transferencias para hacer un viaje de vacaciones, porque temían que las cuentas suizas se bloquearan en cualquier momento. Preferían cargárselas hasta reventarlas mientras pudieran, ya después habría tiempo y dinero para vacacionar. Ya las cosas que compraban no les cabían en la suite del hotel más lujoso de Caracas. Paradógicamente, desde el ventanal de la suite del hotel que había escogido Rafa para alojar a su familia, se veían los pisos superiores de la Torre. Para cuando ya habían logrado juntar más de novecientos mil dólares, la pareja había comprado dos camionetas de lujo con chofer, ropa de las marcas más caras, joyas, y juguetes finos para las niñas.  Contrataron una maestra bilingüe que venía al hotel a darles clases particulares a las niñas durante el día, y la Sofi, cuando no estaba recogiendo las entregas de efectivo, se la pasaba de gimnasio en gimnasio y de peluquería en peluquería.
La pareja acordó que Rafa haría un viaje a Suiza para abrir sus propias cuentas, así como a Miami, Madrid, y los principados de Andorra y Liechtenstein, con los mismos fines. Era lógico que si podía abrir sus propias cuentas, por qué tendría que pagarles comisiones a los intermediarios. Mientras tanto, Sofi permanecería en Caracas encargándose de la rutina de las transferencias y la recepción del efectivo. Para ese momento ya habían podido pagar un gestor que les había tramitado a domicilio sus pasaportes, cédulas, partidas de nacimiento, de matrimonio, visas y toda la identificación con cambio de apellidos chimba-legal: Rafa, cuyo nombre completo era Rafael Castro Méndez, se había cambiado a Rafael Toro Zurita, y Sofi se lo cambió a Sofía de la Chiquinquirá Delgado de Toro. Con eso, creyeron equivocadamente que no tendrían por qué andar escondiéndose y podrían viajar a dónde quisieran.
El viaje de Rafa sería solo de negocios, puesto que la Gran Vacación Familiar la haría después, con Sofi y las morochas.   Como era de esperarse, la agencia de viajes le programó a Rafa un periplo con vuelos en primera clase de las mejores aerolíneas, reservas en los mejores hoteles de las capitales que visitaría, traslados en vehículos de lujo y una agenda de reuniones en bancos, previamente concertadas por Internet.
Al llegar a Miami, Rafa se alojó en una suite del hotel “Mandarín Oriental”. Mientras se registraba en la recepción del hotel, Rafa se dirigió instintivamente al mismo botones cubano que acababa de bajarle la maleta del taxi y le preguntó:
-      Estoy interesado en contratar una dama de compañía para esta noche, ¿tienes algún número de contacto que me puedas facilitar?
-      No había terminado de hablar Rafa cuando el botones le dijo: sígame un momento caballero, para entregarle algo, mientras se alejaba unos pasos del alcance auditivo de la dama de la recepción. El botones, poniendo cara de profesional, metió la mano en el bolsillo de su esmoquin y sacó cinco tarjetas a todo color con las fotos de igual número de voluptuosas y coquetas mujeres con muy poca ropa, una más bella que la otra. Las tarjetas señalaban teléfono, website, tarifas y horarios.  El botones entregó las tarjetas a Rafa diciéndole: solo tiene que escoger la o las que más le gusten y las llama, o si prefiere yo mismo se las llamo y se las traigo. Lo único que sí le pido es que si usted mismo las llama, les diga que la tarjeta se la dio Ronald del Mandarín”.
-      Encárgate tú, le dijo Rafa a Ronald poniéndole una propina de doscientos dólares en la mano, llama a esta catirita y a esta otra achinaita, con esas dos me apaño por hoy, diles que me esperen en el bar de la piscina como a las 8 pm, a esa hora más o menos bajo por ellas. Rafa prefería bajar a buscarlas y no que se le aparecieran en la suite, por si no le gustaban y tenía que deshacerse de ellas. Pero eso sí, Ronald, no quiero sorpresas, tienen que ser tan bonitas como salen en la foto. Ofréceles el triple de lo que cobran para que se esmeren de verdad.
-      Tranquilo señor, son tal cual, están garantizadas, nadie se arrepiente, le asesoró Ronald, a esa hora me toca guardia en el bar, si no le gustan, usted me busca y yo mismo se las cambio; pero créame, le van a encantar. Las dos hablan español.
Sin pensar mucho en lo que acababa de hacer, Rafa se instaló en su suite, se bañó, descansó un rato y cerca de las 8:00 pm, se echó efectivo en los bolsillos y bajó al bar de la piscina para tomar un trago con las chicas de Ronald. Había muy poca gente en el lugar y no más acercarse a la barra quedó impactado con las dos mujeres que estaban sentadas en traje de baño con pareos, conversando despreocupadas y alegres. Ronald le había mentido a Rafa, las mujeres no eran como salían en las fotos, sino groseramente más atractivas. No era capaz de diferenciar cuál de las dos era más hermosa. De verdad iluminaban el sitio con su presencia. Enseguida las identificó y se les acercó.
-      Buenas noches, señoritas, ustedes deben ser las amigas de Ronald, ¿cierto? Preguntó Rafa con actitud de conquistador.
-      Si, dijo la catira, la más extrovertida, y usted debe ser Don Rafael, ¿sí? Preguntó la angelical jovencita con un delicioso acento bogotano. 
-      Así es, respondió Rafa con una nerviosa sonrisita de bobalicón que no lograba controlar, pero no me llamen Don Rafael, para mis amigas soy Rafa.
Empezó así, entre tragos, risitas e insinuaciones, un hipócrita interrogatorio entre Lisa, Alison y Rafa, para supuestamente conocerse, aunque los tres sabían que las muchachas nunca dirían la verdad en cuanto a su origen, nombre, edad, gustos ni nada. Ronald no dejaba de monitorear el encuentro a una discreta distancia, parado cerca del baño de caballeros. Antes de una hora, ya el alcohol y los perfumitos habían empezado a surtir sus efectos desinhibidores y los tres comenzaron a entrar en confianza rápidamente.  Cuando Rafa ya tenía a ambas mujeres tomadas por la cintura y respirándoles en los cuellos, quiso pasar a más:
-      ¿Qué dicen, nos tomamos el siguiente traguito en la suite? Propuso el impaciente Rafa.
-      Claro que sí, vamos, respondieron sin titubeos las chicas fáciles, casi al unísono.
Producto de los tragos, o de la emoción, en ese momento Rafael sintió impostergables ganas de orinar, se excusó con las mujeres, pidió permiso para ir al baño antes de subir, y se alejó presuroso hacia el baño que estaba detrás del bar. Entró al baño y se encontró con un enorme espejo alto y ancho, dispuesto a lo largo de todos los aguamaniles. Entró al mingitorio, orinó apurado, y antes de regresar, cuando se paró frente al espejo para lavarse las manos, sucedió algo místico. Vio su vergonzosa cara toda besuqueada reflejada en el lujoso e iluminado espejo, por espacio de casi un minuto, y luego se dijo en tono acusador: ¿qué te pasa Rafa? ¿te parece correcto lo que estás haciendo? ¿te vas a portar como un animal? ¿acaso esa plata, que ni siquiera es tuya, te da derecho a irrespetar a Sofi? ¿antes no y ahora sí? ¿qué cambió? El angelito bueno hizo de las suyas en ese momento: el malo no tuvo siquiera chance de aparecerse. Rafa se sintió un gusano por lo que estaba a punto de hacerle a Sofi. Le asaltaron en ese momento los recuerdos de todas las cosas que había soportado Sofi por permanecer a su lado; recordó también que él jamás había tenido algo que reclamar a Sofi por causa de infidelidades; y por último lo remató pensar en el profundo amor que sentía por sus morochitas, por lo que le sobrevino un bloqueo involuntario y total que le impidió continuar el lance con las dos mujeres. No tuvo el valor de decirles a las chicas que desistía del revolcón, por lo que se metió la mano al bolsillo, sacó un fajo de billetes y le hizo señas a Ronald para que se acercara, y así le habló:
-      Ronald, acabo de recibir una llamada urgente y tengo que retirarme ahora mismo, mintió Rafa, lo de esta noche con tus amigas ya no va. Toma, aquí tienes cuatro mil dólares para que le des dos mil a cada una. No las jodas, porque mañana las llamo y les pregunto. Excúsame con ellas con cualquier historia y pídeles que se marchen. La cuenta de los tragos que me la carguen a la suite.
-      Qué lástima señor Rafael. ¿Y para mí no hay alguito? Fue la pregunta del proxeneta, mientras recibía en su maño los 40 “Benjamines Franklines” nuevecitos.
-      A ti ya te pagarán ellas, no seas agallúo! Se sacudió el ex habitante de la Torre.
Después de dar el dinero y las instrucciones a Ronald, Rafa huyó del lugar sin ser visto, y subió arrepentido a su habitación para llamar por teléfono a su mujer y a sus hijas y decirles una vez más cuánto las amaba y extrañaba.
