Este cuento lo terminé de escribir en noviembre del año
2013 y lo dedico como un homenaje a mi suegro Dr. EVENCIO RAFAEL RIVERAS ZERPA
y a mi hermano mayor ALEJANDRO FRANKLIN IZQUIERDO GASCÓN.
El autor
ANDRÉS IVÁN IZQUIERDO GASCÓN
LA CAZA DEL ESPANTO
El silencio y la tranquilidad
de la noche se rompieron con el grito de pavor y dolor que exhaló el gordo
Vicente. El espantoso eco retumbó por
toda la casona donde funcionaba el liceo Agustín Codazzi en Maracay. El sonido provenía del depósito donde se
guardaban los implementos de educación física.
En cuestión de segundos se le pasó la borrachera al resto de los
muchachos que esperaban al gordo en el patio central. Todos supieron que se trataba de algo muy
serio, ya que jamás habían oído a alguien gritar de esa manera. Unos quedaron
paralizados por el pánico, otros salieron huyendo del lugar y solo tres de los
muchachos, los mejores amigos del gordo, corrieron hacia el sitio desde donde
provino su grito. Al llegar a la puerta
del depósito, la abrieron con cautela, encendieron la luz y vieron al gordo en
una esquina del recinto, totalmente desnudo, con los ojos llorosos y extraordinariamente
abiertos, el rostro pálido y sentado en el suelo sobre un pichaque de sus
propias heces. El gordo estaba
totalmente inmóvil. Estaba
aún tibio pero muerto, bien muerto!
Nadie más estaba en ese
depósito. Enseguida los muchachos recorrieron
los alrededores, en infructuosa búsqueda de la mujer con quién se encontraba el
gordo minutos antes. Después de un
rato, dejaron de buscar y volvieron a reunirse en el sitio donde todavía estaba
el gordo enfriándose.
-
Nada! ¿En dónde se metería? exclamó Alejandro, uno
de los amigos del gordo, visiblemente aturdido con todo lo sucedido. ¿Alguien vio algo? Preguntó a los demás.
-
Yo no vi nada. Bueno, nada aparte de ese gato blanco que
salió del depósito, dijo Gonzalo, el otro de los tres amigos que estaban en el
sitio.
-
Tampoco yo, dijo Paiva, el
tercero de los muchachos.
-
¿Qué pasó aquí? Se preguntaban una y otra vez los desconcertados
muchachos, mientras contemplaban horrorizados el cadáver de su amigo.
En ese momento eran las dos de
la madrugada y no se suponía que los muchachos podían estar a esa hora en el
liceo. La razón por la cual estaban
allí era porque habían logrado hacerse de una copia de la llave del depósito y,
los sábados por la noche, cuando salían de parranda, solían regresar y entrar
a hurtadillas al liceo, y, si algún afortunado lograba una conquista, le tocaba
la llave para llevar a la chica a ese depósito en el cual habían colchonetas y
un poco de intimidad, lo suficiente para un gran momento.
Corría el mes de mayo del año
1952, los estudiantes de ese grupo ya estaban a punto de graduarse de
bachiller. Todos tenían más o menos la misma
edad, entre 18 y 20 años. Eran unas
hormonas con patas. El primer lugar en
sus mentes lo ocupaban las mujeres, en segundo lugar la bebida y la comida y
por último los estudios. Maracay había
sido decretada por Gómez,
capital del Estado
Aragua el 21 de junio de 1916, reemplazando así a la ciudad de La Victoria, por
ello, el Colegio Federal fue mudado a Maracay, el cual pasó a ser Liceo Agustín Codazzi en
1944. Para esa misma época del 1952, se formalizaba como tal el parque
zoológico de Maracay.
La noche del deceso del gordo
Vicente, habían estado celebrando los veinte años de Rafael Paiva, a quien todos
le llamaban por el apellido “Paiva”; o Paivita, para los más allegados. Habían ido a un bar cercano en donde
conocieron a varias mujeres. Hubo una de
las mujeres que era realmente especial.
Era de una belleza indescriptible; tanto su cuerpo como su cara eran
perturbadoramente atractivos. Era de
esas mujeres que cuando un hombre la ve, tiene esa sensación de que son diosas inalcanzables,
y hasta les duele el pecho de tanta pasión y frenesí. Destacaba de las demás
tanto por su extraña vestimenta como por su actitud. Aunque tenía actitud de mujer fácil, no se
mezclaba con las otras ni permitía que nadie la tocara ni siquiera para
estrecharle la mano. Bailaba sola y no comía
ni bebía.
Todos se enamoraron a primera
vista, pero como solo pareció coquetearle al menos galán, a quien nadie se lo
esperaba, al gordo Vicente, los demás empujaron al gordo a la conquista. Era un orgullo para todo el grupo, que por
lo menos uno de ellos pudiera ligarse a aquella hermosa mujer.
El gordo, todavía incrédulo de
su buena suerte, se sentó en la barra al lado de su voluptuosa compañera,
haciendo uso de todo su arsenal de conquista.
Entretanto, los demás muchachos se divertían con sus nuevas amigas,
bailando, bebiendo y cantando.
Cuando les cerraron el bar,
quisieron seguir la fiesta y no se les ocurrió otra cosa que irse al único
sitio donde nadie los molestaría: al liceo.
En el camino al liceo, el gordo Vicente llamó aparte a Alejandro y le
dijo con cara de libidinoso: dame la llave del picadero que estoy de suerte!
Alejandro, sin hacer preguntas
ni poner condiciones, le entregó la llave al gordo y le dijo: ten cuidado,
gordo, no te vayas a enamorar, acuérdate de Pili, élla te quiere mucho. El gordo tomó la llave y sin decir más nada,
se adelantó con la mujer para ser el primero en llegar. Todos los amigos del gordo sabían que éste tenía una
novia desde que llegó a Maracay seis años atrás. Todos la conocían como Pili y la querían
mucho, pero ninguno era capaz de decirle al gordo que no la engañara. Por su ascendencia aragonesa, Pili era
bastante blanca, bajita, batatúa y de cara varonil; una fea, pues. Es extraño, pero entre los hombres existe
esa especie de pacto o código no escrito, según el cual ninguno reprocha a otro
una aventura ocasional. Más aún, no pocas veces sienten cierto grado de admiración
por las impunes hazañas del infiel.
Aquella noche, Pili le había montado una escandalosa escena de celos al
gordo Vicente justamente en la entrada del bar. Vicente la habría convencido, una vez más, de
que se fuera tranquila, que él solo tomaría unos traguitos con sus amigos
varones, y ya. Que no había nada de qué preocuparse! La infeliz muchacha se marchó maldiciendo e
insultando al gordo y a sus amigotes.
La desdichada baturra tenía fundadas razones y antecedentes para
desconfiar del gordo.
Cuando las autoridades
levantaron el cadáver del gordo, se lo llevaron a la morgue para hacerle la
autopsia, y todos los muchachos a la mañana siguiente tuvieron que dar muchas
explicaciones a la policía sobre todos los detalles de lo sucedido. No los dejaron en libertad, hasta que el forense
concluyó que el cadáver del gordo no mostraba signo alguno de violencia física
ni lesiones internas ni envenenamiento.
La causa de la muerte habría sido, sin lugar a dudas, un ataque cardíaco
fulminante.
Después que los jóvenes se
repusieron emocionalmente de la pérdida de su amigo, lograron aprobar sus
exámenes finales y todos obtuvieron su cartón de bachiller.
Como era costumbre, muchos
volvieron a sus ciudades de origen y otros se mudaron a Caracas para ingresar a
la universidad. De los amigos del
gordo, Alejandro se mudó a Caracas para estudiar ingeniería. Paiva, era hijo de un policía y decidió
seguir la misma carrera de su padre, mientras que Gonzalo fue enviado por su
padre a Argentina a estudiar medicina.
En 1952 no era muy fácil mantenerse en contacto. Había que escribir muchas cartas y conocer
cada dirección a donde se mudaba la gente. Muchos de los bachilleres más nunca se vieron
entre sí ni supieron de los demás, pero los del grupo del gordo siempre fueron
muy unidos y jamás perdieron el contacto.
Aquél nefasto episodio de la muerte del amigo, los habría marcado para
siempre y desde muy jóvenes aprendieron a apreciar la verdadera amistad. Aunque pasaron muchos años desde la muerte
del gordo, el suceso de su muerte nunca se borró de la mente de sus amigos,
quienes a pesar de los tragos, recordaban con absoluta claridad todos los detalles
de lo sucedido aquella noche. El rostro
de aquella extraña mujer se habría quedado grabado en la mente de todos ellos
para siempre.
Por actividades realizadas en
el liceo, los muchachos habían tenido la mística experiencia de conocer en
persona al botánico suizo Henri François Pittier a finales de 1949, poco
antes de su muerte en enero de 1950 y a la mismísima Madre María de San José, a quien para
entonces se le conocía solo como la Hermana Laura Cardozo.
Esos encuentros los hicieron sentirse especiales para el resto de sus
vidas.
Alejandro nunca tuvo la
paciencia ni la disciplina para recibirse de ingeniero como lo tenía
planeado. Quería ser rico y eso le
llevó a concentrarse más en los negocios que en su profesión. Sin embargo, nunca abandonó su pasión por la
investigación. Siempre estaba
estudiando algo, desde mecánica térmica hasta agricultura, pasando por métodos
alternativos de transformación de energía y hasta una máquina de movimiento
perpetuo. Vivía en Guayana y tenía en
su casa un montón de chatarra, restos de cuanto experimento se le había
ocurrido. En su momento de mayor
lucidez, y con la intención de aprovechar la energía contenida en objetos
aparentemente inertes, logró crear un extraño dispositivo con el cual se podía
extraer la energía que acumulan los átomos de nitrógeno y oxígeno que flotan en
el aire, concentrarla y almacenarla en una especie de batería, la cual luego
podía liberar dicha energía gradualmente en forma de corriente continua (CC o
DC), la cual se genera a partir de un flujo continuo de electrones (cargas
negativas) siempre en el mismo sentido, desde el polo negativo de
la fuente al polo positivo.
Originalmente quiso llevar a otro nivel el principio de aprovechar la energía
que contiene un resorte comprimido o simplemente la acumulada entre las tenazas
de un alicate de presión cerrado.
Estaba convencido que toda esa energía podía ser aprovechada mucho mejor
de lo que lo hicieron los primeros relojeros suizos. Él pensaba que en la estructura molecular
había una enorme energía; pero una cosa lo fue conduciendo a la otra y
finalmente degeneró en un invento totalmente diferente.