El resto del viaje continuó sin mayores novedades. Sin embargo, durante su recorrido, mientras más maravillas iba conociendo Rafa en cada sitio que visitaba, más pensaba en lo aislados del resto del mundo que él y su familia habían vivido hasta entonces. Lamentó cómo su vida en la Torre, se había limitado a la patética rutina de subsistir, alimentarse, vestirse, subir y bajar escaleras, recoger agua, buscar trabajo, no meterse en problemas, hacer colas para comprar comida y torear a las niñas. La mayoría de las personas se entrampan en esa rutina, al punto que no encuentran el momento para detenerse, reflexionar y hacer los cambios que con toda seguridad necesitan hacer. Nunca tienen tiempo para eso y por lo tanto están condenados a seguir igual. La vida de nadie, pensaba Rafa, debería reducirse solo a eso, no es justo. El mundo tenía tantas maravillas que descubrir, que una sola vida no alcanzaría para lograrlo; y, sin plata, menos. Aunque es claro que no todos desean conocer el mundo, Rafa no podía evitar pensar de nuevo en toda esa gente de la Torre que jamás saldría de Caracas ni mucho menos de Venezuela, no por no querer sino por no saber. Rafa tenía la acertada percepción de que aunque muchos torreros tienen acceso a Internet, a la comunicación y a la información, el universo para ellos era solo la Torre y su entorno, y nada más, sin aspiraciones más allá de tener un sitio dónde “vivir”. Rafa sentía la necesidad de contarles a todos lo que había más allá de los muros de la Torre, a modo de estímulo para que esos miles de personas tuviesen algo más por lo cual luchar y vivir. Rafa estaba convencido que mientras las personas más valoraran sus propias vidas, respetarían un poco más las de los demás. El irrespeto por la vida ajena, que para Rafa era casi normal, no lo es así en los nuevos sitios que visitó. Después de conocer ciudades en la cuales se vive sin violencia, Rafa no podía dejar de compararlas con lo que solo hasta ahora él conocía. A Rafa ya comenzaba abrírsele la mente y empezaba a ver algunas de las causas de la violencia que tanto le preocupaba y que en carne propia tantas veces le había tocado sufrir. En Venezuela, y principalmente en Caracas, por estos días hay tanta violencia que tu vida vale aún menos de lo que valía la vida de un prisionero judío en tiempos del holocausto; tu vida vale lo que cualquier asaltante malviviente, ebrio o drogado, decida que vale, es decir, nada o menos que nada. De donde Rafa venía, a diario se asesinan a personas para despojarlas de un carro, una moto, un móvil, unos anteojos de sol, una gorra y hasta por el par de zapatos que llevan puestos, sin hacer falta siquiera que opongan resistencia al robo; o peor aún, se asesina por una discusión en el tráfico o simplemente porque la víctima no pudo adivinar qué era lo que el maleante consideraba una conducta irrespetuosa hacia su persona. El problema estaba, pensaba Rafa, que quien estima que su vida vale poco o nada, de la misma manera estima la vida de los demás. Con un arma en la mano, cualquiera de estos dioses, se siente con el poder y la discreción para decidir quién vive y quién no. Para mejorar esto de raíz, había que ayudar a la gente a mejorar su nivel de vida y su autoestima, era la misma conclusión en la que todas las reflexiones de Rafa desembocaban. Estas reflexiones serían la base del pensamiento que luego marcarían sus acciones y que dejarían honda huella en la vida de Rafa y su familia.
Rafa concluyó su rápido periplo en menos de dos semanas, y regresó a Caracas, habiendo cumplido todo lo programado.
Ya de vuelta en Caracas, pletóricos de cuentos y regalos, Rafa y Sofi estaban listos para empezar a hacer transferencias mayores desde las cuentas de Ozzie hacia las nuevas cuentas propias. Un día cuando intentaron aumentar el monto de las transferencias a más de cincuenta mil dólares por cada transacción, repicó el telefonito que tenía activada la línea del gordo. En ese momento Rafa se encontraba solo, observó la pantalla del teléfono y se leía el número 0041-848-848.06.11 por lo que la llamada debía provenir de Suiza. Por mucho que previamente Rafa y su mujer habían ensayado una y mil veces la manera cómo contestarían aquella llamada, la misma le produjo escalofríos a Rafa.  Contestó hecho un manojo de nervios:
-      Aló! Respondió Rafa lacónico y pavoroso.
-      Buenas tardes señor, sonó en perfecto castellano la voz de un joven con acento español aprendido en academia. Mi nombre es Adrian Huber, ejecutivo de cuenta del banco UBS, sede central de Ginebra. ¿Es usted el señor Oswaldo Rojas?
-      Sí, soy yo. Dígame.
-      Señor Rojas, el departamento de seguridad electrónica del banco necesita confirmar información relacionada con su cuenta. Prosiguió clara y pausadamente el muchacho, como si repitiese un trajinado guión. Como entendemos que usted puede desconfiar de esta llamada, le ruego que sea usted quien haga una llamada sin costo al número de teléfono del banco que se le suministró previamente, y pida que lo comuniquen conmigo para entonces poder hacerle algunas preguntas de seguridad para verificar que efectivamente usted sea el señor Rojas. ¿Está usted de acuerdo?
-      Si, ya lo llamo. Dijo obedientemente Rafa.
Rafa sacó rápidamente una copia de la hoja con todos los datos del banco que siempre llevaba consigo, e hizo la llamada al teléfono que tenía anotado, pidió que lo atendiesen en Castellano, y que le comunicasen al señor Huber.
-      Gusto en saludarlo nuevamente señor Rojas. Dijo cortésmente el señor Huber cuando se puso al teléfono. Para conversar con usted por teléfono, debemos validar sus datos, mediante algunas preguntas de seguridad, ¿está usted de acuerdo?
-      Sí, como no, estoy de acuerdo. Respondió Rafa con una confianza y seguridad tan precarias, que de no ser porque Huber era un novato, habría encendido todas las alarmas.
El novel helvético hizo a Rafa una serie de preguntas que milagrosamente éste  logró responder solo con la información contenida en el papel que tenía en la mano. Después de pasar las pruebas de identificación, el joven Adrian, pidió permiso para grabar la conversación, lo cual Rafa aceptó.
-      “Muy bien, señor Rojas, el motivo de mi llamada es para verificar, por su seguridad y la del banco, una serie de transferencias que recientemente se han estado registrando en su cuenta, las cuales difieren del patrón normal de utilización de su cuenta. ¿Ha estado usted haciendo esas transferencias?”.
-      Eso es correcto. Reconozco esas transferencias y todas son correctas, confirmó Rafa, al tiempo que se las describía someramente.
-      “Entendido, señor Rojas. Si usted las reconoce, entonces no hay problema. Hay una pegunta adicional que debo hacerle, la cual no es obligatorio que me responda, pero para la programación financiera y comercial del banco sería de mucha utilidad saber ¿por qué se han hecho solo retiros y no depósitos en la cuenta? y si usted piensa bajar sensiblemente el promedio de sus saldos”.
-      En efecto, Adrian, respondió Rafa menos tenso, estoy haciendo muchas inversiones inmobiliarias, que justifican esos retiros, y sí, el promedio de saldos seguirá bajando. Puedes poner en el sistema la nota o condición de que a largo plazo los fondos subirán, pero en los próximos meses esas transacciones se van a seguir haciendo con más frecuencia y aún en cantidades mayores cada vez.
Después de aceptar las respuestas e indicaciones de Rafa, y luego de las despedidas y formas de rigor, ambos hombres se despidieron. Después de cortar la llamada, Rafa largó un emocionado grito de alegría y celebración. Estaba aliviado porque había pasado airoso esta temida prueba de fuego, y feliz porque ahora tenía luz verde para sacar dinero más rápido y en mayor cantidad. De pronto, el poder vaciar esas cuentas del gordo, se había convertido el todo para rafa.
A estas alturas una sola cosa si era cierta, la pareja intentaría tomar cuanto antes de las cuentas todo cuando fuera posible, hasta que las mismas se bloquearan, lo cual sucedería tarde o temprano.
La pareja ya había podido pagar todas las deudas y favores que habrían acumulados durante los últimos años.   También habían ayudado a varios familiares y amigos en desgracia.
Una vez que Rafa y Sofi lograron empezar a hacer más y mejores transferencias a sus propias cuentas, ya no necesitaban estar en Caracas atendiendo las transferencias y recolectando personalmente el efectivo de las mismas.   Ya eran libres de moverse a dónde quisieran y por todo el tiempo que les provocara. Fue solo cuestión de días para que organizaran y comenzaran a disfrutar de las vacaciones soñadas.
Sin límites de dinero, Rafa y su familia se lanzaron a unas copiosas vacaciones por los mejores destinos turísticos y capitales de todos los continentes, pero, eso sí, todo por encima de primera clase.  Nunca la familia había podido siquiera soñar que el mundo, con dinero, era tan grande, variado y fascinante.  Sin itinerario ni agenda, iban de un lugar a otro en vuelos privados sin mirar el reloj ni el almanaque. El único “trabajo” que hacían era monitorear las cuentas bancarias y asegurarse de que todo seguía funcionando en orden, y seguir transfiriendo dinero a las cuentas propias. Luego de tres meses de vacaciones, y estando de paso en un bellísimo pueblito de la Toscana en Italia, llamado “Pienza”, mientras cenaban en un exquisito restaurante, a Sofi se le salió un insólito “gordo, ¿cuándo nos regresamos a Venezuela?”. No lo llamaba “papi” ni en broma. Créase o no, la pregunta le cayó bien a Rafa, quien desde hacía varios días ya estaba pensando hacer la misma pregunta, la cual no se había atrevido a hacer para no pasar por aguafiestas.   Decidieron regresar a Caracas, no sin antes fletar un lujosísimo yate privado en Alicante, España, con el cual navegaron por todo el Mediterráneo por tres semanas más. Al parar en la ciudad de Marbella, en la Costa del Sol al Sur de España, fue el sitio en el que mejor se habían sentido, allí fueron convencidos por un habilidoso agente inmobiliario para que se comprasen una encantadora casa ubicada entre la playa y un lujoso campo de golf. Debido a su gusto por el golf y sus campos, Sofi fue fácil de convencer. La casa era bellísima y apenas alcanzaron a dormir en ella una sola noche, antes de seguir su viaje. Rafa tomó un plan de pago anticipado tipo “platinum” que incluía 40 años de membresía en el club de golf, mantenimiento interno y externo de la casa vacacional y gastos de condominio por el mismo tiempo. Entre tanto derroche y desenfreno, hasta dejaron olvidados los papeles de la casa y el contrato. Ya no les cabía más placer, no había comida más fina ni sabrosa que probar, ni licores más caros que beber, ni joyas más deslumbrantes que lucir, paisajes, privilegios y espectáculos que disfrutar. De parada en Mónaco, disfrutaron en primera fila de una carrera de Fórmula 1 y de una jugadita en el casino “Le Café de Paris” que le costó la pequeñez de dos millones de euros perdidos en una mesa de Black Jack en menos de 3 horas. Estaban literalmente repugnados de tanto placer. Cada uno había engordado más de 10 kilos y seguían en aumento.
A pesar de todo el derroche, Rafa comenzó a preocuparse por su seguridad en Venezuela. Le daba pánico el solo pensar que pudiera ser víctima del hampa común o del crimen organizado. Conocía muy bien la existencia de bandas delictivas y cómo operaban. Mientras más gente supiera cuánto dinero él controlaba, más se incrementaba el riesgo de perder no solo el dinero sino también su vida  y la de los suyos. Cada maravilloso lugar que visitaban, activaba entre los esposos la típica reflexión “¿qué tal si nos quedásemos a vivir aquí?”.  En todos los casos, la respuesta de Sofi era siempre la misma: “Me encanta este sitio, es bellísimo, pero es que para vivir, no sé, no lo veo, no me hallo, esta gente es muy fría”. Rafa y su mujer coincidieron en que no necesitaban huir de Venezuela para ser felices. Con los cobres de Ozzie podían comprar la casa de sus sueños en Caracas, al mismo nivel que las más ostentosas que conocieron en su gira intercontinental. Tampoco escatimarían en su seguridad, comprando vehículos blindados, escoltas y toda clase de sistemas de seguridad. Rafa siempre había pensado que la gente se iba de Venezuela solo cuando se tenía dinero (porque así lograba emprender otros negocios) o cuando no se lo tenía (porque no había nada que perder ni se podía estar peor), pero a la clase media esa cuenta nunca le cuadraba y terminaban no yéndose o devolviéndose. Resulta que cuando se tiene demasiado dinero, ya no hace falta irse, y ahí empiezan a pesar otros valores como la cercanía con la familia, los amigos, el arraigo, los recuerdos, en fin, el terruño. El extranjero era muy bueno para visitar, pero no les inspiraba para vivir. Rafa y Sofi no querían sentirse extranjeros en otro lugar, no lo necesitaban. Mientras más bonitos eran los lugares que visitaron, más extraña era la gente y la lengua que hablaban. Pero al final, el factor de mayor peso para quedarse a vivir en Caracas, fue que Sofi intentó inútilmente de arrancar de Venezuela a su círculo familiar más cercano, encontrándose con la sorpresa de que las raíces de su familia eran inarrancables aun prometiéndoles las máximas comodidades a todos los que se fueran con Rafa y Sofi. Sus hermanos no se irían si no se iban sus parejas, sus parejas no se irían si no se iban las familias de éstas, y así en cadena el vínculo era infinito. Total, que al final nadie quería irse.
Al regresar de las vacaciones, y decididos a permanecer en Venezuela, Rafa pidió a un agente inmobiliario que con mucha discreción y absoluto secreto, le procurase la mansión más lujosa y exclusiva que se pudiera comprar en Caracas.  El agente cumplió su encargo a medias, porque lo del secreto fue imposible, al final terminaron los vendedores enterándose de la identidad del comprador, y la noticia de la multimillonaria transacción, enseguida fue la comidilla de todas las inmobiliarias de la ciudad.
La casa era bellísima, construida en el tope de una colina en una de las zonas residenciales más exclusivas de Caracas, vista panorámica en más de 280°. La casa estaba dotada de los espacios y ambientes más exquisitos de los que cualquier rico pudiera desear. El patio daba a un bosque privado y el garaje estaba relleno de carros y motos deportivas del último modelo. Comían con menú y cada miembro de la familia tenía su propio chofer y mayordomo. En total, la moderna mansión tenía a su servicio fijo un ejército de más de 20 personas entre choferes, guardaespaldas, niñeras, chefs, maestros, mayordomos, mucamas, jardineros, vigilantes y hasta un jefe de mantenimiento y otro de seguridad; todos al servicio de una familia de apenas 4 personas. Tres de los empleados, por cierto y no por casualidad, eran habitantes de la Torre, ya que la misma Sofi les había contratado como chofer, niñera y guardaespaldas respectivamente. Como un gesto de agradecimiento, contrataron como ama de llaves con un sueldazo a la conserje Maritza, quien meses antes los había ayudado a salir de apuros; y terminaría por ser como una abuela para las morochitas. La casa tenía hasta un anexo enorme, utilizado por la servidumbre para descansar, asearse, dormir y hasta recrearse. Desde el ventanal panorámico de la habitación principal, se apreciaba una privilegiada vista de casi toda la ciudad de Caracas, y a que no saben qué… sí, en efecto, también se veía la Torre.
Rafa había visto en las películas que todos los malos y ricos deshonestos tenían en sus casas un escondite donde guardaban grandes cantidades de efectivo para emergencias, por si algún día les tocaba tener que salir huyendo, se aseguraban los recursos para subsistir cómodamente. Aparte de la gran cantidad de joyas, brillantes, oro y efectivo que guardaba Rafa en la caja fuerte de la casa, hizo construir en el sótano un falso piso, debajo del cual escondió tres mochilas de color amarillo con un millón de euros en efectivo cada uno. Cada mochila contenía holgadamente dos mil billetes de 500 euros. La única persona, aparte de Rafa, que sabía del escondite, era Sofi. Aun así, Rafa seguía pensando que el escondite no era suficiente, y además no se confiaba del señor que construyó el falso piso, quien habría hecho demasiadas preguntas mientras trabajaba.
Una mañana, el jefe de mantenimiento de la mansión, avisó que tendría que cortar el suministro de agua a toda la casa por un día completo, puesto que había que drenar y desinfectar el tanque subterráneo y las tuberías de toda la casa debido a un contratiempo con un roedor.  Cuando Rafa preguntó más detalles del “contratiempo”, le explicaron que el jardinero había encontrado a una gran rata nadando dentro del enorme tanque de agua que surtía a toda la propiedad. ¿Ya sacaron la rata? preguntó Rafa. Sí, con el colador de la piscina, según informó el jardinero, cuando trataba de sacarla, la rata se subió por el palo del colador y alcanzó a morderle la mano al muchacho. Ya lo mandamos a inyectar, reportó el apenado empleado. Ante tal ironía, a Rafa se le vino a la mente el título de aquella vieja telenovela mexicana llamada “Los Ricos También Lloran”. A los tanques de los ricos también le caen ratas. Viéndolo seriamente a la cara, Rafa le habló al empleado: “Que otro se encargue de las tuberías, del tanque me encargo yo, ¿entendido? Que nadie entre al tanque, nadie, es una orden”. El resto del día Rafa se ocupó él solo de drenar el tanque, sin permitir que nadie le ayudase, lo desinfectó, trabajó en él, lo volvió a llenar y cuando hubo terminado el trabajo, cerró la pesada tapa de metal, colocándole un robusto candado nuevo para que nada volviera a entrar ni salir de allí. Sin dar explicaciones a nadie, él conservó las tres llaves que venían con el candado.
Antes de tener dinero, Rafa, nunca había podido imaginar cómo sería la vida de los ricos más allá de las comodidades, lujos y seguridades que el dinero provee. Para Rafa, ser rico era solo eso. Pero nunca pensó sobre la existencia del otro universo de cosas que también preocupan y ocupan a algunos ricos. Una de las cosas más complejas que le tocó comprender a Rafa, en muy poco tiempo, es qué hacía la gente cuando no tenía que estar todo el tiempo trabajando a cambio de un mísero salario.  Toda su vida había consistido en buscar dinero para comer. Levantarse temprano en la mañana para trabajar o buscar trabajo cada día, era la única actividad que él conocía, vivía solo para eso, su “leitmotiv”, la esencia de su paso por la vida. Como miembro del reino animal, el hombre en su naturaleza primitiva, tiene como impulso principal el sobrevivir, alimentarse y aparearse, en ese orden, todo lo demás, sin dejar de ser importante, es secundario, postizo. Eso explica el por qué de muchas conductas humanas.  Pero qué pasa cuando de pronto ya no tienes que luchar por esos objetivos, porque resulta que ya los tienes en abundancia. Qué pasa cuando tienes dinero en tanta cantidad que da lo mismo si ese día te levantas de la cama o no, y el día siguiente y el otro y el otro. Qué pasa cuando no tienes que pararte de la cama a trabajar sino a disfrutar de tus juguetes caros. Pero tarde o temprano, hasta los juguetes, cuando son demasiado abundantes, aburren, son todos lo mismo, solo cosas. Qué pasa cuando un cantante o deportista es tan apuesto y famoso que todas las mujeres van como ciegas a por él; de andar detrás de las hembras, como sucede en la mayoría de las especies, de golpe el macho pasa, artificialmente, a huir de ellas; se desnaturaliza la conducta humana, explicándose así tantas desviaciones. Con la fortuna que ya acumulaba Rafa, de pronto todo aquello por lo cual había vivido y luchado, comenzaba a no tener sentido alguno. Ya no necesitaba trabajar y podía tener todo cuanto el dinero pudiera comprar, todo. Qué equivocado estaba! Creyó haber comprado seguridad, comodidad, lujo, placer, poder, lealtad y hasta gente; porque Rafa pagaba a sus empleados jugosos salarios y beneficios que no le dolían. Ya nadie en su casa, salvo Sofi y las morochas, le contradecían; todo su entorno le obedecía rápido y sin cuestionamiento alguno, y hasta le reían los chistes malos; lo cual lo hacía sentir poderoso y tener siempre la razón. Ya no tenía que pelear ni discutir por sus espacios, ni por comida ni por un poco de respeto. Ya no hacía colas, salvo las normales del tráfico caraqueño, para obtener todo cuanto quería, otros las hacían por él. La alacena de su casa era literalmente un bodegón. No tenía necesidad de aguantarle malcriadeces a nadie. Se sentía, en fin, invulnerable y no tenía que esforzarse por nada. Mientras más cómodo se iba poniendo Rafa, más miedo le tenía a su vida pasada. Los pocos problemas que tenía, minúsculos en comparación con los que le tocaba lidiar cuando era torrero, eran suficientes para quitarle el sueño y la paz. Cada día se sentía más incapaz de resolver los pocos problemas que el dinero de Ozzie no podía resolver. Era obvio que como toda aquella riqueza no la había labrado Rafa, con su trabajo creativo e inteligente, si perdía la plata de Ozzie, su valor personal regresaría a cero. Para Rafa tantos cambios y emociones juntas no eran una pepa fácil de tragar. Nunca sabía si estaba haciendo lo correcto ni tenía un rico de confianza que desinteresadamente le aconsejara.