Construyó con materiales no tan
rudimentarios un ingenioso aparato que tenía el aspecto de una pequeña consola
de videojuegos, unida por una válvula a una especie de caja con paredes de policarbonato
blindado totalmente transparente. Este
aparato utilizaba el principio de la energía atómica pero a la inversa,
tomándola del núcleo de los átomos suspendidos en el aire. Por sus estudios, Alejandro sabía que el aire
está compuesto en proporciones ligeramente variables por sustancias tales como
el nitrógeno, oxígeno, vapor de agua, ozono, dióxido de carbono, hidrógeno y otras
sustancias. Logró crear un arco
invisible de transferencia de energía, mediante el bombardeo bipolar con
pequeños cañones de neutrones. Con la cantidad
adecuada de neutrones, logró bombardear los átomos de los gases del aire, creando
un campo electromagnético que desplazaba todos los elementos hacia una válvula
receptora y luego los forzaba a pasar al cofre transparente. Dentro del cofre se podía ver la actividad de
la energía de forma muy parecida a las lámparas de plasma. De esta forma, en lugar de causar una
explosión nuclear, logró una reacción controlada que liberaba pequeñas cantidades
de energía utilizable para casi cualquier tipo de aplicación. El efecto del uso de la máquina era la
creación de un verdadero vacío en el espacio demarcado por el perímetro de los
cañones de neutrones, es decir, todas las partículas, moléculas, átomos y todo
que hubiese en ese espacio, quedaba atrapado y condensado en el interior del
cofre o cámara del reactor, dejando el área en un total vacío. Ya había hecho todas las pruebas y el
aparato funcionaba. Primero probó con
uranio, con pequeños diamantes, después con combustibles fósiles, líquidos,
gases y hasta frutas. Por supuesto que
en las pruebas no pudo aguantar la tentación de experimentar con seres vivos
como plantas, insectos, y hasta un desafortunado gato del cual no quedaron ni sus
pulgas. Finalmente constató complacido
que la máquina trabajaba a la perfección con simple aire. Todo cuanto quedaba dentro del campo de
acción de la máquina, desaparecía del sitio y quedaba molecularmente reordenado
y comprimido en el interior del cofre.
Luego se iba desintegrado a medida que se iba aprovechando la energía
del generador de la máquina. El
prototipo funcionaba en espacios reducidos, pero podía fabricarse prácticamente
de cualquier tamaño. Las aplicaciones
de este equipo serían infinitas. Tanto
así, que Alejandro había pasado más tiempo pensando en cómo hacerse
groseramente rico con su invento y asegurarse una patente exclusiva, que el
tiempo que tardó en construirlo. Era un
secreto muy bien guardado, el cual solo era conocido por su hermano y abogado
de confianza, Germelo, encargado de la protección legal de la idea.
Paiva había desarrollado una
vida mucho menos fructífera que la de Alejandro, en términos de éxito
económico. Siempre conforme con su
salario de empleado público, parecía ser feliz con lo que hacía. Ya retirado, se dedicaba a asesorar a la
policía en casos difíciles que los nóveles detectives no lograban resolver. Paiva
vivía en Caracas y, aunque ya era un octogenario, constantemente solicitaban su apoyo para
atender casos en todas las ciudades de Venezuela.
Una noche tarde, después de
cenar, Alejandro recibió una sorpresiva llamada telefónica de Paiva.
-
Hola Alejandro, disculpa la
hora, necesito que hablemos, dijo Paiva con voz azarosa.
-
Dime, viejo, ¿qué pasó? A Alejandro le inquietó el hecho que Paiva
fuera directo al grano, sin rodeos y sin los largos saludos que solía hacer en
sus llamadas.
-
¡Creo que sé lo que le pudo
haber sucedido al gordo Vicente!
-
Explícate, Paiva, no te
entiendo, dijo Alejandro confundido. ¿No
fue un infarto lo que le dió?
-
Sí, pero no pudo haber sido un
simple accidente ni por coincidencia.
Esto es muy serio, Ale. Necesito
que lo hablemos personalmente.
-
Coño, Paiva, ya me estás
cagando! Dijo nervioso Alejandro.
-
Yo ya estoy cagao! Replicó Paiva. Yo estoy en San
Fernando de Apure, estoy trabajando en una investigación de varias muertes
extrañas, y me encontré algo que necesito que veas. Pero tienes que verlo, si te lo cuento no me
vas a creer. ¿Puedes venir? ¿Tú solo?
-
Claro que sí, pero por lo menos
dime de qué se trata.
-
Por teléfono no te lo puedo
decir, pero trata de venir cuanto antes.
Me estoy quedando en el hotel El Campanario, cerca del centro.
Ambos amigos se despidieron, y
tan pronto como terminó la llamada, Alejandro llamó por teléfono a esa misma
hora a su piloto y le dijo:
-
Buenas noches Hugo¡ necesito
que por favor prepares la avioneta mañana temprano; tenemos que salir a primera
hora para San Fernando de Apure.
-
¿Cuánto tiempo vamos a estar
allá, Don Alejandro? Preguntó el piloto para organizar su agenda y el equipaje
necesario.
-
No lo sé, prepárate para un
solo día.
Tan pronto como tocaron tierra
en el aeropuerto de San Fernando, Alejandro dejó a su piloto en el aeropuerto y
tomó un taxi directo al hotel. Antes de
las ocho de la mañana, abría Paiva la puerta de la habitación al intrigado
Alejandro.
-
Hola, hermano, cómo estás, no pude dormir, dime cuál
es el misterio.
-
Gracias Alejandro, sabía que
podía contar contigo, dijo aliviado Paiva.
-
Te voy a mostrar un video, el
cual quiero que veas con mucha atención.
No voy a decirte nada para no sugestionarte. El video es genuino. Ponte los lentes.
Ya Paiva tenía sobre el
escritorio de la habitación una computadora portátil abierta y con un video
cargado. Puso a correr el video y se
concentró en captar la expresión de la cara de Alejandro. El video parecía ser de una cámara estática
instalada a un lado de una entrada vehicular de un motel, la cual captaba con
todo detalle el rostro de las personas que ocupaban el vehículo.
A los pocos segundos de iniciar
el video, Paiva tuvo lo que esperaba, una expresión de asombro en la cara de
Alejandro.
-
Es idéntica! Dijo Alejandro totalmente desconcertado. ¿Cómo puede ser tan idéntica? Tiene que ser
nieta de aquélla mujer!
Alejandro estaba atónito,
mirando el mismo inolvidable rostro de la mujer que el gordo había llevado al
liceo aquella noche, el mismo rostro y la misma enigmática expresión que
durante tantos años había repasado en su mente una y otra vez.
-
¿Qué es esto, Paiva?
¿tú me estás jodiendo?
-
No, Ale, no. Por eso te llamé.
Este video es real. Y tengo otros más.
-
¿De dónde los sacaste? Preguntó Alejandro.
-
Tengo varios meses investigando
una serie de extrañas muertes que han sucedido en esta parte del país,
relacionados con hombres heterosexuales que han estado apareciendo muertos es
misteriosas circunstancias, todos aparentemente cuando se disponían a tener
relaciones sexuales. Aparecen en
moteles o sitios aislados, invariablemente infartados. Han estado acusando a las esposas y
concubinas de los muertos porque creen que son crímenes pasionales, ya que en
todos los casos se trata de tipos infieles.
Se les han practicado todos los exámenes, pero no hay evidencia de
envenenamiento ni de sustancias que puedan provocar los infartos. Parecieran muertes naturales, pero no creo
que lo sean.
Después de conocer los detalles del relato de Paiva, Alejandro quedó en
silencio. No sabía que decir.
-
¿Qué tengo yo que ver con
todo esto? ¿para qué me mandaste a llamar? Preguntó Alejandro desconcertado,
después de permanecer más de un minuto en silencio.
-
¿No lo ves? Quería que me confirmaras mi sospecha. Si esa es la misma mujer, estamos hablando
de alguien que no ha envejecido en todos estos años.
-
Es imposible que sea la
misma, insistió Alejandro, han de ser familia, hasta se visten igual, con ese
sayo blanco pasado de moda. Concluyó Alejandro.
-
Repite lo último que
dijiste. Interrumpió Paiva.
-
Que han de ser familia?
-
No, lo otro.
-
Que se ponen el mismo sayo blanco pasado de
moda!!! Repitió Alejandro, intrigado.
-
Sayo blanco, no?
-
Sí, sayo blanco ¿cuál es tu
punto?
En ese momento Alejandro entendió por dónde venía
Paiva. Hubiera preferido no
imaginarlo. No podía creer que un tipo
tan serio como Paiva lo estuviera guiando a una hipótesis tan absurda. Ninguno de los dos se atrevía a ser el
primero en decir lo que estaban pensando, a ambos les daba vergüenza.
-
Dime que no estás pensando
en espantos! Inquirió Alejandro.
-
Estoy pensando en el mismo
espanto que tú! Se confesó Paiva.
-
¡La Sayona! Dijeron ambos al
mismo tiempo.
De pronto empezaba a tener sentido lo que por años
respondían los ancianos, cada vez que alguno de los muchachos contaba sobre la
muerte del gordo Vicente. Eso fue La
Sayona que le salió al gordo, solían decir los viejos cuando escuchaban el
cuento. Todos, sin excepción. A veces lo exclamaban aún antes de terminar
de oír la historia.
Enseguida Alejandro recordó aquél extraño gato blanco
que salió del depósito en donde murió el gordo Vicente.
-
Vamos a analizar los hechos, dijo Paiva, sin
supersticiones ni prejuicios. Observa las coincidencias: la cara de la mujer,
el pelo negro y largo, el sayo blanco, el gato saliendo del sitio en donde
antes entra la mujer, la inexplicable desaparición de la mujer, en fin, hay
varios puntos de coincidencia en todos estos casos. – Admítelo, Alejandro, esto es mucha
coincidencia.
Lo que estoy pensando, dijo Paiva, es que tenemos que
investigar esto. Pero eso nos va a
costar, y mucho, y no creo que la policía me vaya a financiar esta locura. Ni me atrevería a proponerlo, me tratarían
como un necio e ignorante.
Ya tienes algún plan? Preguntó Alejandro.
En realidad lo que trato es de llegar al fondo de
esto, pero no estoy seguro de saber qué voy a hacer si descubro que estos
crímenes los ha cometido La Sayona. No
sé cómo voy a atraparla y encarcelarla.
¡Pero qué estoy diciendo! ¡Este
asunto me está enloqueciendo!
Cómo se supone que voy a atrapar a un espanto, a un
mito. Ya no sé ni que pensar. Lo cierto es que no puedo dejar las cosas
así.
Espera, Paiva, deja de hablar tanta pendejada. Dime en cuántos sitios tienen prueba de
haberla visto.
Si este espanto puede ser visto, retratado y filmado,
dijo Alejandro, debe estar hecho de algo, de algún tipo de materia o
energía. Sería por eso que la que jodió
a Vicente, no se dejaba tocar?
Exacto, menos mal que tú mismo lo has dicho, respondió
Paiva. Pero ya he investigado, La Sayona
tiene que estar compuesta de ectoplasma.
Es de lo que están hechos los fantasmas, no? preguntó
Alejandro. Y luego continuó, yo no sé
de qué carrizo están hechos los fantasmas, pero el ectoplasma sí lo he
estudiado, en mis investigaciones sobre física y química. Se dice que el ectoplasma es una rara materia
viva que se halla presente en el cuerpo físico, capaz de asumir estados
líquidos, sólidos y sus propiedades. Fluye en la oscuridad a través de los
poros y los distintos orificios del cuerpo de los médiums en trance, siendo
generalmente luminoso y bajan la temperatura del sitio donde se manifiesta. También tiene un olor muy peculiar, como a
vómito. En realidad se trata de un
fluido etérico semimaterial, con una estructura similar a la albúmina,
hallándose en él tejido proteínico, grasas, leucocitos, fosfatos, tejido
cartilaginoso y células en formación. Es
fotosensible y se vaporiza ante la luz.
Y yo he escuchado, interrumpió Paiva, que el
ectoplasma llega a formar cuerpos enteros que se mueven con vida propia, hablan
y caminan de forma independiente, no solo como anexo de los vivos, sino como
verdaderos entes.
Si esa cosa está hecha de cualquier tipo de materia,
gas o energía, podemos atraparla! alardeó Alejandro en tono sobrado y
absolutamente seguro. Si tú puedes
encontrarla, yo puedo atraparla, remató.
No te entiendo, cómo piensas hacerlo. Preguntó curioso Paiva.
Muy simple, tengo una máquina capaz de hacerlo, solo
hay que poner a La Sayona, dentro del campo de acción de la máquina, y
activarla durante unos segundos. El
espectro o lo que quiera que sea, será desintegrado y luego concentrado en un
cofre traslúcido, allí quedará atrapada y generando energía casi infinita.
Pero, qué máquina es esa, dónde la compraste?
Es una larga historia, Paiva, pero no puedo contártela,
Germelo me mataría. Confórmate con saber que yo mismo la construí, que funciona
perfectamente y que no es peligrosa.
Te creo, viejo, sé que eres capaz de eso y de mucho
más. Este asunto debemos atenderlo solo
nosotros, continuó Paiva, mientras menos se sepa de esto, mejor. Ponemos en riesgo nuestra credibilidad si
alguien se entera que estamos considerando la caza del espanto.
Llamemos solo a Gonzalo, para que nos ayude, agregó
Paiva. De hecho, he pensado que ese
viejo sinvergüenza puede servirnos como carnada.
Esa misma mañana llamaron a Gonzalo y le contaron todo
lo sucedido. A diferencia de Alejandro
y Paiva, Gonzalo creyó de inmediato toda la locura que le contaron y de
inmediato se dispuso a viajar a San Fernando para reunirse con sus dos viejos
amigos.
Gonzalo había sido toda su vida un perdedor. Su padre se habría gastado una fortuna
mandándole a estudiar medicina en Argentina, pero éste jamás lo aprovechó; solo
quería ir por la vida disfrutando de los placeres y percibiendo sensaciones
agradables, lo cual hizo con éxito hasta que su papá le cortó los suministros y
le forzó a regresar. Siempre le huyó a
las responsabilidades, a los esfuerzos, a los sacrificios, a la disciplina y a
la constancia. Jamás terminaba lo que
comenzaba. No era así porque quisiera sino porque parecía estar permanentemente
atrapado en una indecisión y una inacción que eran francamente paralizantes. Contrariamente a lo que se habría esperado
de él, no era obeso, sino, por genética, más bien de contextura atlética. Gonzalo nunca tuvo éxito económico ni
familiar no profesional ni de nada. Las
mujeres lo dejaban, sus hijos no le hablaban, lo echaban de los empleos, atraía
los infortunios, era un desastre. Pero
era simpático, muy simpático, bienintencionado, medio poeta, medio músico,
refranero, galante y encantador, únicas herramientas que le quedaban para
seguir viviendo de los demás. Impecable
en el vestir, Gonzalo nunca descuidó su apariencia, tenía un fenotipo caucásico
que le permitía mezclarse entre la gente pudiente, de quienes siempre lograba
algún negocio o contrato de cualquier cosa, en el que siempre, sin excepción,
terminaba quedando mal. Gonzalo nunca se
enteró de la causa de sus constantes desatinos. Aunque parezca increíble, la mayoría de las
personas jamás se detiene a pensar por qué les va mal, limitándose a culpar a
la mala suerte o a alguien más. Aún
peor, caen en una espiral o trampa de subsistencia que les impide parar de
trabajar para descubrir qué es lo que están haciendo mal. Entre el trabajo, la televisión, la habladera
de paja y dormir, queda muy poco tiempo a la gente para meditar, reflexionar
sobre su pasado, presente y futuro. Lo
peor que le puede pasar a alguien es que ni siquiera se entere que es un
mediocre, o más grave aún, que lo sepa y lo niegue. El fracaso va asociado a la falta de
responsabilidad, a no terminar de entender que lo bueno o lo malo que pueda
pasarnos depende únicamente de nosotros (y de Dios, según algunos). En una oportunidad Gonzalo le había
preguntado a Alejandro cómo había hecho para hacerse tan rico, habiendo ambos
partido desde el mismo punto y habiendo sido los dos un fracaso académico. Alejandro se rió y le habló así: La
diferencia entre tú y yo, Gonzalo, es que yo amo lo que hago, tú no, tú solo
haces lo que haces porque crees que no hay más nada para ti. Solo cuando amas lo que haces, pero de
verdad, eres capaz de hacerlo con pasión y excelencia, y siempre las cosas
hechas con pasión y excelencia, son las que las demás personas están dispuestas
a pagar al mayor precio. Ese mayor
precio que pagan los demás será justamente tu riqueza. Mas nunca trataron el tema, pero en la mente
de ambos quedó la misma pregunta ¿se puede ir por la vida sin encontrar lo que
realmente te apasione? O peor aún ¿se puede ir por la vida sin tenerlo? La respuesta es muy triste porque es un
lamentable “sí”. Eso explica por qué en
el mundo hay tantas personas, parejas, familias, pueblos y hasta naciones enteras,
que son perdedoras y miserables. De
modo que la respuesta de Alejandro sugería que lo primero que hay que hacer, de
inmediato y sin pérdida de tiempo, para salir del laberinto del fracaso es
buscar, identificar, aislar y definir qué es lo que realmente amamos hacer (hacer,
no tener, porque para tener, primero hay que hacer). Pero no basta con decir que tal o cual cosa
es lo que quisiéramos hacer, sino lo que realmente queremos hacer. No es lo
mismo yo “quiero” que yo “quisiera”. Lo
que queremos, es lo que es posible lograr, lo que quisiéramos, jamás
sucederá. Lo que queremos hacer por siempre
y para siempre, aquello por lo cual seríamos capaces de dejar todo lo que
hacemos y tenemos, salir de nuestro círculo de confort e ir a por eso. ¿Qué pasa si no lo encuentras o no lo
tienes? No importa, sigue buscando,
aunque se te vaya la vida en ello. Si
lo encuentras muy tarde o no lo encuentras, por lo menos lo habrás intentado,
lo cual es de suyo, mucho más meritorio que no haber hecho nada al
respecto. En todo caso, si no encuentras
lo que más amas hacer, ve por lo segundo que más ames, o por lo tercero y así
hasta que por lo menos encuentres aquello que es lo que menos odias hacer. Pero
eso sí, cuando lo encuentres, ve a por él a todo costo. Un viejo muy sabio dijo una vez a sus hijos:
“haced lo que hagáis con excelencia, que
el oro vendrá por añadidura”. Esta
máxima es casi cierta, pero le faltó un detalle: “nunca os olvidéis del oro cuando hagáis con excelencia lo que haceis”. Sólo cuando amas lo que haces, podrás caer y
levantarte para volver a montar el mismo potro todas las veces que sean
necesarias hasta alcanzar el éxito. Si
no amas lo que haces, no encontrarás la fuerza y la motivación necesarias para
superar los obstáculos y terminarás por abandonarlo y empezar con otra cosa.
Eso fue lo que le pasó a Gonzalo, pasó toda su vida arrancando nuevos proyectos
desde cero, haciendo cambios, movido solo por el dinero, o mejor dicho, por la falta
de dinero, y cuando las cosas se pusieron feas, como suele suceder en todos los
proyectos, los abandonó para siempre, simplemente porque faltaba el ingrediente
que hace que la magia suceda: la pasión. Lo más difícil en la vida de muchas personas, decía Alejandro, es
encontrarse con sus talentos naturales y desarrollarlos. En qué ramo del quehacer humano desarrollarse
a placer, es, por mucho, lo primero que cualquier persona que haya despertado
del conformismo, debe descubrir. El no
saber qué nos gusta ni qué hacemos de forma natural, nos mantendrá haciendo
cosas que no nos gustan y que por lo tanto es casi imposible que las hagamos
con excelencia. Una vez que sabemos qué
nos gusta y qué queremos hacer todo el tiempo, solo resta trabajar en ello, y
el éxito vendrá como consecuencia del privilegio de haberlo descubierto y de
haberse ocupado en ello.
Al día siguiente, cuando Gonzalo se presentó en la recepción
del hotel, traía debajo del brazo una Ouija barata que parecía de juguete. La Ouija original, no la que traía Gonzalo, es un tablero de madera
envejecida, oscura y pesada, como del tamaño de media torta de casabe, con
letras y números incrustados, y una especie de ficha o tablita móvil en forma
de lágrima, con el que la gente puede entablar contacto con los difuntos. Deshazte de eso ahora mismo, insensato! le
urgió Paiva antes de saludarle. No seas
ridículo!
Me vine preparado, Paivita, fue lo primero que dijo Gonzalo, afuera en el
taxi está un amigo mío que es palero genuino, agregó en voz alta. Ya me dijo que por una módica suma, nos
instruirá sobre qué hacer con esa Sayona. Para Gonzalo, quien no prestaba atención a
los detalles, palero, santero y mayombero eran prácticamente la misma cosa. Sin embargo su acompañante no era en
realidad un inocente y charlatán palero ni santero, sino un convencido brujo
mayombero, practicante del culto del Palo
Monte Mayombe, originario de las Montañas Mayombe en África: de África
es el culto, no el brujo, éste era de Acarigua.
Estos cultos mortuorios pertenecían originalmente a las distintas etnias africanas, con
diferentes religiones y creencias como la yoruba y el bantú.
La migración de africanos a Cuba, exportó sus ritos, convirtiéndose en
la Santería y el Palo Mayombe. Esta última
es la religión más oscura, venerada, temida y poderosa entre las religiones
afro-caribeñas y basa su sabiduría en la magia y en tratados con los muertos. El Mayombe cree en un Dios (Sambi), y en las fuerzas naturales, guiadas por los muertos.
Sea lo que fuere,
Paiva y Alejandro le demandaron al unísono a Gonzalo, que se deshiciese del
brujo de inmediato. Gonzalo obedeció y
le pidió al brujo que se marchase, no sin antes tener que pagarle por la
“visita”. Inconforme y ofendido, el
profesional de la muerte y los espíritus malignos, le espetó a Gonzalo una
lenguarada en un extraño dialecto, que no se necesitaba ser políglota para
entender que no se trataba de un agradecimiento.