Era curioso, pero a pesar de cada estreno de ropas, joyas y perfumes que a diario se lanzaba Sofi, seguía siendo la misma Sofi, con los mismos lunares, la misma uña deforme en el pulgar del pié derecho, la misma manchita marrón en lo blanco del ojo del mismo lado, la misma voz y la misma forma de caminar. Era definitivamente la misma Sofi de toda la vida, pero más adornada y olorosa.  Sin embargo, había cosas en ella que sí habían cambiado: era cada vez menos tolerante con los demás, más exigente, más caprichosa, más impaciente, menos afanada con las morochitas y menos atenta con Rafa. De pronto esperaba que todas las cosas de las que ella siempre se ocupó personalmente, salvo el sexo con Rafa, fueran ahora atendidas directamente por la servidumbre. Se pasaba más tiempo al teléfono conversando con sus familiares y amigas, que compartiendo con las morochas y Rafa. Cada vez se sentía más ajena a los oficios del hogar, al extremo que ya no era ni para colar un café. Parecía olvidar rápidamente quién era, de dónde venía, de su origen humilde y cómo vivía apenas unos meses atrás. A pesar de que Rafa estaba muy ocupado todo el día comiendo, bebiendo y jugando, lograba percibir estos odiosos cambios en su mujer.
Rafa tenía tanto dinero, que sentía que no necesitaba invertirlo ni comprar activos fijos más allá de su casa de ensueño en Caracas y en Marbella; después de todo no le iba a alcanzar la vida para gastárselo.
La yaya de Rafa siempre decía que la tos, el dinero y el amor eran las cosas más difíciles de disimular.  Rafa estaba convencido que si quería seguir disfrutando de ese sucio dinero, tendría que disimularlo, vivir siempre de muy bajo perfil, pasar inadvertido por todas partes, y no meterse en líos.   Rafa sentía que el dinero mal habido no le daba todo el poder que él siempre pensó que era intrínseco al dinero.  Jamás pensó que el valor del dinero estaba tan íntimamente relacionado con la forma cómo lo obtuviste.  Qué tan poderoso era en realidad Pablo Escobar, magnate del narcotráfico colombiano, quien no podía ir a un parque con su familia a comer un simple helado.  Estaba literalmente atrapado en su propia jaula de oro, como dice la canción. Rafa evitaba actuar en sociedad, a pesar de que no se puede ser rico y disfrutarlo, sin que nadie se entere. Los ricos bien ricos se conocen entre sí. El cambio de apellidos, que al final no le había valido de nada, había sido una pésima idea de Rafa que los habría convertido en verdaderos parias. Cada vez que venía un rico de verdad a hablar con Rafa, este no podía seguirle la conversación, ya que sólo sabía cómo gastar dinero, no cómo ganarlo. A los ricos de verdad les gusta más hablar de cómo ganar el dinero que de cómo gastarlo (no así las esposas de éstos). Tampoco soportaba Rafa la presión social que sentía, cada vez que le preguntaban qué hacía y cuáles era sus negocios. Como la riqueza de Rafa era solo dinero, este no tenía oficina, ni secretaria ni mensajero ni asistente. Sus únicos empleados eran los domésticos. Vivían como delincuentes, siempre con complejo de persecución. Mientras menos famosos fueran, mejor. Socializaban muy poco y no iban a fiestas ni a piñatas ni recibían invitados en casa, más allá del batallón de familiares lejanos y viejos amigos insaciables y gorrones que a diario se agolpaban en las puertas de casa para pedir.   La plata la transferían y la gastaban directamente él y su mujer.  No invertían, solo gastaban. Tenían tanto dinero que no les alcanzaría la vida entera ni la de sus hijas ni de toda su descendencia para gastar semejante fortuna.
El choque de ver cómo su vida carecía de sentido, sin rumbo más allá de gastar dinero y percibir sensaciones físicas agradables, alteró la falsa tranquilidad de Rafa. Ahora tenía problemas nuevos, pero problemas al fin.  Empezó a pensar que la forma más justa, noble y eficaz de darle sentido a su nueva vida, era mediante la caridad inteligente y la obra social sustentable. El solo pensar en ayudar a los más desafortunados, lo reconfortaba, lo hacía sentir menos patético. Rafa sabía que lo que estaba haciendo al tomar el dinero de Ozzie no era correcto, pero tampoco podía estar seguro si él era un ladrón robando a otro ladrón, porque no había logrado saber más sobre aquél gordo y su fortuna.  Progresivamente Rafa había dejado de investigar sobre quién era el gordo Oswaldo Rojas, había perdido interés en ello.  Lo más que había podido averiguar es que se trataba de una especie de bróker o intermediario estrechamente vinculado a la estatal PDVSA. Rafa creía que no podía existir ninguna persona con tanto dinero y que no fuera famosa o por lo menos muy conocida; de donde la conclusión era una sola: Ozzie tenía que ser un testaferro encargado de manejar las cuentas a nombre de otro. Sin duda ese dinero tenía que ser mal habido. La única manera que Rafa pudiera disfrutar de una fracción de esa plata, era devolviendo la mayor parte de ella a su verdadero dueño: el pueblo.
Una mañana sucedió lo que Rafa había estado temiendo por meses, cuando fue a hacer una transferencia por cinco millones de dólares a su cuenta en Andorra, la operación falló. El portal del banco “UBS” desplegaba una ventana de alerta que indicaba que la cuenta había sido bloqueada y que el titular debía comunicarse urgentemente y en forma presencial con su ejecutivo asignado del banco. Rafa sabía que tarde o temprano ese momento iba a llegar. Inmediatamente trató de hacer otra transferencia desde el banco “Credit Suisse”  y el resultado fue el mismo. Obviamente algo había sucedido. Alguien habría detectado la exacción y habría hecho bloquear las dos cuentas. Tratar de averiguar lo sucedido podría poner en evidencia a Rafa. Por un momento tuvo la tentación de llamar a Huber o visitar a los ejecutivos suizos haciéndose pasar por Ozzie, pero era evidente que esto comportaba el altísimo riesgo de que terminara arrestado en Suiza. Todo el dinero que quedaba en las cuentas, no pagaría un solo día de prisión para quien ya tenía bastante dinero que gastar. Rafa hizo lo que ya tenía planeado hacer, es decir, dar por terminada la Operación Gorroneo. En total, Rafa había logrado transferir a sus propias cuentas, más de mil trescientos millones de dólares, durante 11 meses y 8 días que duró la dicha, entre la primera transacción y la última. Ya no había que preocuparse por apropiarse de más dinero del gordo sino porque el que ya tenían no fuera rastreado y también bloqueado. Por recomendación de sus abogados, los próximos meses los dedicaría Rafa a crear una serie de empresas extranjeras de maletín, con las cuales abrió cuentas en varios países, para disipar y despistar la rotación del dinero.   El archivo de la oficina que Rafa había acondicionado en la mansión, cada día se iba llenando de papeles, datos, claves, tarjetas, sobres, planos, manuales, etc., a tal punto que tuvo que contratar a una secretaria que le ayudase a poner orden.  Los únicos papeles que faltaban en esos archivos eran los de la casa de Marbella, que aún no se habían ocupado de recuperar.
Por cautela, Rafa se había hecho originalmente un propósito de total anonimato, el cual ya se había perdido por completo, un gentío ya sabía quién era, de dónde venía, cuánto gastaba, quienes eran sus familiares y mucha más información de la que era prudente divulgar. Sofi y su familia, a pesar de que Rafa se los había prohibido varias veces, subían a las redes sociales todas las fotos y mensajes de cuanta cosa hacían. Hasta los empleados de Rafa filtraban información y comentaban sobre él y su familia en los pasillos de la Torre. A “El Papi”, quien estaba al tanto de todo, la envidia se lo estaba consumiendo. Ya estaba sembrada la semilla de todo lo que le tocaría vivir a Rafa y su familia en los meses siguientes.