Ya en privado, Alejandro hizo una pregunta que ninguno
se esperaba: ¿hasta dónde están
dispuestos a llegar con esto? Después
de una natural silencio, Alejandro continuó: imagínense que el espanto existe y
que logramos atraparlo. Qué vamos a
hacer con él. Esto podría ocupar lo poco
que nos queda de vida. Estamos
dispuestos a vivir con eso? Ocuparía
todo nuestro tiempo y se llevaría nuestra tranquilidad y la de nuestras familias. Aunque ya casi nadie habla de La Sayona ni
cree en élla, si la atrapamos, se convertirá en un suceso mundial, se pondrá de
moda, cambiará la historia de la ciencia y la religión para siempre, la
humanidad se dividirá entre el antes y después de la captura de un ente
maldito. Podemos hasta perder la vida
en esta empresa, lo entienden? Fueron
preguntas para las cuales ninguno tenía respuesta. Esas preguntas, que parecían ser pura
retórica, en realidad estaban cargadas de una gran sabiduría y experiencia de
vida. Estas preguntas envolvían el
eterno dilema de cuándo continuar y cuándo detenerse en cualquier proyecto. Qué tanto queríamos algo como para cambiar
nuestras vidas por ello.
El carácter visionario de Alejandro le habría puesto,
al final de la vida, en posición de privilegio con relación a todos sus
compañeros. Alejandro, aunque siempre
fue soñador, impaciente e impulsivo, tenía claro que había que sacar cuentas
con la cabeza y no con el corazón; y que la diferencia entre desistir y
perseverar estaba en lo preparado que estuvieras y en tu capacidad de prever el
futuro. Siempre deploró ese viejo
proverbio chino que dice “es difícil
predecir, especialmente el futuro”.
Su capacidad de analizar pasado y presente, para predecir el futuro, lo
había llevado a ganar la mayoría de las apuestas que hacía. Sí, de lo riesgosas que eran, se trataba más
de apuestas que de inversiones.
El ejemplo más claro sobre la oportunidad de retirarse
o de seguir adelante, lo había visto en la historia del USS Akron.
Alejandro nació el 30 de mayo de 1932. Diecinueve días antes, el miércoles 11 de
mayo de 1932, cuando en los Estados Unidos estaba en pleno apogeo el uso de los
dirigibles, sucedió en San Diego, California, una insólita tragedia en la cual
murieron dos marineros por no ver el momento oportuno de retirarse. El dirigible USS Akron sobre el campamento
Kearny, San Diego, California, trató de atracar para repostar. Decenas de marineros aguantaron los cables
para enganchar los anillos y bajar el dirigible. Por un golpe de viento, una
argolla se rompió y todos los marineros lo dejaron ir, excepto tres, quienes se
quedaron guindando de la cuerda. Charles Cowart, Robert H. Edsall y Nigel M.
Henton. Solo uno de ellos, Charles
Cowart, se las arregló para acomodarse en el cable y no caer. Dos murieron y uno regresó a salvo convertido
en héroe. Los tres hicieron la misma
estupidez, pero con resultados diferentes.
La diferencia estuvo en que Cowart pudo ver con más anticipación lo que
iba a suceder y atinó a pararse en el estribo del cable en lugar de colgar de
él. De esto existe un viejo video, en el cual puede verse claramente a Cowart
parado sobre una especie de trapecio, mientras que los otros dos infortunados
solo se sostenían con la limitada fuerza de sus manos, hasta que se soltaron,
cayeron y murieron. El padre de
Alejandro, siempre le comentaba a éste aquél aleccionador suceso, el cual, por
fuerza de la repetición, lo hizo propio.
Alejandro era
un viejo celosamente puntual, jamás llegaba tarde a una cita:
siempre llegaba a tiempo, temprano o muy temprano, pero nunca
tarde. Quizá porque tenía más dinero para gastar que tiempo
para vivir, Alejandro administraba el tiempo de manera muy distinta a como
administraba su dinero, de hecho era más ahorrativo con el tiempo que con el
dinero, quizá porque creía que es falso aquél dicho de que “el tiempo es oro”. Es falso, porque en verdad el
tiempo vale muchísimo más que el oro. El oro se gana y se
pierde, va y viene, pero el tiempo no. El oro se recupera, el tiempo
no. Lo que lo hace tan valioso es que no es renovable, a
pesar de ser muy abundante, no vuelve. Solía explicárselo a
los incrédulos, preguntándoles cuánto pagaría un padre rico por retroceder el
tiempo 5 segundos después de dispararle accidentalmente a su hija mientras
manipulaba su escopeta, o cuánto valía para un equipo de Fórmula-1 esa fracción
de segundo que le faltó para ganar la copa. Siendo el tiempo
un bien tan valioso, Alejandro consideraba que la mayor falta de
respeto hacia los demás, era hacerles perder su tempo. Lo
llenaba de indignación ver en los quioscos de revistas, unas revisticas de
juegos de ingenio llamadas “Pasatiempos”,
o, peor aún, una vez vio una llamada “Matatiempo”. Cualquier
persona que le respondiera “aquí, matando
el tiempo” a la pregunta ¿qué haces? era señal de un conformista perdedor que
jamás saldría de su miseria. La peor frase que podía oír de
una adolescente era “estoy aburrida, qué
hago”. Alejandro siempre tenía algo qué hacer y en qué
ocuparse, realmente nunca estaba “haciendo
nada”, hasta cuando comía, descansaba o se bañaba, estaba planeando algo o
repasando tareas que lo conducirían a sus bien definidas metas y
objetivos. Esta obsesión lo llevaría desde temprana edad
al extremo de llevarse cosas al baño para contemplarlas o analizarlas mientras
se bañaba o defecaba. Era casi enfermizo, una vez se llevó al
baño una bicicleta, unas botas nuevas y hasta su primera tarjeta de crédito.
Dejar las tareas
para último minuto, pensaba, era un acto de indisciplina e irresponsabilidad
imperdonable. El descanso era para cuando todo estuviera
hecho, lo cual, reconozcámoslo, nunca sucede. Todo lo
hacía con suficiente anticipación y nunca ponía en su agenda más cosas de las
que pudiera holgadamente realizar, dejando siempre un margen para imprevistos. Esta
buena práctica le contribuyó enormemente para amasar su
fortuna. No era fácil para él vivir en una sociedad en la cual
es “normal” y tolerado llegar en
promedio 10 minutos tarde a todas partes. Aunque le
molestaba enormemente que lo hicieran esperar, nunca fue hostil con nadie por
esta causa ni trataba de reeducar a la gente más allá de su entorno más cercano
y su círculo familiar. Al pobre siempre le tocó vivir con
mujeres que jamás entendieron el valor del tiempo. Con una de
ellas, por ejemplo, nunca logró ver en el cine una película que no estuviera ya
empezada.
Solía pensar en
la diferencia del valor del tiempo para un prisionero a cadena perpetua y para
un empresario exitoso en libertad. Para el segundo, el tiempo
vale mucho y para el primero casi nada. De allí que parecía
que el tiempo en sí mismo no tenía ningún valor intrínseco sino lo que el
hombre hace con él. El Sol sale para todos, es verdad, pero
cada quien hace con su día cosas diferentes, unos lo aprovechan al máximo y
otros lo tiran como idiotas. El tiempo vale en cuanto se
utiliza para hacer algo valioso. Contradictoriamente, el
valioso tiempo, a diferencia del oro, es infinito, sí, tanto como el
espacio. El tiempo y el espacio son los factores o elementos más
abundantes en el universo. El universo es infinito en tiempo y
en espacio. Infinito hacia atrás y hacia
adelante. El calendario universal no tuvo fecha de inicio ni
tendrá fecha de fin. Siempre ha habido un antes y siempre
habrá un después. El universo ha
existido desde siempre y existirá para siempre, aunque cambie de forma, se
destruya o desaparezca, el tiempo seguirá transcurriendo, aunque sea en el
vacío, en la nada, seguirá transcurriendo aunque ya no existan relojes para
medirlo. De allí que al ser tan
abundante, debería ser más barato que el agua de mar, pero no es así. El tiempo presente es tan breve que es
imposible que pueda costar algo. En
efecto, solía explicar el viejo Alejandro, los tiempos del tiempo son solo dos
y no tres, como erradamente nos enseñan en la escuela. El presente en realidad no existe: solo
existió el pasado así como existirá el futuro, pero el presente no es más que
el punto infinitamente breve en el tiempo, donde el pasado y el futuro se
unen. El presente es tan breve que
cuando la mente humana logra captarlo, ya es pasado: pasado reciente, pero
pasado al fin. El presente es el punto
de unión entre el pasado y el futuro que se va moviendo junto con el
transcurrir del tiempo sea cual sea el mecanismo que se use para medirlo. El tiempo es abundante, ya se dijo, pero la
vida humana, no. La edad productiva de un hombre puede estar
en promedio y con mucha suerte entre los 10 y los 80
años. Esto nos da un espacio de 70
años. Dentro de la infinitud del tiempo, 70 años es una
fracción comparativamente hablando muy chiquitita de algo que en sí no tiene
ningún valor. A los más afortunados, la naturaleza o El
Creador o quien quiera que haya puesto a funcionar la vida humana en la tierra,
les da un cupón estándar con más de dos mil millones de segundos; cada quien
escoge si los aprovecha o los tira. Pasan rapidísimo, no son
acumulables y siempre se acaban, les repetía una y otra vez a sus nietos; no
les vaya a pasar como a esa gente que visita un país de moneda débil y cuando
hace su primer cambio se siente millonario porque se embolsó un montón de
billetes que cree que nunca se le gastarán, pero resulta que al poco tiempo ya
tiene que cambiar otra vez.
La mejor manera
de aprovechar el tiempo, profesaba Alejandro, era tener metas y objetivos
claros y bien definidos. Solo de esa forma las personas saben
hacia dónde dirigir sus esfuerzos y cómo invertir mejor su
tiempo. Cualquiera que sepa hacia dónde va, seguro que no tendrá
tiempo que perder.
Qué pasa con las
personas cuyo éxito consiste justamente retirarse jóvenes a vacacionar por el
resto de sus vidas, preguntaban a Alejandro quienes querían poner a prueba sus
teorías. Eso está perfecto y no contradice mi teoría,
respondía el viejo. No todos deseamos ser muy ricos ni muy
exitosos. Hay quienes se conforman con poco, y una persona que
considere que su éxito es disfrutar de una modesta pensión que le permita
pasarse el día entero rellenando crucigramas en un “Matatiempo”, si lo logra, esa persona será un exitoso en el rango
de sus aspiraciones, y eso es totalmente legítimo. Nada tengo
en contra de eso, respondía, siempre que el conformismo no los lleve a
convertirse en parásitos sociales, porque entonces sí es mi problema.
Alejandro, sin
ser inamistoso, era un tipo de pocas palabras. Todo lo que era
cotilleo, quejarse del clima, del gobierno, de la conducta ciudadana, de la
familia, del perro o del jefe, era una de las mejores formas de perder el
tiempo, ya que ninguna de estas prácticas conducían a resultados de provecho.