5. Rafa y su buena acción.
Rafa había pensado varias veces que si hacían una importante obra benéfica con el dinero del gordo, como todavía lo llamaba, purgarían sus pecados y podrían disfrutar del resto del dinero con menos remordimiento.  Cada vez que meditó sobre ese punto, invariablemente lo prendía a la idea de “rescatar” de tipos como “El Papi” a la gente de la Torre, sacándolas de ese inseguro lugar y dándoles la posibilidad de vivir en un sitio más humano.   Después de mucha meditación, Rafa ideó un plan concreto y se lo propuso a Sofi:
-      Pienso que podemos construir una urbanización completa, dijo Rafa en serio tono, con todos los servicios y viviendas decorosas, para que los torreros puedan ser mudados allá.  No podría ser en Caracas porque no hay terrenos para una urbanización nueva tan grande, tendría que ser en las afueras.   Según mis cálculos, en la Torre viven alrededor de 1.200 familias hacinadas.  Al mudarlas, les convendría expandirse, por lo que ese número podría aumentar fácilmente a 2.000 viviendas.  Con menos de cien millones de dólares podemos hacer esas viviendas y sus servicios.   No tendríamos ni que venderlas, las donaríamos. En cuanto a la Torre, prosiguió Rafa, podemos comprarla con poco más de trescientos millones de dólares.   Se desalojaría la Torre, la terminaríamos de construir, la dividiríamos en locales y oficinas, y donaríamos estos para sedes de todas las organizaciones benéficas del país, universidades, clínicas, etc. Qué te parece?
-      Te amo, Rafa, dijo Sofi llorando, me parece fantástico, hagámoslo ya!
-      La caída que le veo a esto, dijo Rafa, es el desalojo de la Torre.  Ni con el mejor bufete de Caracas vamos a poder hacer ese desalojo de manera forzada.  La única forma es trabajar junto con el Gobierno.   No me gusta, pero son los únicos que podrían hacer ese desalojo.
-      ¿No será mucho riesgo meterse con el Gobierno, Rafa?  Preguntó escéptica Sofi.
-      Sí, es cierto, exclamó resignado Rafa, pero también es cierto que no vamos a poder hacer donaciones importantes sin que se entere y entrometa el gobierno.  Ya he estudiado todos los escenarios, créeme.
La pareja decidió poner su plan en marcha.  Haciéndose pasar por representantes de filántropos extranjeros, lograron concertar una cita con un funcionario del ministerio de vivienda llamado César González Aranguren, un tipo medio payaso y atrevido, a quién en el contexto de una cena, le explicaron el plan general.  El funcionario, déspota y maleducado, creyó que se trataba de una broma.  En actitud burlona prometió consultarlo con sus superiores.   Se intercambiaron sus números de teléfono, terminaron la cena y se marcharon.
Lentas y tormentosas fueron las negociaciones con César y sus superiores, aun cuando Rafa estaba dando de todo a cambio de nada. “Hasta para regalar hay que jalarle bolas  a estos carajos”, exclamo Rafa indignado al final de una de las tantas reuniones que tuvo que calarse. De César para arriba, todos, sin excepción, pidieron coimas por permitirle a Rafa hacer una buena acción a favor de sus queridos torreros. El fanatismo político era un obstáculo permanente en las negociaciones. Lo que más le costó a Rafa fue imponer la condición de que ninguna donación se haría a nombre del gobierno, ya que Rafa no quería que su obra terminara convirtiéndose en un despropósito electorero.
Finalmente se firmó una leonina carta de intención con el gobierno, que contenía el siguiente cronograma: Se pagaría un anticipo al gobierno por La Torre, de cien millones de dólares y quedaría un saldo de trescientos millones de dólares. Rafa compraría el terreno a nombre de una de sus empresas extranjeras, haría el proyecto de viviendas que llamaría “Ciudad Victoria” y lo construiría en su totalidad. Una vez lista la Ciudad Victoria, Rafa pagaría al gobierno el saldo del precio de la Torre. Se desalojaría la Torre y se mudaría a sus habitantes para las nuevas viviendas, siendo también los gastos de la mudanza  a cargo de Rafa. Ya dueño de la Torre, Rafa demolería los apartamentos construidos dentro de sus pisos, para finalmente terminar de construirla y acondicionarla para oficinas, todo a su costa. Por último Rafa procedería al fraccionamiento de la propiedad de la Torre en condominio y finalmente a la donación de las oficinas a las instituciones beneficiadas. Era cláusula expresa que no se sacaría a nadie de la Torre, hasta que Ciudad Victoria no estuviera completamente habitable y la Torre completamente paga. El gobierno por su parte se encargaría de otorgar todos los permisos necesarios, desalojar completamente la Torre, asignar con justicia las viviendas de Ciudad Victoria a los torreros y demás beneficiarios, asignar las oficinas de la Torre a las instituciones y no cobrar impuestos por las donaciones. Al concluirse la construcción de Ciudad Victoria, el gobierno anunciaría el plan a los habitantes de la Torre, y daría comienzo al lobby para hacer el desalojo de forma progresiva y pacífica. A petición de Rafa, se incluyó una cláusula de confidencialidad según la cual nadie debía saber quién era el benefactor.  La única condición inusual que había puesto Rafa, era que se identificara y aislara a “El Papi” y no se le permitiera a éste ni a sus secuaces mudarse a Ciudad Victoria. De esta petición no tardaría en enterarse el muy bien conectado malhechor.
Sin pérdida de tiempo, Rafa comenzó a cumplir con su parte del trato al pié de la letra.
6. Rafa y su gran dolor.
Pocos días después que regresaron de las vacaciones y recién mudados a la casa nueva, los padres de las morochitas habían observado con preocupación que una de ellas, Niza, presentaba alarmantes signos de que algo andaba mal con su salud. La niña estaba siempre cansada, desanimada y paliducha. La pediatra insistió durante meses, en que solo debían hacer que comiera mejor. Ya para cuando habían comenzado la construcción de Ciudad Victoria, decidieron llevar a Niza a un especialista un día que amaneció con un ganglio del cuello inflamado y sangrando por la nariz. El médico le dijo a Rafa y a Sofi que debían hacer más exámenes para descartar varios tipos de posibles enfermedades que podrían estar afectando a la niña. Después de muchísimos exámenes, el médico citó a Rafa para darle la peor noticia que éste pudiera escuchar: no había ninguna duda que la niña había sido diagnosticada con leucemia mieloide aguda (LMA), con propagación al cerebro y un pésimo pronóstico. A partir de ese momento Rafa y Sofi no tuvieron cabeza para más nada que no fuese ayudar a su angelita. Acudieron a los mejores especialistas de las mejores clínicas del mundo, pero la niña no hacía más que empeorar. Catorce meses duró la agonía de la niña, hasta que finalmente perdieron la lucha una madrugada lluviosa de un frio domingo de enero, en el Baptist Hospital de la ciudad de Miami, USA.
El deterioro y muerte de Niza sumió a sus padres y hermana en una profunda depresión, de la cual tardarían meses en recuperarse. En la medida que el dinero de Ozzie no era capaz de recuperar la salud de Niza, Rafa logró por fin entender cuál era el verdadero valor del dinero. Toda la fortuna hubiera entregado Rafa feliz, si con ello hubiera podido salvar a su hijita; pero no, ni el dinero ni el talento de los médicos ni los avances de la ciencia y ni siquiera el mismísimo Dios (a pesar de tanta oración y plegaria que le dirigieron), pudieron evitar que la naturaleza siguiera su curso. Rafa sentía que si toda esa montaña de dinero no era capaz de resolver su problema, entonces el dinero solo era números en una pantalla o papeles impresos con tinta verde y gris, sin ningún valor ni poder intrínseco. En consecuencia entendió para siempre que había mucho más valor y poder en la gente de bien que en el dinero. Rafa y Sofi habían cambiado para siempre como personas; la enfermedad y muerte de su hija los había madurado por lo menos 100 años a cada uno. Se habían vuelto más humildes, más reflexivos, más vulnerables y hasta abandonaron su fe cristiana.
A partir de la muerte de Niza, sus padres se volcaron en amor desbordado hacia su hermana Leica, con tal devoción que en poco tiempo la convertirían en una niña malcriada e insoportable.
7. Rafa y su decepción.
A pesar de los retrasos y distracciones en la construcción de Ciudad Victoria, causados por la enfermedad de Niza, cuando la obra estaba ya casi ejecutada en su totalidad, Rafa pagó al gobierno los trescientos millones de dólares del saldo del precio acordado por la Torre. Tocaba ahora al gobierno hacer lo suyo. Después de muchas trabas y burocracia, el gobierno convocó y organizó a una asamblea vecinal en la planta baja de la Torre, en la cual se les informaría a los habitantes, los planes dispuestos para la Torre y la necesidad de levantar un detallado censo de los residentes para tales fines.
Como era de esperarse, a la asamblea asistieron muchos vecinos de la Torre, totalmente incrédulos y escépticos ante lo que les sería informado. Rafa no quiso ir a esa asamblea, por lo que ordenó a un equipo de filmación que le hiciera un video con todos los pormenores. Como casi todo en la Torre, la asamblea degeneró en un acto proselitista político en el que había más interés del gobierno por ganar votos que por ocuparse eficientemente del asunto que le correspondía. Al poco tiempo de empezar, la asamblea devino en gallera, todos hablaban y gritaban a la vez, y por supuesto, nadie escuchaba. A los pocos que se les permitió el micrófono para expresarse, emitieron opiniones como éstas: “A mí de esta mierda me sacarán muerta, no joda, este es mi hogar, ¿qué piensan?, que una es pendeja”, gritó la primera vieja gorda que agarró el micrófono; “¿cuánto nos van a pagar por desalojarnos?” preguntó el desubicado que le sucedió en la palabra; “Imposible, toda mi familia vive por aquí cerca en el sector, yo no me voy”; y así siguieron turnándose el altavoz uno por uno; “Esa Ciudad Victoria es muy lejos, cuánto vamos a tardar en transportarnos hasta Caracas”; “Yo trabajo aquí cerquita, esa mudanza no me conviene”; “esas casas que nos van a regalar ¿están amobladas?, si no están amobladas, yo no me mudo”; “… qué abuso, sacarnos así nada más! ¿por qué no nos dan un carro a cada familia también, no y que tienen rial?”; “a mí que me den mi casa, pero yo me quedo aquí”; “seguro que en el camino de la mudanza nos sueltan por ahí en cualquier refugio, zape gato!”; “yo pagué por este apartamento, ¿no me lo piensan devolver esos reales?” ; “esos riquitos porque tengan rial creen que uno se va a mudar pa donde ellos digan, no señor”; “¿cuánto se irán a ganá sacándonos de aquí?, aquí hay chanchuyo”; y así por el estilo. “El Papi” quien fue el último en tomar el micrófono, dijo: “Si quieren que nos vayamos de aquí, que venga el de los reales, el riquito ese, que dé la cara y que nos diga él mismo que nos mudemos”. La intervención fue maliciosa porque “El Papi” ya sabía, por sus informantes infiltrados en la casa de Rafa, que quien estaba detrás de todo ese plan era su envidiado Rafa. Ni uno solo de los asambleístas fue para coger el micrófono y aceptar gustosamente el ofrecimiento y darle las gracias a alguien. En medio de los aplausos y el respaldo de la multitud al líder malo, la asamblea se disipó sin conclusiones.