No podía entender
cómo podía haber gente exitosa y que fuera a la vez bocona y
parlanchina. Creía que el verdadero éxito era ostentado por
las personas que estaban más enfocadas en oír que en hablar. No
dudaba que hay más aprendizaje en oír que en hablar. Somos
esclavos de lo que decimos y dueños de lo que callamos, recordaba cada vez que
perdía una excelente oportunidad de quedarse
callado. Callar y oír fue uno de los hábitos y virtudes
que más le costó desarrollar a Alejandro durante toda su vida, tanto, que
todavía no le salía con naturalidad sino que cada vez tenía que recordarlo y
forzarlo a voluntad. En lo que sí no escatimaba palabras era
en halagar y hacer sentir bien a las que tuvieron la suerte de ser sus
mujeres. Hasta eso era, para él, una inteligente y rentable
inversión en paz y confort. Gustaba de conversar con los
ancianos y era un excelente oyente. Una de las cosas que más le
costaba manejar, eran justamente los silencios incómodos frente a alguien con
quien no tenía nada de qué hablar. Solía cortar
elegantemente a los habladores de paja. Oír a un “hablapaja” era faltarse el respeto a sí
mismo. Lo inevitable era perder los primeros segundos que le
tomaba concluir que estaba frente a un “hablapaja”,
más los últimos que le tomaba cortarlo elegantemente. Debe ser
por eso que nunca fue bebedor.
La asociación del
dinero al tiempo, es tan estrecha, decía Alejandro, que el primero no podía ser
entendido sin hacer referencia al segundo, por ejemplo, cuándo se le pregunta a
alguien cuánto gana usted o cuánto produce su empresa, y la persona responde 1.000,00,
hay que preguntarle: al año? Al mes? Por hora?
Si pido un préstamo en el banco, la cantidad de dinero que devolveré
está indisolublemente asociada a tiempo que tardaré en pagarlo. No es casualidad que el dinero genere intereses
por causa del tiempo. El dinero que
tenía Antonio el Hornero para comprar una casa nueva en España antes de la
guerra civil, después de un tiempo le alcanzó solo para reparar las ventanas de
la vieja casa. La moneda que hoy tengo
en mi bolsillo mañana valdrá un poco menos.
El tiempo es pues uno de los componentes del valor del dinero. No podemos hablar de dinero sin hablar de
tiempo. Por lo tanto la administración
de uno y otro suelen ser muy parecidas.
Quien administra mal su tiempo y el de los demás, seguramente también lo
hará con su dinero y el de los demás.
Él solía
reflexionar si “tener más dinero o poder” debía ser un fin o un medio. Si era un fin, había que enfocarse en cómo
lograrlo, pero si era un medio, entonces debía haber algo más allá que hacer
con los anhelados poder y dinero, es
decir, las diferentes manifestaciones de sensaciones placenteras que llamamos
felicidad, tales como el amor o la sumisión de los demás, los placeres
sexuales, el confort y cualquier otra necesidad, manía, capricho o miseria
humana que pueda ser satisfecha con dinero y poder. Entonces, no nos afanamos por el dinero en
sí, sino por todas las sensaciones placenteras que éste puede comprar, el
dinero es solo el medio para conseguirlos.
Entonces el qué hacer con el dinero no sería el problema mayor sino cómo
obtenerlo, cómo generar la riqueza de la manera más honesta posible. En sus múltiples viajes por el mundo entero,
cada vez que observaba alguna obra monumental, imperial, religiosa o
simplemente megalómana, solía percibir, sin ser marxista, que en dichas obras
para gloria de algunos, se había perdido patrimonio, vida, salud, orgullo,
tiempo y esfuerzo de millares. Por eso
creía firmemente que la riqueza debía generarse como producto de la genialidad,
de la creatividad, de la observación, de la prudencia, del sentido de la
oportunidad, del espíritu aventurero, no de forzar y perjudicar a los
demás. Un pintor, ponía por ejemplo, que
gastó 100 dólares en materiales y creó una obra que luego vendió en 500
dólares. Independientemente del origen
del dinero que cobró, ese pintor genero una riqueza pura, honesta, sustentable,
capitalizable, excedentaria; y, lo más importante, trabajó para sí y no para
enriquecer a otro pintor. Especulativo, quizás, porque no hay un valor
de referencia para tasar el arte, pero mientras más bonito pinte, mayor será su
riqueza, tanto por lo que hace como por lo que cobra. También solía contar una y otra vez aquél
chiste malo de los dos orientales, Teo y José, quienes andaban por Delta
Amacuro, arruinados y sin trabajo, hasta que encontraron a un comerciante que
vendía ron. Éste accedió a darles el
trabajo de vender el ron a los indios por todos esos caños del río Orinoco,
pero no sin antes hacerles prometer por la mismísima Virgen del Valle que
cobrarían por cada palo de ron servido.
Desde luego que el juramento fue rápido y solemne. El comerciante les entregó una curiara,
remos, una garrafa de ron, y una totumita que contenía la medida equivalente a
un real (el chiste es viejo) de ron.
Empezaron a remar, y tan pronto calentó el Sol, Teo le dijo a José: “Qué calor compadre, ¿nos echamos un
traguito?”. José le respondió: “Cómo
se le ocurre, compadre, no tenemos plata y nos dijeron que el ron había que
venderlo, el musiú se va a arrechar”.
Al rato, después de varias horas de Sol
y sin vender nada, dice Teo con cara de creativo: “compadre, a mí me queda un realito aquí en el bolsillo, véndame un
traguito de ron”. José le vendió la porción y le recibió la moneda. Al rato el acalorado José le dijo a su
cómplice: “aquí está el realito,
compadre, véndame ahora usted a mí un traguito”. El mismo realito pasó y volvió de unas manos
a las otras hasta que se acabó la garrafa.
Los borrachos estaban convencidos de no haber quebrantado su juramento
porque todas las veces habían recibido una moneda por cada trago de ron
entregado. Contaba esta historia para
destacar la obvia moraleja: un par de idiotas haciendo múltiples operaciones de
comercio con intercambio monetario, pero incapaces de generar riqueza. De allí la fijación de Alejandro de generar
riqueza y no generar dinero. Riqueza
entendida como el disfrute permanente de todo aquello que el ser humano
considera placentero (para el Marxismo o materialismo histórico, es el trabajo,
que genera una plusvalía que se vuelve a reinvertir acumulado al capital
primitivo). Cuidado, porque los extremos
terminan juntándose: los borrachitos pudieron creer que bajo este concepto,
estaban generando riqueza, perdón! placer.
Hay mucha gente
que genera dinero, pero no riqueza, aunque al final pudiera dar la impresión de
que tienen lo mismo, lo que los diferencia es el sabor de esos placeres.
Alejandro, en
consecuencia, detestaba a la gente que cobra por “ser” y no por “hacer”.
Tocaba a los tres
ancianos planear la forma cómo encontrarían a La Sayona y cómo la
atraparían. De una tormenta de ideas y
de una revisión de los hábitos y métodos del espanto, concluyeron que tendrían
que adentrarse en lo más profundo del llano venezolano, en donde es más arraigada
su leyenda y dónde se habrían estado cometiendo los crímenes que Paiva estaba
obsesionado por resolver. Con los
recursos que proporcionó el hombre de la plata, se hicieron de un vehículo 4x4,
caballos aperados, cámaras infrarrojas, videograbadoras, lámparas, escopetas,
cava, generador, armas, linternas, víveres y, lo más importante, la máquina de
Alejandro.
Los viejos
pasaron varios días investigando y repasando todas las historias, cuentos y
leyendas sobre La Sayona, hasta que se sintieron bien enterados. Pudieron identificar elementos comunes de las
historias y testimonios recabados, concluyendo que La Sayona es una aparición
eterna del género de los espantos, que se manifiesta principalmente en los
llanos venezolanos, aunque también hay hallazgos en todo el país y aún en
grandes ciudades. Sus víctimas son los
hombres infieles, a quienes asedia hasta enloquecerlos, matarlos o hacerlos que
se arrepientan. Su historia, muy
antigua y con algunas variantes, se resume en el de una mujer joven y hermosa,
irracionalmente celosa, que estaba recién casada con un hombre joven, apuesto y
generoso. Una tarde, la mujer regresó
de misa a su casa y encontró a su madre con su joven esposo en la habitación,
creyendo de inmediato que la estaban engañando, lo cual no era cierto. Ciega de los celos y el dolor, la mujer
prendió fuego a la casa y quemó vivos en su interior a su esposo, a su pequeña
bebé de meses y a su propia madre.
Mientras se quemaba, su madre le gritó desde dentro: “Te
maldigo, te maldigo para siempre, loca er carajo! No permita el diablo que tu
alma descanse en paz! Que seas
eternamente La Sayona!” Cuentan los
testigos que, inmersa en una profunda depresión por el arrepentimiento, la
desdichada y maldecida mujer se suicidó colgándose de un árbol cerca el lugar
del incendio, al tiempo que vestía un largo sayo blanco y lucía una suelta y
larga cabellera negra. Su alma celosa vaga
desde entonces por todas partes, en busca de hombres infieles para vengarse. Primero los enamora y cuando ya creen que la
harán suya, ésta se revela en su verdadera presencia espectral, absolutamente
repugnante y espantosa. El horror que
sufren sus víctimas, los mata del susto en el acto, los deja locos o les cura
para siempre la mala maña. Se dice que
al único que no pudo atormentar fue a un ciego sinvergüenza quien al no poder
verla ni siquiera se enteró. Muchos la han visto pero solo unos pocos han
logrado salir con vida o cuerdos para contarlo, y, de estos, no todos se
atreven a hablar de ello para no invocarla.
La Sayona, por suerte, no puede leer la mente, es incorpórea, no come ni
bebe, no orina ni defeca, no duerme ni respira, no envejece, no despide olor ni
calor, pero si habla, seduce, camina, se arrastra, se desnuda, llora, ríe, se
burla, traspasa las paredes, aparece y desaparece, puede ser retratada, es
incorpórea (perdón, eso ya lo dije), puede generar cualquier tipo de ruido o
sonido y puede adoptar cualquier forma visible conocida o desconocida, siendo
sus preferidas las de gato, perro, serpiente, ave, caimán y mono. Siempre anda sola y ataca sobre-segura. Suele aparecer de noche y en lugares
despoblados. Cuando se presenta en
forma de mujer seductora, viste un impecable sayo blanco y no da a sus víctimas
ninguna oportunidad, su presencia es tan irresistible que hasta ahora solo ha
sido el ciego quien ha logrado zafársele.
Se sabe que La Sayona es una sola y no es ubicua ya que no hay registros
de que haya aparecido en dos sitios al mismo tiempo.
Marcaron en un
mapa todos los lugares de los avistamientos y las muertes. El sitio donde más recurrencia de episodios
había registrados, era en las cercanías del hato El Campanario, si, como el
hotel, en el Estado Portuguesa, sitio donde por cierto se señala y se sospecha
como el lugar donde pudo La Sayona haber quemado vivos a su esposo, a su bebita
y a su madre.
El hato es
enorme, tanto, que dentro de sus leguas hay un caserío, con dispensario,
escuela, iglesia, bodega y hasta un lenocinio.
No por casualidad
los viejos conocían a uno de los dueños del hato, el viejo Juan Mori, heredero
de una familia asturiana que fundó el lugar durante todo el siglo XIX. Juan Mori también habría estudiado el
bachillerato en Maracay. El viejo Juan
era notoriamente alto, altísimo, debía superar fácilmente los dos metros y pico
de altura, ojos claros, cabello claro, pecoso, flaco y medio patuleco, pero muy
buena gente, inocentón pero no pendejo, conversador y anecdótico.