Al ver el video de la asamblea, Rafa sintió un profundo pesar. La decepción le causó hasta mareo y dificultad para respirar. La ingratitud mostrada por la gente a quién el pretendía ayudar era totalmente desoladora. Rafa volvió a deprimirse por varios días. Todo el esfuerzo que se había hecho para hacer felices a esas personas, habría sido tomado prácticamente como un atropello a la dignidad de estos.
Varios días después, luego de conversarlo con Sofi, la pareja decidió que no harían nada en contra de la voluntad de los torreros, y que si su deseo era seguir viviendo en la Torre, así se haría.
Después de la asamblea, el funcionario César llamó a Rafa y le dijo:
-      “Te diste cuenta, hermano, te lo dije, a esa gente había que decirle que las casas se las iba a dar el gobierno revolucionario, no una fundación extranjera que nadie conoce. Esos tierrúos ya no creen en ricachones. Les han cogido arrechera a toditos. Lumpen no cree en obras de caridad a cambio de nada. Ahora va a haber que sacarlos de la Torre a los coñazos. Ja ja ja”.
Las palabras del funcionario ya no tenían importancia; Rafa tenía sus decisiones firmemente tomadas. Le comunicó en tono áspero y determinante a César que ya no donaría las casas de Ciudad Victoria a los torreros, sino que las donaría a la Fundación de Lucha Contra el Cáncer Infantil, para que ellos las vendieran a precios justos y tomaran para sí los beneficios; y que en vista de que la Torre seguiría invadida, exigía al gobierno la devolución del dinero que había pagado por aquélla. César pasó de la risita a la cólera en segundos. Rechazó groseramente el planteamiento de Rafa, y le exigió que cumpliera con lo acordado, ya que ellos harían el desalojo de la Torre aunque fuese a la fuerza.  Rafa le replicó que no insistiera, que no cambiaría su parecer, a pesar de todas las amenazas que César le hizo cuando  las falsas buenas relaciones se rompieron. Y no me pueden obligar, le espetó Rafa al funcionario, antes de tirarle el teléfono.
En represalia, César mandó a retirar de inmediato la vigilancia militar que durante su construcción y hasta entonces había protegido a Ciudad Victoria de invasiones, y dejó correr la voz de que las casas habían quedado desguarnecidas.   Rápidamente la información llegó a oídos de “El Papi”, quien en compañía de sus hermanos y habitantes de la Torre y otros barrios, organizaron en cuestión de horas una masiva invasión en Ciudad Victoria, la cual no dejó ni un solo espacio vacío. Por pase de factura contra Rafa, el gobierno no hizo absolutamente nada por evitar la invasión de Ciudad Victoria. De inmediato quedó instituido como líder de la invasión el mismísimo hermano de “El Papi”, quien de entrada apartó solo para sí ochenta de las casas invadidas.
La Torre nunca fue desalojada.
La represalia del gobierno contra Rafa no terminaría allí. Con la información obtenida de los cheques y transferencias que usó Rafa para hacer los pagos del terreno de Ciudad Victoria y el precio de la Torre, montaron una exhaustiva averiguación para determinar de dónde sacaba Rafa tanto dinero. Esta investigación se haría en tiempo récord, y sus predecibles resultados no se harían esperar.
8. Rafa y su regreso a la Torre.
Una mañana lluviosa de diciembre, víspera de navidad, cerca del mediodía, Sofi regresaba a casa, luego de hacer una de sus acostumbradas giras de compras.  Al atravesar el portal del muro exterior de la casa, le extrañó no ver en el garaje la camioneta que siempre era usada para el transporte de Leica. Tampoco vio al chofer que estaba al servicio de Leica, sentado en el gazebo del jardín donde solía pasar el tiempo el chofer cuando no estaba manejando para la familia. A esa hora, en vacaciones escolares, la niña debía estar en casa y no había ninguna salida programada para ella esa mañana. No prestó Sofi demasiada atención a lo inusual de lo que observó. Al entrar a la casa, una sensación de vacío la incomodó aún más. Extrañada de no ver a nadie, comenzó a llamar a Leica. Ni Leica ni su nana contestaban. Un mal presentimiento se iba acrecentando en el pecho de Sofi. Cada segundo que pasaba sin encontrar a Leica, se volvía aún más inquietante. A los pocos minutos ya estaba Sofi alarmada e histérica interrogando a todos en la casa sobre el paradero de la niña, su nana y su chofer. Nadie parecía saber de ellos. Ninguno de los tres ausentes respondía las desesperadas llamadas telefónicas de Sofi. El único que contestó fue Rafa:
- Sofi, amor, dime, respondió cariñoso Rafa.
- Dime que Leica anda contigo.
- No, Sofi, por qué, ¿qué pasó?, fue la lógica respuesta de Rafa.
- Coño que la niña no está en la casa y aquí nadie sabe nada de ella, dijo Sofi llorando.
Después de todas las preguntas y respuestas típicas de tal situación, Rafa le dijo:
-      Voy enseguida para allá. Si aparece me llamas de inmediato.
Desecha de nervios, Sofi, comenzó a registrar toda la casa, palmo a palmo. Cuando entró al baño de la habitación de Leica, quedó petrificada de pavor por lo que leyó escrito con pintura de labios en el espejo del baño: “Tengo a tu hija, canelita, si quieres volver a verla con vida tráete 10 millones de dólares en efectivo. Tú sabes dónde encontrarme. Tu Papi”.
Cuando volvió en sí, Sofi ató cabos y llegó a la única posible conclusión: con la complicidad de la niñera y el chofer de Leica, El Papi había hecho secuestrar a la niña.
Presa del pánico y totalmente embrutecida por sus peores temores, a Sofi no se le ocurrió otra cosa que la mala idea de intentar resolver el problema ella sola, sin decirle nada a Rafa. En ese momento recordó todas las vejaciones que ya había sufrido Rafa por orden de El Papi.  Aunque Sofi había tratado ya con este maleante, creyó ingenuamente que con dinero resolvería el problema. Bajó al sótano a toda carrera, se dirigió al lugar donde tenían escondidas la mochilas con euros en el falso piso, sacó las mochilas, las abrió, constató que en ellas estaba todo el dinero, y luego pasó todos los billetes a una sola de las mochilas, en la cual cupieron íntegramente las pacas de billetes. Sin ordenar nada, salió a toda velocidad del sótano, dejando el falso piso destapado y las mochilas vacías en el suelo. Sin dar ninguna explicación pasó frente a toda la servidumbre que estaba reunida en la cocina cotilleando sobre lo ocurrido, al tiempo que espetó un reproche colectivo llamándolos “cuerda de idiotas”.  Ya Sofi había aprendido a manejar, por lo que le gritó al chofer que le entregara la llave de su camioneta. Salió de la casa, metió la mochila en la camioneta, se montó en ella y partió bruscamente en dirección a la Torre. Aún saltándose todas las normas de tránsito y luchando contra el tráfico caraqueño, tardó más de cuarenta minutos en llegar a la Torre, cuya dirección conocía perfectamente.  Sin detenerse en la entrada del estacionamiento de la Torre, pasó llevándose por delante la cadenita de una especie de taquilla-alcabala-peaje que está a nivel de la calle. El portero enseguida armó un escándalo, más sorprendido por el lujo de la camioneta que por la forma cómo pasó la frenética mujer sin pagar la tarifa.
Sofi condujo lo más rápido que pudo a través de las plantas del estacionamiento, debiendo dejar la camioneta encendida y con la puerta abierta en el piso 9 ya que de allí no pudo avanzar más. Tomó la mochila con el dinero, se quitó los tacones y corrió descalza escaleras arriba hasta llegar al piso 29, a un espacio deshabitado acondicionado a modo de gimnasio improvisado en donde ella sabía que se la pasaba ejercitándose El Papi. Al llegar al sitio, Sofi estaba totalmente exhausta y alterada. Apenas entró, logró ver a El Papi acostado de espaldas en un vetusto banco de pesas. Se detuvo a una distancia prudente y así le gritó:
-      ¿Dónde está mi hija, maldito?
- Eeeepa, mi reina, no te esperaba tan rápido. Cálmate que te ves muy fea llorando, canelita.
En efecto, El Papi no se imaginaba que Sofi llegaría tan rápido, no estaba preparado ni estaba armado, lo cual lo hizo sentir desconfiado y vulnerable porque enseguida dedujo que Sofi podría no estar sola.
-      Déjate de vainas y dime dónde está mi hija, insistió Sofi. Exijo verla ahora mismo.
-      Tú aquí no exiges nada, perrita, respondió nervioso El Papi, mientras se acercaba a Sofi tomándola bruscamente por el pelo y arrebatándole la mochila.
El Papi, temía que Sofi podría traer alguna arma en la mochila, pero a aquél le cambió la cara cuando abrió la mochila y miró en su interior las pacas de billetes.
-      Pero buenooooo, canelita, qué me trajiste aquí de regalo! dijo el avaro maleante mientras quitaba los precintos y las ligas a todas las pacas de billetes. ¿Cuánto hay aquí? preguntó con flojera de contar.
-      Tres millones de euros tienes ahí, y confórmate, porque no tengo más, respondió Sofi indignada.
-      Ya va, eso no fue lo que yo te pedí, el precio por la carajita son diez millones de dólares. Yo sé que tienes mucho más que eso, así que no te me hagas la payasa, dijo autoritario y prepotente el malhechor. Pero no te preocupes, la diferencia podemos negociarla, mintió a Sofi, qué me puedes dar a cambio? Preguntó libidinoso mientras intentaba abrir el escote de la blusa de Sofi.
De inmediato Sofi entendió la intención de El Papi. Ya no le cabía más impotencia, frustración y odio hacia ese gusano. La cosa se tornaba de mal en peor, y Sofi comenzaba a entender el error que había cometido al irse sola a tratar de recuperar a Leica.
-      Si quieres volver a ver viva a tu carajita, me vas a dar ese culo ahora mismo. No negocio más.
En ese momento, Sofi tenía todos los sentimientos revueltos, y no podía pensar con claridad. Parecía que nada tenía valor ante la posibilidad de que El Papi pudiera hacerle daño a Leica.  El dinero era solo una cantidad fijada a capricho del plagiario, millones más, millones menos, no harían la diferencia. Ni siquiera su dignidad como mujer tendría valor alguno, si la renuncia a la misma le servía para que le devolvieran a su niña. Todas estas reflexiones se produjeron en segundos, los cuales bastaron para que El Papi se diera cuenta que Sofi no lo había rechazado de inmediato y a la primera. Percibió que Sofi se lo estaba pensando, y eso era una señal de que la mujer probablemente se entregaría.
Para terminar de doblegar la voluntad de Sofi, El Papi marcó un número en su teléfono celular y ordenó:
-      Wilmer, súbeme a la carajita rapidito, mi pana.  No importa, que coma después!
Luego le habló a Sofi:
-      Te voy a traer a la carajita para que la veas, pero ya sabes la condición, así que te vas desvistiendo de una vez. O vas a esperar que yo mismo te arranque la ropa?
Por alguna extraña razón, Sofi cayó en una especie de trance en el que se sintió dominada por El Papi. Sentía que como éste tenía bajo su control y voluntad, la integridad de la niña, no había nada que ella pudiera hacer que contrariara o hiciera disgustar a El Papi.
Apenas Sofi terminó de desvestirse, entró al gimnasio otro malandro horroroso que traía a la niña cargada.
-      No te acerques, le dijo El Papi a Wilmer, que vea a la carajita de lejos.
-      Suficiente, dijo El Papi a los pocos segundos de Sofi intercambiar miradas con la llorosa Leica. Llévatela y déjanos solos, que nadie suba a molestar! ordenó finalmente El Papi a Wilmer.
-      Vente pues! Canelita, apaga ese teléfono y vente con tu papi, vamos a divertirnos un rato aquí mismo, pues.
Aturdida y sumisa, Sofi obedeció y se acercó al criminal.
Cuando Rafa llegó a la casa, encontró a toda la servidumbre en la cocina; preguntó por Sofi a lo que respondieron que se había marchado como loca en la camioneta, manejando ella misma y llevando una mochila amarilla. La mucama le contó a Rafa sobre el mensaje del espejo. Rafa corrió hasta la habitación de la niña pensando lo peor y fue exactamente lo que consiguió. Sabiendo que la mochila amarilla era la que contenía el dinero de emergencia, bajó hasta el sótano para constatar su sospecha. Enseguida Rafa dedujo todo lo que estaba ocurriendo. Sin preguntar más fue a su armario y tomó su pistola cargada, se la guardó en el pantalón y se dirigió al garaje, mientras le gritaba a su escolta que lo acompañara. Ya en el garaje montó su moto BMW GS 1200, y recogió como parrillero al escolta y arrancó a toda velocidad sin casco.
En el mismo momento cuando Rafa salía de su casa a toda velocidad, venían por la misma calle dos patrullas del CICPC a ejecutar una orden de arresto por blanqueo de capitales, ilícitos cambiarios, receptación, etc. Los funcionarios de inmediato lo reconocieron, giraron en “U”, con la intención de perseguirlo, pero en la potente moto Rafa su y escolta se les perdieron de vista en segundos.
En un instante llegaron Rafa y su acompañante a la Torre, repitiendo la forma de entrar que minutos antes había usado Sofi. Cuando ya estaban llegando al piso 9 de los estacionamientos, Rafa vio venir en dirección contraria a un tipo conduciendo la camioneta que había abandonado Sofi. Interceptaron la camioneta, encañonaron al conductor, lo bajaron violentamente del vehículo, y a punta de pistola lo interrogaron sumariamente. Rafa reconoció al conductor como uno de los adláteres de El Papi, quien al verse amenazado de muerte, le confesó a Rafa dónde estaba Sofi. Rafa le quitó la llave de la camioneta al pandillero y lo golpeó salvajemente con la cacha de la pistola hasta dejarlo inanimado. Volvieron a subir a la moto y ascendieron un piso más. Ambos hombres abandonaron la moto en el piso 10 y siguieron a pié. Aunque el escolta de Rafa era un tipo bien entrenado, no le pudo seguir el paso de las escaleras a Rafa. Te espero en el piso 29, le dijo mientras lo dejaba atrás.
Rafa llegó mucho antes que su escolta al piso 29. Cuando entró en el improvisado gimnasio ya Sofi estaba llorando asqueada y vistiéndose cerca de El Papi, quien yacía sentado sin camisa y con el pantalón abierto, en el banco de las pesas. Éste ya la había ultrajado hasta el cansancio. En una confusa situación, Rafa apuntó a El Papi con su ensangrentada pistola. Súbitamente El Papi tomó por los cabellos a Sofi y se cubrió detrás de ella para que Rafa no le disparase, colocándose muy cerca del borde de la terraza, justo al lado del vacío. Antes que alguien pudiera decir algo, El Papi recogió la mochila del suelo y se la colgó en la espalda.
- Dame la pistola, marijquito, o la tiro pa’ bajo, le ordenó El Papi a Rafa, amenazando con empujar a Sofi.
Sin opciones, y sin tener un plan ni saber qué iba a pasar, Rafa obedeció resignado y tiró la pistola hacia El Papi, pero lo hizo deliberadamente con tanta fuerza que El Papi no la pudo atrapar, cayendo la pistola al vacío. Molesto por eso, El Papi soltó a Sofi, dándole simultáneamente un puñetazo en la cara que la desmayó en el acto; y en un solo movimiento se lanzó contra el inerme Rafa, propinándole un carnaval de golpes de los que Rafa no lograba incorporarse. En ese momento el único objetivo de Rafa era recuperar a su familia sana y salva; dañar al malandro no era su motivación, por lo menos no en ese momento. Después de una interminable, enérgica, dolorosa y violenta golpiza, El Papi arrastró a Rafa casi inconsciente hasta el borde del precipicio con la intención de lanzarlo al vacío. En ese instante cuando El Papi estaba de espaldas hacia la entrada del lugar, apareció de la nada el escolta de Rafa, quien ya venía pistola en mano. Sin ruidos ni amenazas, rápido y preciso, el escolta le hizo un disparo en la espalda a El Papi. Con el impacto, El Papi cayó hacia adelante por el borde de la terraza, quedándose enganchado por la mochila en una de las cabillas de obra inconclusa que sobresalen del borde, guindando a 29 pisos de altura. Incapaz de soportar el peso del fornido malandro, la cremallera de la mochila se abrió todo lo largo, escapándose todo su contenido. Los billetes volaron desde el tope de la Torre por todos los alrededores.
Allí estaba El Papi, quien minutos atrás era un todopoderoso, tenedor del derecho de decidir quién vivía y quién no, pendiendo hora de una frágil correa, soportando un doloroso balazo en el pulmón derecho y totalmente vulnerable, dependiendo su vida justamente de aquellos a quienes tanto daño había hecho. Estos malandros tienen tan claro que no tendrán un final feliz, que parecía saber lo que iba a sucederle y además parecía no importarle. La mirada del malandro no era siquiera de miedo (muchos de los habitantes de la Torre realmente han logrado controlar el vértigo y la acrofobia), sino odio y frustración por no tener el control de la situación.
El escolta ayudó a Sofi y a Rafa a incorporarse. Tan pronto Sofi tomó conciencia de lo que estaba sucediendo, recogió del suelo el teléfono celular de El Papi, se arrodilló cerca de él, marcó el último teléfono de la memoria y se lo pasó diciéndole con una voz irreconocible:
-      Si quieres seguir viviendo, habla ahora mismo con el Wilmer ese y dile que me traiga a la niña.
El Papi sabía que no tenía ninguna oportunidad de salir vivo de esa. “Cada ladrón juzga por su condición”, dice el refrán. La única evaluación que podía hacer El Papi de esa situación, era por como él actuaría si estuviese en el lugar de Rafa.  Sabía que estaba mal herido, y probablemente, aunque no cayera de la Torre, igual moriría del balazo. Sin embargo, daba por descontado que si traía a la niña, igual lo dejarían caer, por lo que apenas le cayó la llamada, le dijo a su ayudante:
-      Wilmer, desaparece a la carajita, que nos agarraron! Dijo azaroso e  indolente el malandro, mientras lanzaba su propio teléfono al vacío.