Los viejos
contactaron a Juan Mori y, ocultándole sus verdaderos propósitos, le pidieron
instalarse en su hato para hacer un documental sobre la vida del llano. El dueño de El Campanario, aunque no se la
creyó, aceptó gustoso e incondicional.
Una vez
instalados en la casona del hato El Campanario, planearon montar la cacería
cerca del caserío del hato llamado Las Catiras (nadie sabe por qué el caserío
se llama así, porque jamás se supo que lo habitaran rubias de ninguna clase).
El plan para
encontrar a La Sayona era sencillo: simplemente hacerse encontrar por
ésta. Parecía obvio que si se
completaban todos los factores que la hacían aparecer, ésta perseguiría a los
viejos y así éstos podrían tenderle una trampa. Era obvio también que el mejor candidato
para servir de señuelo era el viejo Gonzalo, sinvergüenza por naturaleza no
necesitaría actuar ni fingir, la infidelidad le era innata.
Decidieron que
Gonzalo, casado en cuartas nupcias con una bella mujer de Guasipati, medio
retaca y de cuello corto, llamada Elena, con fama de celosa y violenta, tanto
que se habría ganado el mote de “La
Fiera”; iría al burdel del caserío Las Catiras, después de la media noche,
contrataría los favores sexuales de dos mujeres (dos a la vez, si, para
asegurarse que La Sayona se enterara y enfureciera), y luego regresaría
borracho, a pié y solo, por el solitario, oscuro y viejo camino de tierra que
conduce desde Las Catiras hasta la casona del hato. Esta carnada sería apetecible a La
Sayona. Si La Sayona andaba por esos
lados, se le aparecería a Gonzalo sin remedio; y entonces los viejos, quienes
seguirían de cerca a Gonzalo, activarían la máquina oculta de Alejandro hacia
el espanto y la reducirían para siempre.
Los viejos
instalaron cámaras móviles infrarrojas remotas dentro del bar y a todo lo largo
del camino, con las cuales esperaban poder ver a La Sayona cuando
apareciera. Se suponía que Gonzalo
debía hacer creer a La Sayona que estaba interesado en ella, y la conduciría
hasta una vieja choza que estaba cerca de la carretera de tierra, y la
invitaría a entrar. Dentro de la choza
estaba instalada la máquina de Alejandro, lista y activada por control remoto para
que tan pronto Gonzalo pudiera escapar de la choza, la máquina hiciera lo suyo.
¿Puedo acompañar
a las señoritas? Preguntó Gonzalo en un tonito baboso a cinco viejas feas y
mal-vestidas que bebían, conversaban y fumaban en la barra del único bar-burdel
que había en el caserío Las Catiras. No
había más nadie en el sitio, además de las “chicas”
y el madeirense que las “administraba” y servía los tragos. Con la cantidad que habían presupuestado
para dos mujeres bonitas, Gonzalo se llevó a las cinco viejas y todavía le
sobró plata.
Al poco rato
salía Gonzalo borracho, con cara de sueño, manchado de pintura de labios y
hediondo a cigarro y perfumitos baratos, y tarareando un cancioncita pegajosa
cuya letra ni recordaba. ¿Qué hizo
Gonzalo en la habitación con las cinco mujeres? Nadie lo supo con exactitud,
pero a pesar de sus casi 80 años y su vida dispendiosa, es posible que haya
podido arreglárselas. Realmente no había una forma más descarada de provocar a
La Sayona.
Se despidió
cariñosamente de sus nuevas amigas y emprendió a pié el camino de regreso. Los viejos le seguían en la camioneta desde
una distancia prudencial y monitoreaban todo su entorno. Gonzalo iba cantando y caminando con pasitos
de baile, alardeando de la vagabundería que acababa de hacer. Pero caminó cerca de 2 kilómetros sin que
apareciera La Sayona, hasta que se cansó y utilizó el micrófono que llevaba
oculto, para llamar a sus compañeros a fin de que le recogiesen. Frustrados,
los viejos decidieron repetir la operación las noches siguientes.
Durante las
siguientes dos noches, repitieron exactamente la operación. Ya el viejo Gonzalo
estaba exhausto, agotado y empalagado, cada noche pasaba menos tiempo con sus
amigas, quienes no entendían de qué iba la cosa.
La cuarta noche,
cuando Gonzalo había iniciado su acostumbrada caminata nocturna, y andaba cerca
de la choza de la trampa, sorprendidos, los viejos vieron en el monitor cómo se
le acercaba por detrás a Gonzalo una silueta femenina, con cabello claro, de
baja estatura, portando una escopeta de un solo tiro. No entendían nada, porque no se suponía que
La Sayona fuera armada. No dio tiempo a
los viejos alertar a Gonzalo, cuando la mujer sin mediar palabras, le hizo un
disparo a corta distancia que nadie se explica cómo pudo fallar. Sin más municiones, la mujer corrió decidida
hacia el asustado anciano y comenzó a azotarlo con la culata del arma. Gonzalo se defendió como pudo, hasta que se
acercaron los otros dos viejos a rescatarlo.
En medio del forcejeo alguien logró distinguir el rostro iracundo de
Elena “La Fiera”, a quien tardaron
varios minutos en quitar de encima al viejo Gonzalo. En efecto, “La Fiera” había espiado, descubierto y seguido a Gonzalo hasta Las
Catiras más temprano esa noche, y le había montado cacería para ajusticiarlo
por su rochela.
De nada sirvieron
todas las explicaciones que los tres viejos trataron de darle a “La Fiera” para que ésta se
tranquilizara y le soltara el cabello que le tiraba salvajemente a
Gonzalo. “A este perro yo lo mato”, balbuceaba una y otra vez la frenética la
mujer.
Luego sabrían que
ese estruendoso episodio de celos e infidelidad, habría sido el ingrediente que
le faltaba al cebo que atraería a La Sayona.
Con una ceja
sangrante, producto de un culatazo que recibió Alejandro en el forcejeo con la
robusta Elena, le dijo a Paiva que le ayudara a inmovilizarla y arrastrarla
hasta la camioneta donde tratarían de tranquilizarla y explicarle todo otra
vez. Cuando llegaron a la camioneta no
muy lejos de allí, los monitores de las cámaras seguían encendidos y pudieron
ver a Gonzalo que todavía estaba sentado en el camino de tierra, recuperándose
del susto y del dolor, de espaldas a la cámara y petrificado en frente de otra
mujer que se veía de frente pero en segundo plano. Esta mujer sí que era distinta. A pesar de la oscuridad de la noche y la
natural distorsión de las cámaras infrarrojas, tanto los dos viejos que estaban
en la camioneta, Elena que estaba con ellos y el propio Gonzalo que estaba solo
en el camino frente a aquella hermosura, estaban atónitos porque supieron sin
lugar a ninguna duda, que estaban ante la aparición que habían estado tentando.
-
Hola,
le dijo la mujer a Gonzalo en tono coqueto y picarón, puedes ayudarme?
-
Estoy
perdida y tengo mucho miedo, le dijo la mujer a Gonzalo con una vocecita de
ángel y un tonito seductor que se le veía de lejos a lo que iba.
Gonzalo entre el
cansancio, el culatazo, la borrachera, el susto por el ataque de Elena y el
impacto de la belleza de aquella mujer, no sabía ni qué responder. Una sola cosa sí tenía bien clara Gonzalo,
que esa era la misma mujer de quien se sospechaba habría infartado al gordo
Vicente, y por lo visto no podría ser otra que la mismísima Sayona. Los viejos habían ensayado decenas de veces
lo que debía decir y hacer Gonzalo en ese momento, pero a éste se le olvidó
todo y no se le ocurrió otra cosa que improvisarle, sin saber por qué, este mal
verso:
“Con
esa carita dulzona
Y
esa tierna invitación
Ya
mi mente no razona
Ni
le cabe explicación.
Por
eso te digo mija
Tan
bonita y sabrosona
Que
se venga pa’ acá conmigo
Aunque
sea La Sayona”.
Al escuchar
semejante disparate Alejandro y Paiva se pusieron las manos en la cabeza y
pensaron que todo el trabajo estaba perdido. Creyeron que La Sayona se vería descubierta,
acorralada y huiría para siempre. Sin
embargo, La Sayona le dijo: Ay mi señor, usted sí que es ocurrente, lindo y
ocurrente.
-
Me
da mucha pena con usted señor, le dijo La Sayona a Gonzalo, pero no quiero
seguir caminando y tampoco quiero quedarme sola. Usted se ve buena gente, no quiere
acompañarme a pasar la noche?
Era una
conversación hipócrita porque La Sayona sabía que mentía y Gonzalo también,
pero La Sayona no sabía que Gonzalo la había reconocido y por eso ella seguía
con su guión y Gonzalo le seguía la corriente.
La Sayona, en vida, no debió ser muy inteligente ni el maleficio le
mejoró la intuición, ya que fue incapaz de olfatearse que Gonzalo la estaba
vacilando.
Cuando Gonzalo
recuperó la claridad de conciencia, recordó el plan original, aceptó el lance
de la veleidad e invitó a la frágil damisela a caminar hasta la choza para
pasar allí la noche juntos. Después de
varias insinuaciones clarísimas hacia el viejo, La Sayona le dijo finalmente:
voy desnudarme para dormir sabrosito, Gonza, no le molesta, verdad? Adelante, mija, le dijo Gonzalo, póngase
cómoda! En ese momento Gonzalo cayó en
cuenta de la gravedad de lo que estaba pasando, entró en pánico y recordó la
viva imagen del cadáver del gordo Vicente; enseguida supo que si veía a esa
diosa desnuda algo saldría mal, por lo que su intuición le dijo que era el
momento de huir de allí. Qué pasa mi
amor? no te vayas! le dijo la aparición a Gonzalo, al tiempo que éste saltaba
fuera de la choza para escapar del radio de acción de la máquina de
Alejandro. Para ese momento ya los dos
viejos que estaban afuera no necesitaban siquiera una señal, ya Alejandro tenía
el dedo en el activador de la máquina y la hizo funcionar.
Con un ruido
similar al que produce el paso de la corriente a alta tensión, la máquina hizo
lo suyo de forma limpia e inmediata. Lo
próximo que vieron fue la choza completa con todo lo que tenía en su interior,
incluyendo a La Sayona, desvanecerse y fluir en forma de una nube espesa hacia
el interior de la máquina. El único que
pareció no impresionarse de aquél extraño fenómeno fue el viejo Alejandro,
quien ya lo había visto cientos de veces.
Mientras entraba la nube en la máquina se oyeron desde el interior del
humo, maullidos de gato, ladridos de perro, gritos, insultos, maldiciones,
gemidos y crujidos.
Cuando la choza y el espanto que estaba dentro terminaron
de ser succionados por la máquina, se disipó el humo, cesó el ruido y se
suavizó el fuerte olor a soldadura que había impregnado todo el lugar. Hasta el suelo donde había estado la choza
quedó cortado en forma lisa y cóncava. Todos casi al mismo tiempo miraron atónitos
hacia la cámara de la máquina, dentro de la cual enseguida distinguieron con
toda claridad la figura casi traslúcida de la mujer levitando en posición
vertical dentro de la cámara. Todo el
resto de la materia sólida succionada estaba comprimida en partículas tan
pequeñas que no eran perceptibles a la vista.
Inexplicablemente, al calmarse todo, Elena estaba abrazada fuertemente a
Gonzalo protegiéndolo de aquélla otra mala mujer.
La máquina era aún un prototipo y había cosas que Alejandro
no le había perfeccionado. La máquina no
era estable, ya que cuando estaba encendida,
estaba generando energía en grandes cantidades o la estaba consumiendo
en menor medida, pero no se mantenía inerte.
En efecto, cuando generaba energía, era en cantidades enormes, mucho
mayores a las que consumía, y allí radicaba justamente la genialidad y el
potencial comercial de la máquina. Esa
captura, era la primera vez que Alejandro lograba ver algo dentro de la cámara
o cofre de la máquina, ya que en todos los ensayos anteriores, la máquina
habría logrado comprimir de tal forma los átomos de la materia absorbida, que
no eran perceptibles a la vista, más allá de un aumento del tono de color
grisáceo del aire dentro de la cámara.
Si a la máquina se le agotaba la batería y no se le enchufaba a la
corriente doméstica, automáticamente iniciaba el proceso inverso de liberar la
energía que generaba la materia contenida en el cofre, con el resultado final
de vaciar completamente su contenido.
Lo extraño era entonces cómo el espanto podía verse, a escala reducida y
traslúcido, dentro de la cámara de la máquina.
Se trataba entonces de un estado de la materia que Alejandro
desconocía. Nunca había experimentado el
comportamiento del ectoplasma dentro de la máquina. Jamás pudo siquiera sospechar que La Sayona
sería visible y pudiera conservar su forma y hasta moverse a pesar de la enorme
presión que la máquina ejercía sobre los neutrones y electrones que la
conformaban.
No se sabe quién estaba más asustado, si La Sayona o
sus captores. Aún sin entender lo que
le había sucedido, La Sayona, pasó de la sorpresa a la ira, y, viéndose
atrapada dentro de la cámara, intentó golpearla, pero su fuerza se disipaba
antes que sus golpes y patadas llegasen a la superficie interna del
cristal. Intentó instintivamente
valerse de su incorporeidad para traspasar el cristal, pero la fuerza de la
máquina y la compresión de las moléculas la mantenían casi inmóvil y confinada
en el centro de la cámara. Varios
minutos pasaron sin que ninguno de los viejos se atreviera a decir una sola
palabra; hasta se marearon por olvidarse de respirar, no daban crédito a sus
ojos; sentían como cuando uno piensa que algo es tan inusual que raya en lo
irreal. La Sayona espetó un grito que nunca salió de la
hermética cámara y a ratos, en ráfagas involuntarias, asumía formas de animales
y espectros realmente horribles.
- Seguro que no se puede
escapar? preguntó incrédulo Paiva.
- Mientras funcionen las
baterías de la máquina, esta cosa no irá a ninguna parte, respondió Alejandro
con una seguridad que ni él mismo se la creía.
Más consciente de que estaba atrapada, La Sayona
cambió de táctica y pasó de la ira y la agresividad, a una súbita simpatía,
belleza y encanto que a todos
confundió. Adoptó la forma de
una cándida y bellísima mujer con cara de indefensa y totalmente desnuda. Los viejos no hallaban para dónde
mirar. Sabían, sin que nadie se los
hubiese explicado, que se trataba de tretas para que la dejaran en libertad,
cosa que ninguno estaba dispuesto a hacer.
- Y ahora, qué hacemos con
esto? Preguntó ingenuamente Paiva.
- No seas inocente! Le respondió Alejandro. Esto es una mina de oro ¿no lo ves? Con esto ganaremos millones. Ahora mismo llamo a mi abogado!
- Espera, le atajó Paiva, qué
abogado es ese? tu hermano? No confío en abogados, en ninguno. No deberíamos mantener esto en secreto hasta
que decidamos qué hacer?
Ya era muy tarde para la pregunta, el impulsivo de
Gonzalo ya había marcado en su teléfono el número del santero y le estaba
contando todo lo sucedido. Casi al
mismo tiempo Paiva y Alejandro se
lanzaron sobre Gonzalo arrebatándole el teléfono.
- Torpe, qué haces? Le
reprendió Paiva. Primero, nadie nos
creerá y luego nos querrán despojar de nuestra caza.
- Primero aseguremos la
estabilidad de la máquina y luego pensaremos qué hacer, dirigió Alejandro.
Recogieron todo el equipo y volvieron a la casona con
la máquina debidamente energizada.
Metieron todo en una de las habitaciones que tenía puerta de metal
(todas las demás tenían de esas cortinitas de cabullitas que hay en las puertas
de las habitaciones de las casas de pueblo), y prepararon café mientras
comenzaba a amanecer.
Aunque estaban agotados por el trasnocho, ninguno se
atrevía a dormir. Paiva pensaba en cómo
podía explicar los crímenes de La Sayona, y cómo castigarla; Gonzalo pensaba
cómo explicar a sus colegas la captura de un espanto; y Alejandro en la forma
de ganar dinero con el hallazgo. La
mente de Alejandro era una caja registradora: un evento tan inusual como increíble y sin antecedente alguno en la
historia de la humanidad, sería algo totalmente invaluable. Lo primero que se le vino a la mente fue
contactar a las principales televisoras científicas para venderles la primicia;
a las principales universidades y comunidades científicas para venderles la
máquina; vender los derechos para escribir el libro, montar un negocio de cazar
espantos y fantasmas, instalar un museo, cobrar entradas y vender recuerditos,
etc…; y, por supuesto, cómo se repartirían las ganancias entre los socios. El único pensamiento común en la mente de
los tres viejos era las sensuales curvas de La Sayona.
Aunque parecía que vendría dinero fácil, cada vez que
Alejandro pensaba en dinero fácil y súbito, recordaba la historia del minero Jaime
Hudson (Barrabás) a quien conoció siendo niño en el Hotel Ávila en Caracas, y
pensaba en todo lo que debía hacerse para no cometer los mismos errores que
llevaron a Barrabás de vuelta a su situación original. Esta aleccionadora historia de Barrabás tuvo
lugar en octubre de 1942, en plena Segunda Guerra Mundial, en un lugar llamado
El Polaco a orillas del río Urucún en La Gran Sabana. Barrabás extrajo el diamante más grande
encontrado en Venezuela, con el tamaño de un huevo de paloma. La piedra, conocida como El Libertador,
tenía en bruto más de 150 quilates. El diamante midió más de 5 centímetros de
ancho y 3 de largo, vendido en bruto por 63.000 dólares de aquélla época; fue
cortado por Harry Winston, obteniendo una gema de 40 quilates y dos más
pequeñas de 18 y 12 quilates respectivamente.
La de 40 quilates fue posteriormente revendida por $185,000. Barrabás, inocente y solidario, repartió el
precio con sus dos compañeros de minería con quienes había disuelto la sociedad
en la víspera del hallazgo de la piedra.
Dando rienda suelta a todos sus deseos reprimidos, sucumbió al disfrute
de mundanos placeres, fiestas con mujeres, bailes, trajes
y ropa fina. Al final de la orgía, solo le
quedaron 7.000,00 bolívares de los de antes, que apenas le alcanzaron para
regresar a su monte. Hay que ser tan
listo para obtener fortuna como para evitar que te la quiten, creía Alejandro.
“Atila”, llevaba por nombre el perro del hato.
Un enorme Gran Danés de color gris ceniza con ojos claros y orejas en
punta. Bonachón, con un apetito
insaciable, flaco y motolito, el perro presenció curioso la operación de
descarga y ocultamiento de la máquina.
Este perro era tan fuerte y atrevido que en una oportunidad saltó más de
dos metros de altura y con la boca desenganchó una enorme cabeza de cochino que
habían colgado en un gancho alto para prevenir justamente que el perro se la
robase, huyendo velozmente con la cabeza de cochino en la bocota.
Amaneció, y tal como lo esperaba Alejandro, La Sayona
no desapareció de la cámara, allí seguía con la mirada perdida y cara de
frustración. Nadie se preocupó por
interrogarla, por dos razones obvias: primera porque la voz no salía de la
cámara y segunda porque a quién se le ocurre hablar con un espanto.
Para qué querrá escapar, se preguntaba Paiva, si es un
espanto, no experimenta placeres carnales, no envejece, no respira, no come, no
bebe, no orina, no defeca, no duerme, no trabaja, no siente frío ni calor; solo
asusta, para eso existe y por eso debe ser que quiere su libertad, para seguir
asustando, concluyó, es su esencia, de eso está hecha, de maleficio puro. Sin embargo, había observado en la conducta
de La Sayona sentimientos exclusivamente humanos, o, mejor dicho, miserias
humanas tales como frustración, ira, engaño, traición, sadismo y venganza. Eso lo ponía en la paradoja de saber si
estaba ante una cosa, un animal, una persona, un gas, una imagen o un simple
producto de su imaginación. No estaba
soñando, eso era un hecho. Sería La
Sayona una representación del mal absoluto o habría en ella algo de bondad? Por qué atacaba solo a hombres infieles y a
nadie más? Su función podría tener algo
de nobleza en favor de las mujeres engañadas?
Por qué el Todopoderoso le permitía existir o era un producto de la
distorsión del libre albedrío humano? Sería
en el fondo una alma buena pero condenada a un maleficio? Podía ser víctima y victimaria a la
vez? Les iba a tocar averiguar si en
efecto había incendiado a su madre y a su marido? Si era verdad la presencia de La Sayona,
entonces también lo era la leyenda que le daba vida? Dónde estaría enterrado el cuerpo de esa
alma? Los demás espantos de la mitología también existen? Las preguntas no dejaban de fluir.
Cerca de las ocho de la mañana, todos los perros
pequeños y medianos de la finca, menos Atila, el cual gozaba de rango y
jerarquía perruna, corrieron ladrando hacia el portón de entrada de la
casa. La presencia de un vehículo
desvencijado que nadie antes había visto, puso nervioso a todos en la
casa. El acompañante del conductor se
apeó y abrió el portón de una forma tan confianzuda que los perros dejaron de
ladrar. Rápidamente parquearon frente a
la casa y caminaron hasta el corredor, donde estaban los viejos bebiendo
café. Enseguida Alejandro reconoció al obeso
y zambo charlatán que días antes acompañaba a Gonzalo cuando llegó al
hotel. No tuvo que esforzarse mucho
para atar cabos y darse cuenta que la presencia de estos visitantes era producto
de la llamada que les hizo Gonzalo.
-
No saben en lo que se están metiendo! Dijo grosera e
imperativamente, sin siquiera saludar, el supuesto palero, quien mostraba una
actitud totalmente diferente. Pasó de
ser un tipejo “corre po’ el suelo” a
un sabio autoritario.
-
Esto es demasiado para ustedes! No tienen derecho a meterse en esto!
-
Dónde está La Sayona, preguntó con prisa. Entréguenmela ahora mismo.