Ciega del odio, el dolor y el rencor, Sofi le quitó la pistola que aún tenía en las manos el escolta, y comenzó a golpear repetidamente con la cacha la única correa de la mochila que sujetaba a El Papi. Bastaron cuatro cachazos para que se desgarrara la correa, y El Papi cayera al vacío en cámara lenta y silenciosa, sin siquiera gritar de miedo.
Abajo ya había un gentío agitado recogiendo los billetes que caían de cielo y mirando hacia arriba cómo se desarrollaba la lucha entre Rafa, Sofi, el escolta y el malandro. No se sabía qué esperaban con más ansias, si la caída de más billetes o la caída de un cuerpo. Cuando los mirones anticiparon la trayectoria de la caída de malandro al suelo, alcanzaron instintivamente a despejar un círculo de unos 10 metros de diámetro, tan chico, que cuando cayó el malandro, chispeó de sangre, dientes y fluidos corporales a varios de los curiosos más cercanos. Hasta un perro tuvo la oportunidad de acercarse a lamer la sangre derramada.
Mientras el malandro caía, ni Rafa ni Sofi se sintieron mejor: no querían ni les importaba el sufrimiento del malandro, sino recuperar a su niña.
No habiendo más nada que hacer en ese piso, bajaron asustados, desesperados y adoloridos, piso por piso, pieza por pieza, espacio por espacio a buscar a la niña por todos los lugares y recovecos donde suponían que la niña podría estar. Es increíble lo grande e inexplorable que puede resultar la Torre cuando se trata de encontrar una aguja en ese pajar. La búsqueda fue inútil.  Cuando finalmente llegaron a la planta baja, ya era de noche. La policía los esperaba abajo, fácilmente los arrestaron y se los llevaron acusados por el homicidio de El Papi.
Mientras los sacaban esposados de la Torre, Rafa y Sofi salían gritando desesperados:
- Tienen a nuestra hijaaaaa. Busquen al Wilmer! Él la tiene!
A nadie en la Torre pareció importarle la tragedia de la pareja y ningún policía se atrevió a subir a la Torre a buscar a Leica. La camioneta y la moto que habían usado para llegar a la Torre, ya tenían nuevos dueños.
9. Rafa y su ruina.
A consecuencia de la investigación y el juicio penal iniciado por el gobierno contra Rafa y Sofi, la  Oficina Nacional contra la Delincuencia Organizada les allanó la casa, les confiscaron todos los bienes, les registraron todos sus archivos y computadores, encontrando todas las constancias de las transferencias, de la cuentas y de las empresas. Bloquearon todas sus cuentas nacionales y lograron bloquear también las extranjeras. La casa fue saqueada y desmantelada por los amigotes de los funcionarios que la allanaron. Literalmente los dejaron sin libertad y sin un centavo.
Condenados a la pena de 20 años de prisión, por el homicidio de “El Papi” y por blanqueo de capitales, encarcelaron a Rafa y Sofi en penitenciarías separadas.
10. Rafa y su búsqueda.
Después de un largo y tormentoso juicio, y ya definitivamente en prisión, a Rafa y Sofi los mantenía unidos la búsqueda de Leica, la cual hicieron a través de los pocos familiares y amigos que aún los visitaban. Entre ellos hablaban por teléfono, por cartas y por mensajes que se enviaban. Nunca hubo un reproche entre ellos. En prisión, el comportamiento de Rafa y Sofi fue definitivamente impecable. Ambos trabajaban: Rafa como escritor y motivador, y Sofi como peluquera y manicurista. Todo cuanto pudieron reunir en la cárcel producto del trabajo de ambos, se lo gastaron en buscar a Leica durante los primeros 7 años. La niña nunca apareció. Al principio algunos familiares y amigos los visitaban, pero al poco tiempo, al ver que no tenían dinero sino que más bien lo necesitaban, los gorrones dejaron de frecuentarlos, hasta que finalmente se olvidaron de ellos. Solo la vieja Maritza continuó visitando a Rafa y Sofi en prisión.
Después de varios años en prisión, tan pronto Rafa lo consideró prudente, le pidió a Maritza, que cumpliera una misión muy especial. Le pidió que consiguiera una cizalla grande como para cortar un candado fuerte, y buscara botas y ropa que pudiera mojar; le dijo que fuera a la casa, la cual estaba  abandonada y desvalijada porque el gobierno por rancia burocracia no había podido subastarla. Cumpliendo al pié de la letra las instrucciones de Rafa, Maritza llegó de noche a la casa, y, linterna en mano, se coló por un hueco en el cercado. La cizalla era tan grande que apenas podía cargarla, y para nada, porque cuando llegó al lugar descrito por Rafa donde se encontraba la tapa del tanque de agua de la casa, donde se suponía que habría un candado, encontró que ni siquiera estaba el candado de la tapa. La tapa estaba totalmente abierta. El tanque estaba inundado hasta con unos 30 cm de agua de lluvia, y en su interior había ya se sabe qué: varias ratas ahogadas. Abriéndose paso entre las aguas oscuras y putrefactas, y muerta de miedo, la vieja Maritza caminó hacia la esquina más distante del tanque, justo como lo había indicado Rafa. Alumbró hacia el techo de la esquina y logró reconocer lo que Rafa le había dicho que debería encontrar. Con una tenaza, que también había recibido instrucciones de llevar, arrancó un colador de espaguetis de plástico, camuflado del mismo color negro del interior del tanque, que estaba atornillado boca arriba en el techo. Tomó el colador en sus manos, alumbró en su interior, y vio emocionada lo que andaba buscando: ochenta y dos sobrecitos de plástico hermético con diamantes y esmeraldas certificados, de todos tamaños y tonalidades en su interior. La impactante imagen de las piedras y su reflejo a la luz de la linterna, hicieron que a Maritza se le olvidara el miedo a la oscuridad y el asco al agua con ratas. Como un ninja, Maritza abandonó inmediatamente el lugar.
Siguiendo al pié de la letra las instrucciones de Rafa, Maritza vendió con calma todas las piedras en pequeñas operaciones con varios intermediarios. Con las piedras bien vendidas, tomó una parte para sí según lo acordado, y otra parte la destinó a pagar la mejor defensa para Rafa y Sofi, que el dinero podía comprar, la cual fue infructuosa ya que la acusación contra los reos tenía una carga de venganza funcionarial que impidió hasta la acostumbrada compra de jueces. Y otra parte del dinero del dinero se usó para financiar la búsqueda de Leica, mediante el pago de detectives, policías, informantes, redes sociales etc. Jamás se la encontró. Una vez más el dinero del gordo no le resolvía los problemas a Rafa.
11. Rafa y su encuentro.
Por disposición de la misma sentencia del juicio que se les siguió a ambos, les tocaba salir en libertad el mismo día a la misma hora.
20 años después, ya tenían Rafa 59 años y Sofi 56. En sus constantes cartas y conversaciones, se habían ratificado su amor sincero y permanente. Distinto a lo esperado, todo lo que habían vivido, en lugar de dividirlos, los había unido y consolidado como pareja eterna. En la víspera de su liberación, habían acordado que Rafa saldría primero e iría a por Sofi. La vieja Maritza, ya arrugadita y casi ciega, junto con uno de sus nietos, fue a esperar afuera de la cárcel a Rafa. La primera sensación de Rafa al salir de la cárcel fue la de ir corriendo a ver a su amada Sofi, a quien no veía en persona desde la última audiencia del juicio a la que les habían trasladado sin permitir siquiera tocarse, hacía más de 12 años.
- Quieres comer algo especial, descansar, bañarte, cambiarte? Le preguntaron a Rafa.
- No, solo vayamos por Sofi. Dijo sin importarle más nada.
Ya en la entrada de la cárcel donde estaba Sofi, el guardia le informó a Rafa que la ciudadana Sofía de la Chiquinquirá Delgado de Toro estaba recogiendo sus cosas, despidiéndose de sus amigas y a punto de salir. A través de una enorme y pesada puerta metálica pintada de color azul, apareció Sofi; bonita, muy bonita, bien arreglada con ropa que le había comprado Maritza, canosa, delgada, con cara de tristeza y alegría al mismo tiempo, llorosa y feliz. El abrazo que se dieron Rafa y Sofi duró una eternidad, ambos podían sentir los latidos del corazón y la respiración del otro. Temblaban. Lloraban. No necesitaron hablarse, sus lágrimas lo decían todo. Solo querían estar juntos haciendo nada, tocándose los rostros y tomándose de las manos, penetrándose con sus miradas.
En prisión, Rafa había escrito un libro sobre su historia, al cual solo le faltaba el último capítulo, referido a su reencuentro con Sofi. Había decidido escribir ese capítulo después que la viese; mas sin embargo, nunca pudo describir con palabras de ningún idioma, la emoción tan grande que sintió al volver a abrazar fuertemente a su amada Sofi; para poder describir aquel momento, hubiera tenido que inventar palabras para hacerlo, pero hizo lo mejor que pudo con lo que el “pobre” castellano le permitió.
12. Rafa y su retiro.
Con algo de dinero que les devolvió Maritza por la venta de las piedras, Rafa y Sofi se marcharon finalmente bien lejos de la Torre, a su casa de Marbella, cuyos documentos, mientras estuvieron en prisión, habían logrado recuperar. Nunca más volvieron a saber de Leica ni dejaron de buscarla.
Su libro, al cual Rafa decidió llamar “Pobre Dinero”, tan pronto se publicó bajo el pseudónimo de “Tomás Centurión”, se convirtió en un récord de ventas en España, pudiendo con las regalías vivir junto a su vieja Sofi, sin privaciones económicas, hasta el último de sus días.
FIN.


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