Casi tan pronto como terminó de decirlo, se escuchó un
disparo que le dejó un zumbido en el tímpano a todos. Al mismo tiempo volaron
pedazos de la manga derecha del pantalón blanco del palero, quien retrocedió
como un resorte saliendo de retro del corredor con cara de dolor, sorpresa y
tratando de ver cuánto daño había sufrido en su muslo. Ya no se veía tan altanero, convertido de
pronto en un marica llorón. Al volver
la mirada, aun dentro de una nube de humo blanco, estaba el viejo Juan Mori apuntando
al palero con una vieja escopeta morocha tan larga como él.
-
Fuera de aquí! Le gritó el viejo Juan al palero lo más
fuerte que pudo.
-
La próxima concha no es de plástico, maldito, es tres
en boca! No había más explicaciones que
dar ni nada más que discutir.
Atila entendió que el palero y su chofer no eran
amigos del viejo Juan. Sin esperar la
clásica orden, el inteligente y colosal perro arrancó a correr hacia donde
estaba paralizado de miedo el chofer del palero. Milagrosamente el chofer reaccionó en el
último instante y de un salto entró por la ventana abierta del carro. Por la otra puerta del carro entró el
asustado palero y entre mordiscos y baba de perro, sangre y gritos de terror,
huyeron tan rápido como se los permitió el destartalado carro.
-
Por Dios!, Juan, no hacía falta tanto, protestó
Gonzalo, esa gente no es peligrosa, vale.
Casi los matas.
-
Esta es mi casa, dijo con aplomo el viejo Juan, estamos
en el monte, aquí nadie me viene con vainas.
Conozco ese tipo de gente, si no los corres bien corridos, se meten y te
friegan la vida. Aquí no hay autoridad,
las cosas se resuelven así.
-
Volverán, dijo Paiva, mejor nos vamos de aquí
-
Por qué? interrumpió Alejandro, no hemos hecho nada
malo. No pienso huir, mi familia y yo
somos fáciles de encontrar.
-
Esos parásitos cagones no volverán por aquí, se
equivocaba el viejo Juan al juzgar.
Para Alejandro, el dilema era que para poder hacer
dinero con el hallazgo de La Sayona, había que hacerlo del conocimiento público,
y, al hacerlo, si lograban que les creyeran, problemas como el que acababan de
presenciar se presentarían por miles. De
todos modos lo importante ya no importaba, que era mantener la captura en
secreto hasta que decidieran qué hacer con ella.
Aún no era mediodía, cuando los ancianos estaban
empacando todas sus cosas y equipos para irse a Caracas. A la distancia se escuchaba el ruido de
carros que se aproximaban, y una columna de polvo seguía a tres vehículos con
aspecto militar que avanzaba a gran velocidad hacia la casa del viejo Juan. Pasaron por encima del portón que yacía en
el suelo porque lo había derribado temprano el palero y su acompañante en la
huida. Rodearon la casa, se detuvieron
y se apearon de cada vehículo tres o cuatro tipos armados y con uniformes de la
Guardia Nacional. Más atrás venía un
cuarto vehículo con un logotipo de la Dirección General de Justicia y Culto
(DGJC) del Ministerio de no sé qué diablos.
Los guardias apuntaban sus armas hacia la casa, y el que parecía el
líder, gritó tembloroso: - Salgan todos y tírense al suelo. Esta vez Atila entendió que una Smith &
Wesson mata cuatro ases, y se tendió al lado del viejo Juan quien ya había
acatado la orden del militar. Con todas
las personas tendidas en el suelo boca abajo, los militares procedieron a
esposarlos y llevarlos a empujones hasta el corredor de la casa en donde los
sentaron en fila de espaldas a la pared.
Al mismo tiempo otros revisaban toda la casa y sus alrededores.
-
Aquí está, la encontré mi teniente, gritó uno de los
guardias desde el cuarto donde aún permanecía la máquina.
El teniente, líder de los guardias, caminó junto con
su escolta hasta la habitación, y a partir de allí hubo unos minutos de
silencio.
Al rato, volvió el Teniente al corredor con cara de
aturdido y ausente. Con la mirada
perdida preguntó:
-
Quién de ustedes fue el que le disparó a mi maest…. al
licenciado Dioselis Flores, corrigió.
Gonzalo enseguida supo que se refería al palero.
Entre los viejos hubo ese dilema que nos acompaña toda
la vida de si delatar al compañero para salvar el pellejo propio, o pagar
justos por pecadores. No hizo falta que
los viejos tomaran decisión alguna, porque el mismo viejo Juan Mori, viendo al
teniente a los ojos, habló:
-
Quién quiere saberlo?
Preguntó irónico el viejo. Usted no piensa identificarse,
abusador! No era la primera vez que el
viejo Juan se enfrentaba a esas comisiones de la Guardia Nacional.
-
Soy la fiscal Deyanira Blanco, dijo la única mujer que
integraba la comisión. Este es el teniente
Vallejo, del Comando bla, bla, bla…; y nos acompaña el comisionado Maldonado de
la DGJC.
-
Aquí se cometieron varios delitos, interrumpió
Vallejo, y si no me responden ahora mismo, todos ustedes van detenidos.
Alejandro no podía creer que en menos de 12 horas de
la captura, ya estaba esposado y rumbo a un calabozo. Esa no era la forma como él había imaginado
el final de la historia. Sería la
venganza de La Sayona que ya había comenzado a ejecutarse? Se preguntó.
-
Sin esperar contestación, el tal Vallejo, lanzó una
segunda pregunta sin importarle mucho la respuesta a la primera. - Quién de
ustedes es el que sabe operar la máquina que está en el cuarto. Liberen a la señorita que está dentro de la
máquina o los mato a todos ahora mismo, dijo el idiota ya con la mirada
totalmente perdida y con acento de borracho enamorado.
Paiva enseguida entendió lo que estaba pasando. La
Sayona había hechizado también al guardia Vallejo.
La noticia ya había recorrido el mundo. Fueron más los que no creyeron que los que
sí. Sin embargo, tanto los unos como
los otros, por si acaso, de inmediato fijaron posición. La radio local ya transmitía titulares como
estos: “CAPTURADA LA SAYONA”, “VIEJOS
CHARLATANES AFIRMAN HABER ATRAPADO VIVA A LA SAYONA”, etc.
En Internet, ya un grupo de mujeres, quienes se veían
en la foto con caras de amargadas y solteronas, se identificaron como
representantes de la Asociación Venezolana de Mujeres contra la Bigamia y la
Infidelidad Masculina (AVEMUBIM), y demandaron la inmediata liberación de quien
consideraban su más valiosa aliada en la lucha contra la sinvergüencería
masculina. Su adalid, pues.
La Cámara de la Industria de los Sahumerios, Imágenes
y Santería, exigía la inmediata exhibición en público de La Sayona y la liberación
de los derechos de copia y reproducción de su imagen en fotos, estatuas, yeso y
madera.
El Instituto para la Defensa del Patrimonio Histórico
y Cultural de la Nación, estaban de acuerdo con que La Sayona permaneciera
cautiva, y además demandaban la propiedad y custodia de lo que consideraban un
bien intangible del dominio público, incluyendo la máquina y su manual de
instrucciones.
El representante de la iglesia católica, afirmaba que
el rumor se trataba de pura superchería y que era sin duda un truco tecnológico
y mediático para quebrantar la fe de los cristianos y enaltecer la presencia de
fuerzas malignas.
La Gobernación del Estado Portuguesa, exigía que La
Sayona debía permanecer en su demarcación territorial porque allí habría sido
capturada.
El Alcalde del pueblo exigía los derechos exclusivos
sobre la divulgación y explotación turística de la finca donde habían atrapado
a La Sayona.
La comunidad científica exigía el derecho a estudiar y
comprobar el fenómeno.
Músicos, escritores, adivinos, periodistas, abogados, pintores,
cantantes, fanáticos religiosos, brujos, funcionarios de toda clase y nivel,
profesores, empresarios y todos cuantos se habían enterado del suceso, se
creyeron con derechos sobre el hallazgo y se encargaron de manifestarlo
públicamente.
Con el transcurrir de los minutos, ya Atila se había
levantado y había empezado disimuladamente a caminar por el corredor, olfateando
los genitales a los visitantes.
Gonzalo, quien para el momento del asalto estaba
desayunando unas galletas de avena con pasitas que eran las preferidas de
Atila, rodó con el pié la galleta que le quedaba y que había caído al suelo
cuando lo esposaron. Se sacó la
alpargata y atrapó con los dedos del pié la galleta, llamó la atención de Atila
y se la mostró, y cuando el perro se volvió y divisó la galleta, se acercó a
Gonzalo para robársela. En ese momento
Gonzalo pateó la galleta a ras del suelo por el pasillo de la casona,
lanzándola justo hacia la habitación del fondo donde estaba la máquina. Nadie más que Atila le vio hacer eso. Enloquecido por la galleta el perro corrió
detrás de ella, hasta terminar dentro del cuarto donde yacía la máquina. Cuando La Sayona vio entrar a Atila, de
inmediato asumió la forma de un gato faldero, blanco, bien gordo, achinado y odioso. El perro, quien ya había engullido la
galleta, por supuesto no sabía nada de hologramas ni de imágenes ni espantos,
al ver ese jugoso gato dentro de la cámara, dio un brinco hacia la mesa donde
estaba la máquina, poniendo sus enormes patas delanteras contra la misma, la
empujó hacia atrás tirándola hacia el suelo dando vueltas. La máquina cayó contra el suelo de cemento,
agrietándose desde la base hasta su tope. Por la grieta escapó una gran presión
de aire y una fugaz sombra blanca que pasó espetando una ruidosa carcajada
burlona. El perro ni siquiera ladró, no
supo a dónde se había ido el gato, todo lo que logró ver fue la fugaz sombra
huyendo a través de la pared. La Sayona había escapado. Era cómica la cara del
perro buscando al gato dentro de la cámara rota y por el resto de la
habitación.
Vallejo, que estaba afuera y escuchó la caída de la
máquina y el escándalo de La Sayona, entró corriendo a la habitación de donde
ya se había escapado la prisionera.
-
qué hiciste, perro del carajo? Le gritó Vallejo a
Atila, cambiándole súbitamente la mirada y la actitud. Al desaparecer La Sayona se rompió el
encanto de Vallejo quien no recordaba nada de lo sucedido.
Por causa de su cobardía, Gonzalo había preferido usar
al perro para liberar a La Sayona. Por
otras causas muy diferentes Alejandro por primera vez estuvo de acuerdo con
Gonzalo.
Con astucia y algo de suerte, el espanto se burló pues
de sus captores, escapando de un cautiverio perpetuo. Ahora volvía a ser libre para seguir
asustando y atormentando para siempre a los hombres infieles en los campos
venezolanos. FIN.
Excelente pieza de inteligente narrativa con un destello gratificante de nuestra cultura, historia y porque no?!, de ingenio científico modernista mezclado de humor jocoso, llevando al lector a una profunda reflexión de lo que hicimos, hacemos y haremos!.. Magistral combinación de tiempo e imaginación. Altamente Recomendable.
ResponderEliminarGracias Harold. Las buenas críticas son el oxígeno del escritor.
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